Empiezo con unos versos del libro Del solar y la raza, de Gervasio Adriano García-Lomas y Jesús Cancio, publicado en 1928-31:
“Camberuca blanca,
camberuca limpia,
sombreá de escajos,
con flor amarilla,
bardales y helechos,
acebos y espinas.
Camberuca blanca,
semejas la vida,
como ella eres corta,
como ella eres pindia”.
Al parecer (me he dado una vuelta por Google, por Twitter, por Facebook y por Google Books), la mayor parte de quienes escriben la palabra «cambera» en sus textos hoy en día, conciben que las camberas son sólo los caminos «de carros», los caminos «de montaña», los caminos «rurales», los caminos «sin asfaltar», los caminos «irregulares», los caminos «empedrados», los caminos «pequeños», los caminos «estrechos» o los caminos «precarios».
Hay gente de mi entorno que dice que la palabra “cambera” es su «palabra cántabra favorita». En una época en la que aún no se nombra mucho en cántabro (¿Por qué será?), hemos tenido o tenemos en Cantabria la entidad sin ánimo de lucro “Red Cambera”; el proyecto “Cambera cultural” de ADIC; el programa, premios y revista “Cambera” lanzado por Podemos Cantabria; y el grupo de folk “Cambera´l Cierzu”, por mencionar algunos de los más conocidos. Sí que parece ser popular esta palabra…
Hoy, 🧵sobre una mujer cántabra que es Historia de nuestro #Folklore#MúsicaTradicional, y que puede ser mejor conocida gracias a la digitalización de la prensa publicada en Cantabria a principios del siglo XX ¡Adrentu jilu sobre la #tolana (de Ruiloba) Mari Cruz Moriyón!! 💢♀️
(Fotografía de «La Voz de Cantabria», 30/11/1929, coloreada)
Mari Cruz Moriyón es una figura fundamental para conocer el #folklore de Ruiloba, que no sólo es una parte muy significativa del rico #PatrimonioInmaterial de Ruiloba, sino una parte muy importante del #PatrimonioCultural de Cantabria.
(Fotografía de El Remediu, Google Street View)
La prensa antigua es una fuente de información histórica y etnográfica-antropológica de enorme interés, algo que no siempre se sabe (o se quiere) apreciar en su justa medida. Ello nos da una idea del papel pasado (y presente) de las/los periodistas en la transmisión de saberes…
Las hemerotecas aportan conocimientos fundamentales para la investigación en Humanidades y Ciencias Sociales, y son fuentes de información ineludibles cuando queremos fijar nuestra mirada en el siglo XX, en el XIX, y en siglos anteriores…
En este caso, voy a dar un ejemplo de lo que nos procuran las digitalizaciones. Entre otras, la digitalización de prensa llevada a cabo en Bibliotecas Públicas del Estado, y la digitalización de materiales fonográficos del archivo de un museo de una Comunidad Autónoma.
La fotografía que se ve aquí es de “La Voz de Cantabria”, del 30 de nov. de 1929. En ella aparece retratada una anciana cuyo papel en la transmisión del folklore cántabro fue muy relevante a finales del XIX y en la 1era mitad del XX: se llamaba María Cruz Moriyón González y era de Ruiloba.
(Fotografía de «La Voz de Cantabria», 30/11/1929, sin colorear)
En la fotografía, Mari Cruz aparece junto a un “grupo de mozas de Ruiloba”, intérpretes de pandereta y “cantadoras” de #picayos, de las que fue “instructora”. Este diario dice que en ella se conserva “personificada la tradición de aquel valle” ¿Por qué??
En los años veinte del siglo XX, Mari Cruz fue la persona que dirigió el grupo de #picayos de Ruiloba, pero su labor al frente de las mozas y los mozos del #pueblu había comenzado en realidad muchos años antes…
(Fotografía de la iglesia de La Asunción, Barriu La Iglesia, Ruiloba, Google Street View)
La gente de Ruiloba estima que Mari Cruz Moriyón fue la persona que contribuyó, a fines del siglo XIX, a que las tres piezas del folklore cántabro que son tradicionales del valle se mantuvieran vivas: picayos (“baile al santu”), “baile a lo llanu” y “danza las lanzas”.
Estas piezas de Ruiloba, que aún perviven, despertaron el interés de varios/as folkloristas activos en la primera mitad del siglo XX, época en que se escribió profusamente sobre ellas, y, además, fueron fotografiadas y filmadas.
(Revista Estampa, copia digital de la BNE)
Son propias de las festividades de la virgen del Remediu (2 de julio), del día El Mozucu en Udías (en el contexto de las fiestas de La Virgen y El Mozucu, 8 y 9 sept. en El Barriu y La Hayuela), del día de Nuestra Señora (15 de agosto) y del día de San Roque (16 de agosto).
(Captura de este video: )
María Cruz Moriyón nació el 15 de julio de 1871 en Ruiloba. Su padre, Primo Moriyón Posada, #canteru, era de La Borbolla, sus abuelos paternos de Sta. Eulalia de Carranzu, conceju de Llanes, Asturies, y su madre y sus abuelos maternos de Ruiloba y Toñanes.
(Registro de bautismo de María Cruz Moriyón, parroquia de La Asunción, Ruiloba)
Mari Cruz murió en 1942. Su hermana Paz (n. 1875) y su hermano Germán Emeterio (n. 1874), #tamboriteru, participaron junto a ella en la reactivación de las tradiciones #tolanas. Aquí los vemos en una fotografía recuperada por José de Jesús Gutiérrez, de Ruiloba.
Estos, quizá sean datos interesantes: el primer Moriyón en llegar a Ruiloba no fue el padre de Cruz, Primo, sino su abuelo Ambrosio. Primo nació en La Borbolla, Llanes, ca. 1850. Dos de las hijas de Ambrosio, Basilisa (1862) y Laura (1865), tías de Mari Cruz, nacieron en Ruiloba.
(La Borbolla, conceju de Llanes, Asturies, Google Street View)
Los Moriyón procedían de Santa Eulalia de Carranzu, parroquia del conceju de Llanes. Indico esta conexión porque quizá sea significativa para explicar algo que ya intrigó a los folkloristas de principios del siglo XX: la preservación de bailes romanceados en Asturies y Ruiloba.
En esta magnífica fotografía se puede ver a Mari Cruz Moriyón sosteniendo su #panderu. La fotografía, propiedad de José de Jesús Gutiérrez, ha sido publicada en una página de su autoría que recomiendo: desdelmiradordeyeyo.blogspot.com/2013/02/el-rom…
En un artículo sobre la trova en Ruiloba, Patricio Guerin Batts, monje de la abadía de Cóbreces, define a Mari Cruz como “maestra en las danzas”, “poetisa espontánea” y “famosa recadista”.
Tal y como ha explicado José de Jesús Gutiérrez, Mari Cruz desarrolló esa labor de #recadista en la línea de autobuses de “La Cantábrica” que unía (y une) #Cumillas (y Ruiloba) con #Torlavega.
Al menos desde 1925, los picayos de Ruiloba tenían su espacio en la celebración del “Día de Santander”, donde agrupaciones locales podían mostrar en la capital de la provincia, entre otros, su “bailar al santu”, como dice un redactor de “El Cantábrico”. Así, con «u», con «u».
En esa ocasión, el 5 de julio de 1925, actúan los picayos de Viérnoles y los de Ruiloba. En estas fotografías, de aquel día, podemos ver a la agrupación de Viérnoles (niñas, vestidas de “pasiegas” según dice el diario, y adultos).
Al año siguiente, 1926, en la misma fiesta, el “Día de Santander”, organizada por la Asociación de la Prensa, 22 mozos de Ruiloba interpretan también la “Danza de las Lanzas”.
Al haber sido una de las interlocutoras cántabras del folklorista norteamericano Kurt Schindler, que grabó numerosos discos de aluminio durante su trabajo de campo sobre la música popular de la P. Ibérica, hoy tenemos la suerte de poder escuchar la voz de Mari Cruz Moriyón.
Los discos de Schindler se conservan en la Biblioteca TNT del CSIC, y los registros han sido incorporados al FONDO DE MÚSICA TRADICIONAL de la IMF-CSIC, un proyecto del grupo de investigación “Música y Sociedad” de la Institución Milà i Fontanals de Investigación en Humanidades.
Schindler grabó a Mari Cruz el 21 de agosto de 1932, y (algo de lo que nos alegramos mucho) el investigador Sergio Portales Domínguez ha incorporado los registros al FMT casi un siglo más tarde. Están disponibles aquí: musicatradicional.eu/informant/50362
En el FMT se pueden ver las partituras de Schindler. Mari Cruz interpretó “Al entrar tengo miedo” (Al entrar tengo miedo,/ pero en entrando/ le digo al pensamiento/ vamos andando…) y “Una palomita blanca” (Y una palomita blanca/ como la nieve, volando va…).
Schindler grabó más piezas en Ruiloba: “Al olivo subí” y “Ruiloba”, interpretadas por Luisa Escalante; “Viva La Montaña”, por Manuel Iglesias; y el “Romance del Conde de Lara”, por el grupo de danzas de Ruiloba.
¿Quieres conocer algo mejor la labor folklorística de Mari Cruz Moriyón a finales del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX? Sigue #jila#jilando…
Los picayos, o “baile al santu”, son bailes y cantos en honor de una figura religiosa, sea la virgen o un #santu, usuales en los valles occidentales de Cantabria como en el conceju de Ruiloba, próximo a #Cumillas y a #Udías.
Normalmente, los picayos se le cantan y tocan a la virgen patrona o al santu patrón en la iglesia, y se le cantan, tocan y bailan en el exterior de la iglesia, in situ o en procesión. Las pandereteras cantan-tocan, y los mozos bailan-tocan, aunque las pandereteras también ejecutan algunos pasos y movimientos. Se ha escrito que probablemente fueran #picayos aquello que el cronista belga Laurent Vital pudo ver en San Vicente la Barquera cuando Carlos V pasó por la villa en 1517.
Lo que Vital escribe es lo siguiente: “Entonces, al entrar en esta villa, las mozas le acompañaron muy gozosamente, cantando alegremente, hasta su palacio, que estaba junto a la villa, en un monasterio de franciscanos”. Era, se olvida con frecuencia, día festivo: San Miguel.
Que esos supuestos “picayos” los interpretara una agrupación de mozos y mozas de Tanos, como se ha puesto por escrito en un libro y se repite con frecuencia, no es más que una burda manipulación, que desmerece la trayectoria de la agrupación de Tanos cuando se afirma en su seno.
En su obra “Blasones y talegas” (1869), Pereda nos revela que, en su época, los #picayos no sólo poseían un cariz religioso, sino que también se interpretaban en las bodas. En una boda en la casa de un jándalo sitúa él a danzantes, gaiteros y cantadoras, y las cantadoras cantan y tocan unos picayos: “Válgale al Señor San Roque,/ Nuestra Señora le valga/…”. En nota a pie, señala que “la costumbre de cantar de esta manera es aún bastante frecuente en la Montaña”, pero, más que a los novios, se hace a “los hijos del pueblo” cuando vuelven a él.
En las “Escenas Cántabras” (1914), Hermilio Alcalde del Río incluye unos versos de las mozas que cantan los picayos: “Abran las puertas del templo/ con esas llaves de plata/ y abran corro, caballeros,/ para que San Juan de él salga”.
A Nemesio Otaño, los picayos de Cumillas le sirven para explicar el origen religioso del canto popular montañés, su principal tesis musicológica sobre estas piezas. Este es el ejemplo que usa en 1914:
La #palabruca#picayu es cántabra, formada a partir de #pica, con un sufijo minorizador un tanto depreciativo #-ayu, como en el cántabru occidental #tontayu o en el asturianu #babayu. En Ruiloba, y en otros lugares, se interpretan con #panderu/ #pandereta y #tarrañuelas.
La prensa de finales del XIX da cuenta de la existencia de picayos en Sopeña y Terán (Cabuérniga), Cabezón de la Sal, Pechón, Santiurde…, cantos que ya entonces se perciben como “primitivos”, “inmemoriales”, “tradicionales”, “antiguos” o “antiquísimos», pero que en ocasiones incorporan versos de reciente creación compuestos por mujeres. Es lo que revela esta noticia sobre Cabuérniga de 1899, que dice que las jóvenes del pueblo cantaron picayos a Santa Eulalia (#Olalla), una “tiernísima composición debida a una señorita que tiene gusto especial para este género de verso”. Esto es interesante, porque Mari Cruz Moriyón hacía lo propio en Ruiloba, algo que nos habla de una tradición viva ¡y de poesía (religiosa) femenina!!
Por otro lado, esto ha sido así hasta la actualidad, sólo que a nadie parece haberle interesado estudiar estos géneros poéticos femeninos religiosos locales cántabros.
En 1936, de hecho, los picayos de Ruiloba cantaban una letra de Mari Cruz, que había sido su alma mater. En esta fotografía podemos ver a los picayos de la Virgen de los Remedios de Ruiloba en Mexico en 1946.
En cierto modo, eran herederos de una larga tradición de danzas cántabras en Mexico de las que apenas sí sabemos algo, como este grupo de danzantes fotografiados en 1909, formado por Robustiano Llarena, Tomás Taborga, Manuel Martínez, José Junco, Juan José Montes…
… o de lo que vemos en esta maravillosa fotografía de Efesio de la Cotera, tomada en Cienfuegos, Cuba, en febrero de 1885, en la que aparece una agrupación folklórica de la entonces provincia de Santander. Fotografía preservada en la Smithsonian Institution.
Sixto de Córdova registró picayos en Ruiloba dedicados a la Asunción, a Santiago, a Santa Isabel, San Roque, la Virgen de los Remedios, la Virgen de los Remedios de Mexico, la Virgen del Pilar, la Virgen de Guadalupe…
Para señalar la antigüedad de las danzas de Ruiloba se cita con frecuencia un documento del archivo municipal de Santillana, de 1669, que menciona que se le habían hecho pagos a los danzantes del día del Corpus procedentes del conceju de Ruiloba.
En el “baile a lo llanu”, los folkloristas españoles y extranjeros quisieron ver uno de los escasos “bailes romanceados” o “romancísticos” que se habían preservado en la Península Ibérica.
El que se baile al son de los romances sobre el Conde de Lara ha hecho pensar que su origen está en Lombardía, en el norte de Italia, y que llegó a Cantabria en el siglo XIV, o en el XVI (propuesta de García-Lomas y Cancio, 1928).
Pero… en Ruiloba también se bailó al son del romance de Gerineldo, aunque haya terminado por bailarse sólo al son del romance del Conde de Lara: “Allá arriba en la badía/Lombardía, en aquella noble ciudad (…), mandan al Conde de Lara de la guerra capitán”…
Significativamente, en las partituras que registró en septiembre de 1931 en Ruiloba Eduardo Martínez Torner, las mozas dicen “la badía”, en cántabru, con aféresis (“abadía”), y no Lombardía, como en la “Danza del romance” que bailaban Voces Cántabras o en el registro de Schindler.
La pieza registrada por Schindler a Voces Cántabras se puede escuchar aquí: museo-etnografico.com/schindler-tema… En la fotografía podemos ver a los integrantes de Voces Cántabras, de Cabezón de la Sal, en 1929 en Barcelona.
La denominación “a lo llanu” se refiere a la forma del baile popular de La Montaña, generalmente en contraposición al baile “a lo altu”. Se ha dicho mucho de este “baile a lo llanu” de Ruiloba, que si es una “parodia” de un baile cortesano, que si tiene “espíritu señorial”, que si es de las “clases aristocráticas”… En 1930 ya había quien señalaba en Ruiloba que este “baile a lo llanu” tenía más pasos, y que se había abreviado considerablemente, por un lado, porque ya no se cantaban los dos romances, del Conde de Lara y de Gerineldo, y por otro, porque se habían suprimido algunos “cuadros”. De la “danza las lanzas” también se suele decir lo mismo: que es más breve de lo que fue en otro tiempo.
Para explicar el origen histórico de estas danzas de Ruiloba se han hecho correr ríos de tinta. En primer lugar, se ha hecho alusión a la leyenda que explica la presencia en el valle de la Virgen de los Remedios, al parecer, una talla de madera que sería, en realidad, una “virgen de galeón” que aún conserva las argollas de metal de haber estado sujeta a una nave, y que, según narra Jesús Cancio en “Del solar y de la raza” (1928), habría sido emplazada en Ruiloba por un marino irlandés que naufragó en Funfría, y que edificó allí un altar con la talla mariana de su camarote. Que se hablara de un marino o capitán irlandés ha servido en el siglo XX y XXI para sostener, sin fundamento alguno, que se trata de una “danza céltica”, como hace el periodista Víctor de la Serna en 1929.
En segundo lugar, la leyenda que sirve de fundamento histórico al voto hecho por los tolanos a la Virgen de la Caridad en 1819, con motivo de la epidemia sufrida en Ruiloba. Es importante tener en cuenta, que las danzas se reactivaron en el Remediu a principios del siglo XX, el 2 de julio de 1919, con ocasión del centenario de este voto o promesa hecha a la virgen. En tercer lugar, la leyenda supuestamente local que recoge el manuscrito “Antigüedades de Ruiloba”. La leyenda dice que una gavilla de 21 soldados veteranos licenciados de los Tercios llegaron a Ruiloba después de pasar por Flandes o Italia, y pasaron un tiempo hostigando a los pueblos próximos, entre ellos Cabezón de la Sal, con un encuentro bélico en la praería de Navas (entre Cabezón y Udías), e incluso habrían llegado a castrar a un hombre de Cabezón que pretendía casarse con una mujer de Ruiloba. Se dice también que Felipe II habría enviado un escuadrón de caballería desde Valladolid para desarmarlos.
Esta leyenda da un número de 21 soldados, que coincidiría con el de los 21 + 1 (#tambor) danzantes de la “danza las lanzas”.
En 1929, Víctor de la Serna, ya nombrado, supone a los soldados “flamencos” y dice que enseñaron a los mozos de Ruiloba un baile “valón”, gracioso y señoril, el “baile a lo llano”, una “rústica pavana” (El Cantábrico, 28/11/1929).
En cuarto lugar, las elaboraciones ¿locales? a partir de estos materiales que he citado. Incluyen la mención al Capitán Velarde, que habría regresado a Ruiloba al frente de la hueste de veteranos soldados, y que habría creado la “danza de las lanzas” con ellos para venerar a la Virgen de los Remedios, en acción de gracias por haberles permitido regresar a “La Tierruca” sanos y salvos de la peste que había hecho estragos en Flandes.
Estas leyendas fueron (re)activadas en el siglo XIX en los años de la epidemia (1818/19). En teoría, las narra un manuscrito procedente del “alfoz” de Lloredu que se conserva en El Escorial y que nadie parece haber visto. Yo no he dado con él en el catálogo de la Real Biblioteca.
Un anticuario lo habría copiado en 1818, titulándolo “Antigüedades de Ruiloba”, y se lo habría entregado a un médico de #Cumillas, Antonio Pérez de la Riva, natural de Ruiloba.
De acuerdo con la bibliografía consultada, está depositado en el Ayuntamiento de Ruiloba, pero sorprende mucho que los/las investigadores/as no hayan intentado localizar el original, máxime cuando se ha dicho que está escrito en un registro lingüístico local.
Detrás de este supuesto manuscrito y de su “recuperación” en el siglo XIX, hay una evidente exaltación decimonónica y burguesa del imperio español y del castellanismo. Quienes investiguen a futuro sobre nuestro folklore, quizá estén obligados a ser algo menos ingenuos, y a ser algo más críticos con las fuentes de información que aparecen misteriosamente por los ayuntamientos de Cantabria en el siglo XIX, de la mano de notables locales, en épocas de intensa construcción nacional de lo español y exaltación de las gestas imperiales castellanas.
Lo que dice el manuscrito es algo que, como señalan algunos estudiosos, también pasó a formar parte del discurso de la propia Mari Cruz Moriyón ¿Cuál pudo haber sido su papel en su difusión? Aún no ha sido determinado, y si no se hacen investigaciones musicológicas serias…
¿Quieres conocer algo mejor cuál fue el trabajo de campo de los folkloristas españoles y extranjeros que acudieron a Ruiloba en los años treinta del siglo XX y que se entrevistaron con Mari Cruz Moriyón (#interlocutora no meras #informante)? Sigue la #entarajilaura…
Kurt Schindler acudió a Ruiloba en 1932 con el lingüista Ramón Menéndez Pidal y sus hijos Jimena y Gonzalo. Grabó allí a dos intérpretes cántabras locales: Luisa Escalante y Mari Cruz Moriyón. Fue el día 21 de agosto.
Llama la atención poderosamente, visto lo mucho que se ha escrito sobre los “picayos”, el “baile a lo llanu” y la “danza las lanzas”, que Schindler no solicitara de la propia Mari Cruz nada de esto, ni el canto de los picayos ni del romance “Allá arriba en la badía/Lombardía…”.
Los pormenores de la estancia de Schindler y Menéndez Pidal en Ruiloba en 1932 son bien conocidos. Diego Catalán los ha explicado con detalle, y ha aportado dos interesantes fotografías conservadas en la Hispanic Society de New York.
Mari Cruz Moriyón dirigía los picayos de Ruiloba, “los del Remediu”. En esos años de la década de los veinte, los mozos y mozas de Ruiloba actuaban con frecuencia fuera del pueblo. En 1932, de hecho, ya se denominaban “Danzas Tradicionales de Ruiloba” y constituían una Sociedad, con comisión y directiva.
Los filólogos Ramón Menéndez Pidal (1869-1968) y María Goyri (1873-1954), en su faceta de folkloristas, habían estado en Ruiloba un par de años antes que Schindler. En el verano de 1930, el 31 de julio y el 1 de agosto, los dos acudieron a Santander y Ruiloba para presenciar…
… y documentar una “danza” que consideraban “única en su género en España”, un “baile romancesco” o “baile romanceado” al son del romance “La boda estorbada”, que ellos entendían parte de la tradición medieval castellana peninsular.
Menéndez Pidal, que era entonces presidente de la RAE, y Goyri, de la JAE, llegaron a Santander el 31 de julio, y se desplazaron a Ruiloba el 1 de agosto. En Santander se vieron con José María de Cossío y visitaron la Casa de Salud Valdecilla.
Las fotografías que fueron tomadas en Ruiloba las hizo Gonzalo Menéndez-Pidal Goyri (1911-2008). También filmó los bailes. En su día, estas filmaciones pasaron a ser parte del fondo del Centro de Estudios Históricos de la JAE, y luego del CSIC. Ignoro si hoy se conservan o no.
Dos meses después de la visita de Menéndez Pidal y Goyri, Antonio Morillas publica un reportaje con fotografías de Samot en la revista “Estampa” (digitalizada por la BNE), Habla sobre el “baile a lo llano”, y explica cómo se recuperó en 1919, en la fecha del centenario del #votu.
La letra del romance que se canta en Ruiloba, ya había sido registrada por el cántabro Gumersindo Laverde en el siglo XIX, en 1863, en Uviéu y Llanes. Se la envió a José Amador de los Ríos y se conserva en la Biblioteca Menéndez Pelayo (Santander).
La familia de Mari Cruz Moriyón era, precisamente, del conceju de Llanes… ¿Las versiones del romance de Uviéu/Llanes y Ruiloba difieren? ¿Quizá alguien, hoy, a partir de un trabajo serio, debería evaluarlo??
Un año antes de la visita de Menéndez Pidal y Goyri, en 1929, los mozos y las mozas de Ruiloba habían acudido a la Exposición Internacional de Barcelona, en el llamado Pueblo Español.
Aquí, en estas fotografías del diario “La Voz de Cantabria” del 28 de noviembre de 1929, podemos ver a los mozos de Ruiloba ensayando su “danza las lanzas” para interpretarla en Barcelona.
De acuerdo con la prensa catalana, los “Dansants de Ruiloba” permanecen allí 8 días. Las “Jornadas Montañesas” duran tres días, 13, 14 y 15 de diciembre. Así se les fotografía en el Diario Oficial de la Exposición, interpretando el «baile a lo llanu»:
También se les fotografía bailando la “danza las lanzas” frente a la estatua del Marqués de Comillas. En alguna página web se les ha confundido con una agrupación vasca de ezpata-dantza, pero esta actuación es de los #tolanos y tiene lugar en 1929, a modo de homenaje.
La digitalización llevada a cabo por el Arxiu Nacional de Catalunya nos permite disfrutar de estas fotografías de Brangulí, donde aparecen los tolanos interpretando la “danza las lanzas” el 15 de diciembre de 1929.
En esta fotografía, también de Brangulí, vemos el momento de la salutación: “La danza de las lanzas de Ruiloba saluda a todos los presentes ¡Viva la Virgen de la Caridad! ¡Viva el Mozucu! ¡Viva Ruiloba! ¡Viva La Montaña!!/ ¡Viva Cantabria!!”, según el marco en que se interprete.
En esta fotografía, también de Brangulí, también del Arxiu Nacional de Catalunya, podemos ver la interpretación del “baile a lo llanu”.
La autoría del libro de las Jornadas Montañesas le corresponde a Hermilio Alcalde del Río, que emite en el texto sus teorías sobre el origen de las danzas. Para él, el “baile a lo llanu”, que llama “Danza Ruilobana”, tiene un “indudable origen cortesano”, y “elegancia señoril”.
De los #picayos se dice entonces que se trata de una “antiquísima danza cantábrica a la que aluden los historiadores romanos”, y que se bailaba “por hombres solos de las gens primitivas, alrededor de las aras de los dioses anteriores a la romanización”…
… y, minorizando la relevancia de las mujeres en los #picayos, se afirma sin fundamento alguno que la introducción del “coro de mujeres” es un hecho del presente.
En su crónica de las “Jornadas Montañesas”, el periodista santanderino José del Río Sáinz, Pick, escribe en enero de 1930, que la danza de “los mozos de Ruiloba” es una danza “bélica y primitiva”.
En el Archivo del CCHS del CSIC se conservan tres partituras de Eduardo Martínez Torner del “baile a lo llano” de Ruiloba, una evidencia más de lo relevantes que son los proyectos de digitalización en Humanidades. Se pueden encontrar aquí: aleph.csic.es/imagenes/archi…
Hasta aquí, parte de mi trabajo en el “jilu” de hoy. Habrá quien desprecie lo que se puede decir a partir de fuentes de información hemerográficas y no considere que las Humanidades Digitales pueden aportar conocimiento y materia para la divulgación cultural, pero, quizá haya quien recoja lo escrito en prensa y en Internet sobre Mari Cruz, profundice en ello, y sepa rendirle homenaje en su Ruiloba natal a una mujer que hizo mucho por mantener viva nuestra cultura.
Se la debería recordar como folklorista y como interlocutora de folkloristas, no sólo como mera “informante” de otros, pero también como mujer poeta, ya que sabemos que escribía sus propias composiciones y que las recitaba en público.
En un texto no exento de misoginia, Pick dice, a propósito de la presencia de Mari Cruz en la expedición cántabra a la Exposición Internacional de Barcelona, que estaba “dotada de una facundia zorrillesca” y que improvisaba “las letras de los picayos” que se cantaban.
Estos dibujos pertenecen al artículo de Pedro Montalvo “Los bailes tradicionales del pueblo de Ruiloba” (1978), donde se explican muchas cosas de interés ad hoc. Está disponible aquí: repositorio.uam.es/bitstream/hand…
Aquí se puede ver un magnífico video rodado en Ruiloba en 1986. Del minuto 5:00 en adelante, aparece la anciana #tolana Avelina interpretando los picayos: tourcantabria.com/routeros/83-ni…
Las tres danzas de Ruiloba, «picayos», “baile a lo llanu” y “danza las lanzas” han sido declaradas Bien de Interés Cultural en 2015, junto a otras danzas de Cantabria. Para ampliar los conocimientos sobre ellas, recomiendo el TFM de Bea Cea, aquí: repositorio.unican.es/xmlui/bitstrea…
Se ha explicado ya que Matilde de la Torre compuso su “Baila de Ibio” o “Baila de lanzas” para el orfeón “Voces Cántabras” a partir de la “danza las lanzas” de Ruiloba, y que a menudo, y sin fundamento de peso alguno, la consideró una “danza céltica” de “carácter guerrero”.
En lo que concierne al “baile a lo llanu”, la directiva de Voces Cántabras señaló en 1930 que, en realidad, su “Danza del Romance” estaba tomada del “Baile de las viejas” de Cumillas, que también se bailaba al son del romance del Conde de Lara.
En los años 30 y 40, el folklore autóctono #tolanu convivía con esas nuevas versiones, no sólo las de Voces Cántabras, de Cabezón de la Sal, sino también las de la agrupación de Tanos, que interpretaba la “Baila de Ibio” y la “Danza del Romance del Conde de Lara”.
“La badía Sanander y l´ábrigu” (la bahía de Santander y el viento sur) se merecen un hilo. En 1934, el diario cántabro “La Región” habla de su relación así: “El viento sur, enemigo número uno” ¿Es ese un buen titular? Cosucas sobre nuestro #PatrimonioLingüístico… Adrentu´l jilu!!
Nesti jilu parlo de #lengua, #literatura, #historia #etnografía y #antropología de #Cantabria, en particular de la ciudá de #Sanander #Santander y la su relación col ábrigu. Puedis léelu tamién nel mi blog: La Murria https://lamurria.wordpress.com
La “badía Sanander” está bien “abrigaa” de todos los vientos excepto de uno: “l´ábrigu”. Ya lo dice el refrán: “Del ábrigu nu hay abrigu”. Como escribió José del Río Sainz “Pick” en 1935, la bahía “ofrece al Sur su planicie inmensa para que en ella ensaye sus aparatosas furias”.
Algo similar dice en 1793 Larruga, que escribe que al puerto de Santander “sólo le ofende el viento Sur”, y señalará en 1850 Esperón, q dirá que tiene varias “contras y defectos”: que el “viento Sur es temible y tempestuoso” y que contra él “no tiene ningún abrigo ni resguardo”.
Como es bien sabido, buena parte de las obras hechas para crear muelles y dársenas en la ciudad de Santander, tuvieron por objeto, desde finales del XVIII y en el XIX, ofrecer mejor resguardo para la actividad portuaria, que fue muy intensa.
¿Os habéis fijado alguna vez en las placas que tienen algunas puertas del Paseo Pereda? Indican que, en los días de viento sur, en los que presumiblemente permanecerán cerradas, se acceda a los edificios por las puertas que dan a la calle que discurre paralela…
… una de las pocas calles donde el Ayuntamiento de Santander, gobernado por el PP, no incumple las leyes de Memoria Histórica vigentes, la del Estado y la de Cantabria, que en 2013 dejó de llamarse General Mola para recordar al músico cántabro Ataúlfo Argenta (1913-58).
Cuando sopla “l´ábrigu” en la “badía Sanander”, viento al que también se ha llamado en la ciudad el “castellanu” o el “pasiegu”, lo hace a veces con furia, generando un fuerte oleaje y horas o días de “temporal”/ “temporal” (pl. “temporalis”).
Al soplar del sur/ábrigu se le llama una “suraa” o una “abrigaa”. En Cantabria, el “ábrigu” es un viento del sur o cálido. Lo explica muy bien el cántabro José Manuel Fernández Vallejo en 1797: “Es el Abrego en Cantabria cálido y enjuto (…) y parece que vivifica los habitantes”.
Fernández Vallejo señala lo positivo, pero el “ábrigu”, cuando ha soplado de forma fuerte o muy fuerte en forma de “juriacán” o “juriacanáu”, ha sido uno de los vientos que mayores temores ha despertado en Santander y en la costa cántabra.
Es relativamente frecuente, además, que haya “virazón” del “ábrigu” al Noroeste/Nordeste. En esos casos, especialmente si sopla el “gallego”, se habla de “vendaval”, pero también, con N., de “ventarrón”, “ventiscaa”/ “vintiscaa” / “vindiscaa” y de “galerna” o “galernazu”.
Si en el día de sur, cuando hace “bichornu”, aparecen nubes que preludian la lluvia, está el cielo “aturbonáu”/ “atrubonáu” (o está “de turbón” o “trubón”) y puede llover, o haber “virazón” y “saltar” la galerna. Así lo anuncia el diario “El Cantábrico” de junio de 1917:
Este de “saltar” es un verbo que se emplea con cierta frecuencia en relación con los vientos. Aquí doy dos ejemplos de la obra de la escritora cántabra Concha Espina, de “El jayón” y de “Agua de nieve”:
Cuando “saltaba” el “ábrigu juriacanáu”, los pescadores “picaban los aparejos” (picaban los cabos con un “jacha”), los abandonaban ya “caláos”, perdían la pesca ya “trabaa” en los anzuelos, y volvían a puerto “de arribaa” por salvar la vida.
Normalmente, el aviso lo daba el patrón de pesca que hacía las funciones de “talayeru”, que levantaba el remo (a esto se le llamaba poner “talaya”) para hacer que la flota virara hacia aguas más protegidas o hacia tierra.
José María de Pereda inmortalizó el “galernazu” del Sábado de Gloria de 1878, “el desastre más espantoso que registran los cántabros anales”, en su relato “El fin de una raza”, de su libro “Esbozos y rasguños”. También en la novela “Sotileza”.
Esa galerna de 1878, muy trágica en la historia de Santander y de otros puertos cantábricos, aparece en el dibujo que hizo Rafael Monleón, el conocido pintor de marinas, y que publicó la revista “La Ilustración Española y Americana”.
Tal y como transmitió Pereda en su novela “Sotileza”, los marineros de la ciudad gritaban “¡Jesús y adentro!” al maniobrar para superar el temporal y regresar a puerto. Ese fue, por ello, el título del cuadro pintado por el montañés Fernando Pérez del Camino para homenajearle.
Ese cuadro de Pérez del Camino se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Santander. También se puede ver esa escena de la novela Sotileza en el mural de José Ramón Sánchez emplazado en la Calle Alta en 2003.
Dos poemas cántabros refieren esta invocación religiosa católica de los patrones de pesca de Santander: “Avante”, del poeta cumillanu Jesús Cancio, y un soneto escrito y publicado por Ramón de Solano a la muerte de José María de Pereda en 1906.
En los días de #abriguna o de sur, aparecen #celajes/ #celajis sobre la ciudad de Santander, y el calor intenso, el “bichornu”, provoca en una/uno el estar “agalbanáu”/ “agalbanaa” y la “galbana”, que es el nombre que recibe esa mezcla de cansancio y pereza…
… cuando cesa de “arriciar” el “ábrigu”, llega la lluvia. De ahí los dichos cántabros: “l´ábrigu no muer de sé” (“él ábrigu no muere de sed”) y “ábrigo de día, agua al tercer día”.
En la bahía, el sur forma la “marejaa” o el “marejote”/ “marejoti”, y se dice de “la mar” que está o anda “rigüeltu”/ “regüeltu” (neutro de materia), o que está “picaa”. Es más frecuente que los marejotes los forme el NE, pero también el “ábrigu”, que sopla con él a intervalos.
Esteban Polidura, en su relato “Abadó” (“El Cantábrico”, 2 de enero de 1923), habla de ello así:
Esta #palabruca, “marejote”, daba nombre, en los años 30, un grupo de intérpretes de “tonaas” que se reunía en el bar de Santander del mismo nombre. Lo integraban José de la Hoz (Centollo), Antonio González (Chaparro), José Anievas (Ujujú) y Aurelio Ruiz, el propietario.
También aparece esta #palabruca en el título de una canción, “El Marejote”, compuesta por Basilio Gomarín. Se puede escuchar aquí, interpretada por La Coral de Veteranos de Iberia. https://www.youtube.com/watch?v=VqgJk74AXf8
En un artículo que “Pick” publicó en 1935, “El maleficio del viento Sur”, el escritor santanderino señala que “la marejada que el Sur levanta” en la bahía, “salta sobre los muelles con una fuerza épica”, y que el Sur “es el mal viento de Santander”.
En efecto, en los muelles inmediatos a la mar, p. ej., en el actual Paseo de Pereda, llamado durante la Segunda República “Avenida de Rusia”, y tiempo antes conocido como “El Muelli/ El Muelle”, se multiplicaban los percances.
En función de la fuerza del oleaje, habrá en la ciudad “ruciaas” de la mar (“salpicaduras”), o “rucionis” de agua del mar que invadan el muelle.
#palabrucas “ruciar”, “ruciaa” y “rución”: regar o chorrear agua / salpicadura/ chorro de agua.
Con esas “ruciaas” o “rucionis”, puede una/uno “pescar una güena chupa” (mojadura, caladura) o “ponese” como una “chupa”/ “chupa de agua”.
También han sido frecuentes y fuertes los golpes de mar. En el siglo XIX, levantaban los tableros del muelle o las losas de la escollera. Si “pega muchu´l vientu”, también se dice que hay “brisote”.
En las “suráas”, las embarcaciones “atracaas” en los muelles de Santander daban fuertes “banzazos” o “bandaas” contra los tableros. Se usaban entonces amarras dobles, pero era frecuente que se soltaran y se perdieran.
A finales del siglo XIX, algunas embarcaciones, llevadas por el oleaje, encallaban o embarrancaban en los bancos de “sable”/ “sabli” (arena) de la “badía”.
Las “marejaas” suponían un enorme riesgo para los “pedreñeros” (botes) o “pedreñeras” (“barquías”) que atravesaban la “badía” con carga y pasaje. Uno de los sucesos más graves fue el del San José, que naufragó en la “badía” un día de “ábrigu”, y que se cobró numerosas víctimas.
En octubre de 1907, un golpe de mar en la “badía” ocasionado por el “ábrigu juriacanáu” que soplaba, hizo que el joven jornalero Serafín Llanderal cayera al agua del vaporcito “Auxiliar” de la Cía. Trasatlántica y se ahogara. Iba sentado “a proa”, quizá sobre el “carel”.
Curiosamente, el vapor correo “Alfonso XIII”, en cuya carga y descarga trabajaba el vapor “Auxiliar” del que cayó en 1907 Llanderal, se hundió un día de fuerte viento sur tan sólo unos años después, en 1915. Entonces no hubo víctimas.
En febrero de 1916, el viento sur se cobró una nueva víctima, un marinero alemán que cayó al agua desde un barco de vela del “Orconera”, anclado frente al último muelle de Maliañu de Santander. Su cuerpo apareció flotando cerca del dique de Gamazo semanas después.
Lamentablemente, en el rescate del cuerpo cayó al agua y se ahogó un marinero santanderino que vivía en el Ríu la Pila: Arsenio Fuentecilla.
En algunas ocasiones, los náufragos podían ser rescatados. Fue el caso del pescador Jesús Ricalde Cobo, que en julio de 1932 fue rescatado junto a la Isla de Mogru cuando el “marejote” ocasionado por el “sur” hizo zozobrar su “barquía”.
La prensa de la ciudad ha dado siempre buena cuenta de las obras del “ábrigu”: “tumba” árboles y “morios”/ “morius”; “arrompe” cristales; vuela tejas y “tejaos”/ “tejáus” y obliga a “retejar”… por no hablar de lo “arrastráu” a la mar…
…entre lo más llamativo, una escalerilla de hierro del muelle de pasajeros en 1894; parte de los baños flotantes en 1901; la caseta de los vistas en Puertochico en 1882… y la destrucción del kiosko antiguo del muelle en 1897.
En días de sur, los Corconeras, los vapores de transporte de pasajeros en la bahía, veían difícil acercarse al muelle y atracar. En más de una ocasión, estos vapores prestaron socorro a otras embarcaciones en apuros.
“L´ábrigu” también ha hecho acto de presencia en algunos acontecimientos históricos de la ciudad. Al escritor Pick le habían contado los “santanderinos viejos”, como él dice, que el 24 de septiembre de 1868, un día de la revolución llamada la Gloriosa, fue un día de Sur violento.
En la “badía Sanander” y en “la mar”, “l´ábrigu” ha complicado bastante la navegación y el tráfico: la entrada y salida de los barcos (especialmente los vapores en el s. XIX) y las lanchas/barquías/traineras de pesca, la carga y descarga… Hacía naufragar goletas, pataches, pinazas, gabarras…
En los días de #abriguna, #abrigaa y #suraa en la “badía Sanander”, era usual que los marineros de Santander “doblaran” las amarras y las cadenas de las embarcaciones. Pasar los cabos por las argollas era bastante peligroso, sobre todo cuando el vientu soplaba de noche.
… pero el ábrigu ha roto las amarras de muchas embarcaciones, las ha “arrempujáu”, y las ha hecho naufragar. En otros casos, las amarras y las anclas “garraban” o “garreaban”, esto es, se producía el “garréu” de sus anclas. Se iba hacia atrás arrastrándola.
En los días de “abriguna”, no sólo se escuchaba en la ciudad el “runflar” del “vientu” y el “rute” de la mar, sino también el “ruíu” de las cadenas y amarras de los barcos, y los “topetazos” que pegaban contra los tableros de los muelles. Era normal que se “desbarataran” algunos tablas y tableros.
Las lanchas de pesca no solían salir a faenar, pero si habían salido y había “temporal” o “mal tiempo”, intentaban “golver a puertu”. Algunas encontraban “refugiu” en la Madalena que era, por así decirlo, un “asubiaeru”/ “asudiaeru”, un lugar protegido, en este caso de los vientos.
En 1934 se determinó que los días de viento sur y de virazón, se izaría en el mástil de la Delegación Marítima de Santander una bola negra para prohibir la navegación a las embarcaciones menores y de recreo.
También se han quejado las gentes de Santander de la “polvorera” que levantaba el ábrigu. En el muelle de Maliañu, donde había una carbonería, ese polvo era de carbón, y formaba una nube negra que generaba muchas protestas entre quienes tenían que trabajar allí.
Para evitar esas “polvoreras” del sur, cuando el polvo entraba en las casas y dificultaba el tránsito en la ciudad, en el siglo XIX se dispuso que se regaran las calles de tierra con agua del mar.
A muchas/os, las “rachas” o “bocanáas” del “ábrigu” les hacían caer al suelo. En un lugar de la ciudad ya desaparecido, las escaleras de “la puente de Vargas”, el sur hizo caer por ellas, y sufrir contusiones, a una mujer llamada Leonor Mora en 1912.
También se pensaba en la ciudad que el “ábrigu” no era un viento muy sano. Así se refiere indirectamente un redactor cántabro al “andanciu”, la palabra que expresa la teoría local sobre el contagio de la enfermedad a través del aire.
No obstante, se ha dicho desde antiguo en Cantabria que el “ábrigu” limpia el aire/ la atmósfera. Por eso escribe Concha Espina en su novela “Dulce Nombre” que el ábrego “sorbe las neblinas”.
Escribe también Z. en 1962, que el sur “limpia el paisaje” y “atrae las cosas al primer plano”, tanto, que “casi, casi, se puede ver con detalle a un pasiego subiendo por la Braguía”.
En “El sabor de la Tierruca”, Pereda explica los distintos efectos del “ábrigu” en dos aldeas vecinas, Cumbrales y Rinconeda:
En Santander, el “ábrigu” y el fuego han ido de la mano con cierta frecuencia. Así se entiende mejor el “dichu” local: “viento sur en puerta, incendio a la vuelta”.
En el XIX era tan alto el riesgo de incendios si soplaba el “ábrigu” en Santander, que el Ayuntamiento llegó a emitir ordenanzas señalando que se debían limpiar dos veces al año las “chimeneas de fogones”, y cada tres meses las llamadas “francesas” y las estufas.
En el “tardíu” de 1880, el propio escritor Amós de Escalante, que usaba el pseudónimo de Juan García, intervino en el Sardineru para apagar una chimenea que había dado en arder a causa del “ábrigu”. Con este humor lo contaban en “La Voz Montañesa”:
Pero el “ábrigu” no complicaba las cosas sólo en la “badía”, sino también en “El Alta”, que, como decía una noticia de mediados del siglo XIX, se volvía intransitable (“La Abeja Montañesa”, 19 de noviembre de 1866).
… y otro tanto pasaba en otras calles de la ciudad, como la “Rampla Sotileza”. Así lo reflejaba otra noticia de “El Correo de Cantabria” del 13 de noviembre de 1891.
En 1891, un anónimo redactor de “El Atlántico” se quejaba de la altura de los árboles de la Alameda Primera, que, según él, sólo servían para que en los días de sur dieran algún “verdascazo” (#palabruca “verdascazu”) a las viviendas contiguas.
Lejos de ocurrir “de cientu en vientu” (rara vez), los incendios causados o avivados por el “ábrigu” eran muy frecuentes en la ciudad. En la memoria colectiva prevalece que fue un agente fatal en el más grave, el del año 1941. Pero antes de referirme a él, quiero recordar algunos otros:
En 1877 (11 dic.), se incendió una droguería en la calle de la Blanca esquina de Tableros. Quedaron destruidas las casas de los números 17 y 19, y dañadas muchas otras de las calles Ribera, Compañía y Tableros. Para extinguir este incendio, se llevaba agua en barricas en carros conducidos por parejas de “güeis”.
En el “incendiu” de octubre de 1880, Santander perdió tres edificios históricos: la casa del marqués de Montecastro, donde se encontraban el Café Suizo, el Círculo de Recreo, el Club de Regatas y la fonda de Torcida; la casa de Pombo, al norte de ésta; y otra casa de Pombo inmediata donde se encontraba situado el Banco de Santander.
Este incendio causó tan honda impresión, que unos días más tarde, un redactor de “La Voz Montañesa” escribió: “Esta madrugada soplaba el Sur y era de cajón que hubiera incendio. Afortunadamente no pasó de amago. Yo creo que el viento Sur, el día menos pensado ¡Va a prender fuego a la bahía!”.
En octubre de 1890 (día 14), el “ábrigu” fue un factor determinante en el incendio de la casa del número 4 de la calle Isabel la Católica. Murieron cerca de veinte personas “alampaas” (quemadas) o “sepultaas” entre los escombros. Un capitán de Huesca llamado Martín Alvás se precipitó por un balcón con su hijo en brazos.
En octubre de 1891 (día 6), veintidós casas de dos calles de Santander, la calle Cisneros y la calle Monte, fueron borradas del mapa urbano en un incendio. Unas 1500 personas perdieron entonces sus hogares. No hubo víctimas mortales.
En septiembre de 1893, un grave incendio destruyó varias casas de la calle Peña Herbosa, pero lo más grave que aconteció aquel año, sin duda, fue el incendio y explosión del vapor Cabo Machichaco, que tendría lugar el día 3 de noviembre.
En 1893, ya se escribía del “ábrigu” que era un viento “de funestísimo recuerdo para Santander”, pero lo peor estaba entonces por llegar…
A la catástrofe del Machichaco le siguió una mejora sustancial del servicio de bomberos de Santander. En su fundación tuvo un papel destacado el anarquista Emilio Carral, que había perdido a su padre en la catástrofe.
En el siglo XIX, cuando soplaba el “ábrigu”, los retenes de bomberos se instalaban en lugares estratégicos de la ciudad, en previsión de los incendios que pudieran declararse. Para reunirse, se avisaban a toque de corneta. Algunos eran fijos, otros ambulantes.
En 1925, un incendio causado por el sur destruyó los talleres metalúrgicos de la SA Corcho Hijos. Soplaba “juriacanáu”, y dejó imágenes de prensa como las que vemos, de “El Cantábrico” del 23 de octubre.
En alguna ocasión, los daños del “ábrigu” han sido personales. En 1897, Isidoro Obregón, un comerciante de Reinosa, se disponía a entrar en el Café Suizo por la puerta de atrás del Muelle, cuando a causa del viento Sur, esta se cerró con violencia y le amputó un dedo.
Todo esto que he contado, y más, generó amplias antipatías locales hacia el viento sur, del que muchos escritores y escritoras han hablado negativamente desde antiguo, llegando a denominársele “viejo atemorizador de los santanderinos”…
… o “enemigo implacable de los santanderinos” (“El Cantábrico”, 1925). Se ha dicho de él que “troncha, tumba y mata” (1936) y que “las ha hecho muy gordas” (1962). Se le ha llamado “molesto huésped de tras Cabarga” (1896), y también “el mayor bronquista que se conoce” (1931).
José Simón Cabarga, el erudito santanderino, le llamó “el tumbamaizales” (Hoja Oficial del Lunes, 1965).
En alguna ocasión, las gentes de Santander han echado mano del humor para hablar del “sur”. Amadís, que escribía en “La Atalaya”, publicaba con frecuencia versos contra el “ábrigu”, como estos de 1895…
… o estos de 1896…
… o estos de 1897…
Decía otro anónimo redactor del diario “La Atalaya” en enero de 1895: “El viento nos visita en Santander con tan malos propósitos, que se lleva todo lo que puede: paraguas, sombreros, ventanas, tejas. Puede poner un almacén de efectos diversos”.
También recordaban los santanderinos al “ábrigu” en sus dichos, como éste de un redactor de “El Cantábrico”, que escribía en 1935 que las arcas municipales estaban “más limpias que el paseo de Pereda en un día de viento sur”.
En 1918, Esteban Polidura escribió sobre lo mucho que sufrió por el “ábrigu” el “Tío Pío”, un viejo pescador “callealteru” que perdió su “botucu” y todo cuanto poseía en una “suraa” de aquel “añu”. Los montañeses de La Habana le prestaron ayuda y le compraron un bote nuevo.
Así se expresaba en “pejín” el Tíu Píu (“El Cantábrico”, 17 de junio de 1919, p. 1):
Si el “ábrigu” sopla, facilita el “desnieve”, haciendo “atarreñar” lo “neváu” rápidamente, pero ello aumenta también el riesgo de que ríos y arroyos se salgan de sus cauces y provoquen inundaciones, las llamadas “llenas”.
Cuando el sur hace “atarreñar” lo “neváu”, se dice que “echa pa juera al iviernu”. Si no aparece para colaborar con la “limpia” de los suelos, todo el asunto queda en manos del “espaléu”, del quitar la nieve a “palaas”.
“L´ábrigu” que ha “soplau”, “runfáu”, “rutáu” o “bufáu” sobre Santander, también ha servido de inspiración a poetas y a pintores.
En 1949, el poeta José Hierro publicó “El viento sur”, un poema en un pliego editado en Santander junto a un dibujo de Ricardo Zamorano.
En 1935, el poeta santanderino Gerardo Diego publicó “Viento Sur”, uno de los sonetos de su obra “Tres sonetos montañeses”: “Es el viento que encrespa sus bisontes,/ que en bravo alarde de torsión y ultraje/ lomos restalla de olas y de montes…”.
En su libro de memorias “Mi Santander”, el exiliado socialista Eulalio Ferrer escribió del “viento sur que cimbra las ventanas, que ruge por encima de los tejados, que pone tensión en los ánimos, como si fuera presagio de desgracias en el mar, y fuera del mar”.
José del Río Sáinz, “Pick”, escribió varios artículos sobre el “ábrigu”, entre ellos “Greguerías del viento sur” (“La Voz de Cantabria”, 1933) y “El maleficio del viento sur” (“La Voz de Cantabria”, 1935).
Federico Sarmiento le dedicó en enero de 1918 un poema sarcástico, muy de su estilo:
Por su parte, Agustín Riancho (1841-1929), el pintor cántabro de Luena, pintó a finales del XIX (antes de 1890 o ese año) el cuadro titulado “Un día de viento sur en la bahía de Santander”, pero no he podido saber si se conserva y dónde.
En agosto de 1920, el diario “El Cantábrico” publicó “La afición de Barrilete”, un cuento breve de Fernando Segura, “Nostradamus”, en el que habla sobre el viento sur.
No sé si inspirados por el “ábrigu” o por “angún otru vientu”, también han estado algunos cantares de La Montaña. Nel Llano transmite éste en 1922: “A la primer siguidilla/ no la pude dar alientu,/ que al espenzar a cantar/ llevóme la voz el vientu”.
Es bien conocida la canción “Viento sur”, de Chema Puente, de 2007: “Por el portillo Lunada/ entró el viento sur en tromba/ y le cantó a la bahía/ la más bella de las coplas… https://www.youtube.com/watch?v=7RLXWAhhsd0
A pesar de lo dicho, las más de las ocasiones, sobre la “badía” sopla un “vientu calmosu” y está la mar “comu un platu” (llana y calma)… (como la está contemplando esa antropóloga cántabra en esa foto)
No voy a decir gran cosa sobre las gentes de Santander y la “relochura´l ábrigu”, pero sí me gustaría añadir una nueva #palabruca y expresión al respecto: la #ventolaa, que alude a una pulsión súbita. Así la registraba en 1910 Juan Sierrapando en su relato “La Jaldía”…
Acabo este segundo hilo sobre “l´ábrigu” con un “dichu” que transmite Nel Llano en “El sol de los muertos” (1928): “Las güenas obras no las lleva el ríu ni las aventa el vientu”. Si el “jilu” y la “entarajilaúra” te han gustado, y si quieres difundir el #PatrimonioLingüístico de Cantabria, avéntalo.
Nel Llano también habla del llevar “sensaciones de viento sur a los ánimos”, “runfando adentro, en el seno, en la memoria”. Así sea.
(artículo inicialmente publicado como hilo en la red social Twitter el 25 de octubre de 2022)
Ayer, #24Oct, fue el día internacional contra el #Cambio Climático. Hoy publico un macro hilo sobre el #ábrigu y sobre los días de #abriguna/ las #abrigaas ¿Quieres conocer cómo se habla sobre el #vientoSur en #cántabru y en la #LiteraturaEnCántabru? ¡Adrentu jilu!
¿Te interesan nuestro #PatrimonioLingüístico, nuestro #PatrimonioEtnográfico y la #AntropologíaDeCantabria? ¿Te preocupa el #CambéuClimáticu en el #Antropocenu? 🤔 “Nesti tiempu, pol tardíu, pola otoñáa/toñáa”, tenemos en Cantabria días de “abriguna” o “abrigaas” ¿Sabes qué son?
Los días de “abriguna” son días en los que sopla el “vientu”/ “airi”/ “aire” que llamamos “ábrigu”/ “ábregu”, que es el nombre que recibe el viento del sur cálido o muy cálido… #cántabru #abriguna #abrigaa
También se le llama “ábrigu”/ “ábregu” a cualquier viento que sopla del sur, sea más o menos cálido o sea “frescu” / “fríu”, como lo será “nel iviernu” o “nel primovel” al pasar por las nieves de las montañas de las tierras altas del sur de Cantabria.
Nesti tiempu´l tardíu llámase tamién “el vientu las castañas”. También lo es de la maíz/ las panojas, de las alubias/ “fisanis”, de las “nuecis”/ “cucas”…
Esti vientu del sur deja “celajes”/ “celajis” propios (“iscarlatáus”, como se dice en Pas), y le siguen generalmente lluvias. Ya lo dice el refrán: “l´ábrigu no muer de sé” (“no muere de sed”) o “ábrigu de día, agua al tercer día”.
Para describir los cielos del ábrigu, Ralph Penny también registra en Pas el adjetivo “embalancináu”. También se dice en Cantabria “acelajáu”.
Igualmente se dice que de “l´ábrigu nu hay abrigu”, aunque siempre puedo uno hacer, como dice Llano que estaba haciendo el poeta Bartolomé Seco cuando le conoció”, recostarse “sobre el enorme tronco de una cajiga” para protegerse del que soplaba del mar:
Se dice “l´ábrigu abarata la magosta” o que “onde hay güen ábrigu, barata es la magosta”, porque este vientu hace madurar y caer las castañas al suelo. Si hay muchas, serán más baratas a la venta.
Se dice tb: “con ábrigu de invernizu, pon al carrozal el orizu”. Cuando sopla el “ábrigu” “nel iviernu” o en la “invernaa”, para conservar los “irizos/irizus/orizos/orizus” de las castañas se ponen bajo “rozu” en el “carrozal” o “cuerri”, una estructura de piedra.
García-Lomas registra tb.: “Si el ábregu vien de malas, a la mujer y hasta a el pasiego engaña” (1922) o “lleva en el pico las brasas” (1949); “Con ábrego de primavera, pon los frutos en murera”; “Del ábrego y de ligos de esparto, no fiarse dos cuartos”; “Las abrigadas de marzo las sopla el diablo” (1949).
En el refrán Raboti oscuru, ábrigu siguru, probablemente marinero, se mencionan las nubes con forma de rabo que presagian viento sur. “Raboti” es el aumentativo de “rabu”, del término “rabucu de gallu” que registran Pereda y García-Lomas. Sería un “rabu” pronunciado y “renegríu”.
En algunos lugares de Cantabria se le ha llamado el “vientu Castilla” o el “castellanu”. Ralph Penny registró en Pas los términos “castellanu”/“castillanu” y “campurrianu” (de Campoo), y también “airi d´arriba”, común a Tudanca, donde también hizo trabajo de campo.
También se dice “vientu sur” y se dice del período en el que sopla “la suráa”. De ahí la castellanización “surada” que tanto se escucha hoy en Cantabria. Ahora bien, la “suraa” se refiere, con preferencia, al soplar del “ábrigu” con mucha fuerza y a la formación de “juriacanes”.
A veces, los “juriacanes” del “ábrigu” terminan en “virazón” del NO o “galerna”. La voz “juriacán” es un híbrido del americanismo “huracán” y del cántabru “juriacu”, y es una voz cántabra ya empleada por Pereda en 1885, por De la Vega en 1894 y por Galvarriato en 1897.
García-Lomas (1922) registra una expresión para el ábrigu juriacanáu: “Corta más que una rejaza”.
En lo que se refiere al origen del término, hay consenso entre lingüistas: viene del latín “africus”, “africano”. En 1892, el lingüista vasco Pedro de Mugica incluye la palabra “ábrego” en su léxico de “dialecto montañés”, término que a su vez extrae de las obras de Pereda.
En los registros cántabros del Catastro de Ensenada (ca. 1752/53), se le nombra para expresar las “lindes” del sur de las propiedades, a veces como “ábrego” y otras veces como “ábrigo”. Doy dos ejemplos, uno de Santander y otro de Terán (Cabuérniga).
En “El sabor de la Tierruca”, el escritor José María de Pereda dice que “cuando en la Montaña amanece entre estos fenómenos de la naturaleza, todo montañés sabe qué viento va á reinar aquel día; y entonces se llama al espacio brillante rodeado de nubarrones, el agujero del ábrego”.
García-Lomas (1922) explica que este término “agujero del ábrego” es el espacio despejado rodeado de nubarrones, y que el término se usa en Polancu y en Reocín.
Aclara Pereda que “los campesinos montañeses, los de la región central, por lo menos, llaman ábrego al viento del Sur”. En el ALECANT se registran varias variantes, en todo el territorio de Cantabria.
Cuando sopla el ábrigu y es muy cálido, hace “bichornu” y está una “abichornáa” / unu “abichornáu”.
De la relevancia cultural de este viento da cuenta el hecho de que aparezca con bastante frecuencia en la literatura cántabra.
En 1908, el escritor campurriano “Higedo”, habló del “ábrego rutón”: en cántabru, p. ej. el “vientu”, el “ríu” y el “molinu”, “rutan”. En un texto de 1936 (“La risa y la burla”), Llano escribe que el otoño es un “pastor enfadado, rutón, triste, que anda a varazos con las quimas».
Para Pereda, este viento “bufa”, “muge” y “ruge” cuando sopla huracanado. Ante sus bufidos, dice Pereda, todo el mundo se “tranca” por dentro “á llave y palanca”.
También se ha escrito sobre la “runflaera”/ “runfaera” del “ábrigu”, porque “esti vientu” y otros también “runflan” o “runfan”, como dejó escrito Nel Llano en “La mano escondida” (1935).
En un texto de 1895, de un escritor que usa el pseudónimo de “Colás”, podemos ver esta expresión: “así es que ando como el ábrigu, chocolándome en toas las casas onde sé que salcuentra aquel libru” (La Atalaya, 19 de febrero de 1895, p. 2). “Chocolar” es entrar de súbito.
En un relato de ese mismo año de José Antonio Galvarriato, un escritor de Cabezón, podemos ver otra expresión: -Hombre, Campanucos- le dijo después uno de los parroquianos- ¿qué mal ábrigu sopla que te trijo por estos andurriales?” (“La puja”, La Atalaya, 14 de enero de 1895).
A este viento se le atribuyen no pocos trastornos anímicos: se dice que “arrelocha”, que pone a la “genti relochu” (“atontáa”, loca). El escritor cántabro Juan Sierrapando traslada en 1918 la expresión ponerse “más aventáu que un juriacán”, donde ponerse o estar “aventáu”, o serlo, es “alterarse”. Se dice también “es cumu el ábrigu” del inquieto o del que se alborota.
Del ábrigu y la genti relochu escribe Raúl Molleda en este artículo en cántabru:
“A quien Dios quiere ayudar, hasta el ábrego le atropa la hierba”, un refrán que García-Lomas considera “pasiego y montañesísimo proverbio”. Un dichu que tira de ironía, claro está, porque el ábrigu más que “atropar”, lo que hace es “cernélu tóo” y “aventar” polvos y cabezucas.
Decía el escritor Antolín Cavada en un texto de 1924, que la noche abriguna es de temer porque “las brujas y trasgos de la aldea, parece que vienen a celebrar sus misteriosas reuniones” en el esquinal de la casona. Eso temía el escritor, dentro de su “cama de soltero”, que “temblaba y se bamboleaba” ¿por el vientu? (La Región, 7 de noviembre de 1924).
Nel Llano nos ha legado información sobre algunas creencias relativas al rutar del ábrigu. En “El sol de los muertos” (1928) escribe sobre una “piedrona” que es en realidad una moza a quien una anjana castigó de vuelta de la romería de Obesu, petrificándola con su picaya de plata: “Y diz que algunas noches, cuando ruta el ábregu, metiéndose en las canalonas y en las hoces, se oye adrento de la piedra una vozuca que llora y que reza como piendo perdón”.
Al mencionar la hoguera de los puertos de Palombera alrededor de la que danzan los sábados las “doncellas del diablo”, entre cuyas llamas asoma el diablo horca y cuernos, Nel Llano dice que la persona que contemple aquella lumbre morirá abrasada al año justo y cabal, lejos del pueblo, una noche de ábrego. Hay solución:
A propósito de lo cultural, Nel Llano nos recuerda en 1933 (“Lo viejo en lo nuevo”) que “los hitos del tiempo eran los motivos transcendentales de la naturaleza en lo anodino del pueblo”, que “no importaban los días ni los meses”, y que “se decía la época de los vendavales (…), de la siega, de las panojas, de las nueces, de las magostas, del ábrego”. Todo el tiempo, “sin hitos numéricos de calendario”.
Pick escribió que la noche de marzo de 1906 en que murió el escritor cántabro José María de Pereda, al final de un invierno pródigo en tempestades, “apuntó el ábrego soplando sus pulmones de gigante” y que “el ambiente de la ciudad era húmedo y triste como el de una casa con goteras”.
Pedro Sánchez dice de Santander en 1890, que “el ábrego la hermosea (…) porque muda millones de veces la faz de su cielo, porque aventa los polvos que se detienen en los prados, porque marca más el contraste entre las luces y las sombras”.
Llano dice del ábrigu en uno de sus relatos (“Esbozos. La leyenda de un poeta emigrante”) (1929), que “rastrillaba los brezos y sacudía los argomales”, y en otro (“Pasó un murciélago…”) (1930), que “zarandea los árboles y se mete por postigos y troneras”.
Concha Espina escribe, en “El Jayón”, que el ábrego “salta”, “bufa” y “barre” las nevadas, y en sus “Pastorelas”, que el ábrego “puede levantar en los días primerizos de marzo” y “temblar la atmósfera y limpiarla de maravillosa manera”, y que el ábrego, “férvido y purificador, suele convertirse en lluvia”.
Acabo el hilo felicitando a quienes han tenido gestos públicos importantes para caltener la #palabruca, la revista cultural L´Ábrigu; el Espeleo Club Ábrigu; y la Banduca L´Abrigu @bglabrigu. También la bolera El Ábrego, de Cortiguera, y a Teatro Ábrego S.L. de Pati Domenech.
Pero pongo punto y seguido… En unas horas escribo más cosas sobre las «abrigaas» y las «suraas» en la «Badía Sanander».
Hoy escribo sobre algo que ocurrió en Cantabria en septiembre de 1807 para hablar sobre migración, pobreza, trabajo, accidentes laborales y vueltas a casa.
En septiembre de 1807, un hombre llamado Pedro González, de cuarenta y tantos años de edad, de Balmori, una aldea del concejo de Llanes, Asturies, resultó herido en el incendio de la tejera de la ciudad de Santander en la que trabajaba, y, al parecer, inició sólo y herido un viaje de vuelta a su aldea que no pudo completar. No se sabe a ciencia cierta si se apeó en la venta de Cildá (Fresneu, conceju de Rudagüera, Alfoz de Lloreu, Cantabria) voluntariamente o no, pero allí pasó tres días antes de morir, asistido por el cirujano y el cura de Rudagüera.
Juan Domingo Gutiérrez de Celis, el cura del conceju de Rudagüera, escribe lo siguiente en su registro de defunción.
«En la iglesia parroquial de Santa María Magdalena, concejo de Rudagüera, a 29 de septiembre de 1807, yo el infrascrito cura beneficiado de ella di sepultura eclesiástica el cadáver de un pobre que murió en la venta de Cildad, término de dicho concejo en el 28 de dicho mes y año, y le administré la extremaunción y aplíquele la indulgencia pro articulo mortis, y le auxilié, y de cierto no sabe ni como llamaba ni de donde era, que no habló palabra ni señas en tres días que estuvo accidentado. La primera noche dijo venía de la tejera de Santander, la que se había quemado, y tenía él mismo tres quemaduras en la cara, y le reconoció el cirujano, que mandó darle la unción, se ha preguntado a pasajeros si le conocían y uno dijo que le parecía era de Balmori, Obispado de Asturias, y que se llamaba Pedro González, no dijo si era soltero o casado, representaba como cuarenta y más años, sólo traía una camisa vieja y otras cosillas de ningún momento ni rosario. Su cadáver yace sepultado en la cuarta, digo segunda, fila hacia la puerta principal de dicha iglesia, lado de la epístola, pegada a dicha puerta, por la que se deben dar seis reales a la fábrica, y se pagará si dejó cosa que se remate, y a próximo correo escribo al párroco de dicho Balmori dándole parte, y para que conste lo firmo en dicho día mes y año…”.
Tal y como vemos, el párroco apunta lo que Pedro le debe a la iglesia por su sepultura, se refiere a la posibilidad de subastar sus bienes para pagarlo (estos «remates» se solían hacer a la salida de la misa, tal y como he visto en algunos otros documentos), y hace notar los bienes que llevaba el hombre consigo, probablemente para dar idea de que no hay gran cosa que subastar: una camisa vieja, cosillas «de ningún momento» (de ninguna importancia), y «ni (siquiera un) rosario». También señala que va a escribir al párroco de Balmori, aunque no queda claro si para comunicar la muerte a sus familiares, para cobrar la sepultura o las dos cosas.
Hay una anotación al margen, seguramente posterior en el tiempo, que dice que «dejó la limosna de la sepultura que se distribuyó en almidón para la ropa de la iglesia».
Pedro González, asturianu, obrero y migrante, en situación de pobreza, no llegó a su aldea, y está enterrado, si es que sigue allí, a nueve kilómetros de mi pueblo, en la preciosa iglesia de las fotos. Hoy en día le quedaban 68 kilómetros y una hora de viaje en coche.
La fotografía de la iglesia de la Madalena de Fresneu procede de la página web del ayuntamiento de Alfoz de Lloreu.
Hoy dedicaré mi artículo en La Murria a la “resurrección” de un escritor de origen cántabro que pasó una parte de sus días en Cades, el pueblo natal de su padre; que fue enterrado en Bielva, el pueblo natal de la mujer con la que contrajo matrimonio; y que escribió, al menos, un texto en cántabru, en su variedad lingüística occidental. Se trata, además, de uno de los pocos jándalos que nos han legado una cierta producción literaria, pues Fausto Suárez y Pérez, de quien escribiré, había nacido en Rota, en Cádiz, y había regresado desde Andalucía a Cantabria en su juventud. Desde posiciones políticas liberales, Suárez y Pérez publicó en prensa numerosos artículos en los que examina de forma crítica las culturas políticas tradicionales en el rural cántabro, un tema que trata de forma literaria en el relato en cántabru que daré a conocer aquí.
Este artículo aborda un capítulo más de la Historia de la Literatura cántabra en cántabru, y por más que sea breve, es un capítulo interesante de una Historia que aguarda luz en penumbra y que es muy digna de ser recordada en su complejidad en el presente. Esta Historia es, como creo que se verá en este y en otros artículos que voy a publicar en La Murria en los próximos meses, una parte muy importante de nuestro patrimonio histórico y cultural que ha sido ampliamente invisibilizada. Escribo sobre ella porque estoy convencida de que la deberíamos oxigenar con mayor insistencia y sin prejuicios si queremos (re)conocernos mejor, pero también para cooperar en la transmisión de un legado cultural con el que podemos contar en Cantabria en el presente y para el futuro.
Tal y como he dicho, el escritor en el que me centraré hoy era hijo de cántabro y cántabra, había nacido en Andalucía y, de vuelta en Cantabria, se había instalado en el pueblo de Cades, de donde era natural su padre. Fausto Suárez y Pérez nació en 1871 en Rota, Cádiz, y murió en Donostia/San Sebastián, el 28 de septiembre de 1935. La obra en la que voy a centrar este artículo es un relato titulado “Un elector de mi pueblo”, un relato que Fausto Suárez escribe en buena parte en cántabru. Su tema, bastante interesante, es el caciquismo y la apropiación del voto rural en la época de las elecciones generales de marzo de 1893 convocadas por Sagasta, en los años de la Restauración borbónica. Unas elecciones que ganaron los liberales dinásticos, las filas en las que precisamente militaba el autor del texto.
Para muestra del texto del relato, que incluyo completo ilustrando esta entrada, y también de la modalidad del cántabru occidental que transmite, copio aquí un diálogo entre el Tiu Paquete, el hombre que trata con los electores y consigue los votos para el cacique, llamado don Pepitu, y la hija del Mellao, el poseedor del voto del que se quiere apropiar ese día:
-¡De rabia! ¡Lástima negra! Andáis muy rivueltos á cuenta de eso; pero, paezme, tiu Paquete, que ganáronle la vez; ah, eso sí; porque ya vino el otru día Grigoriu pa que votara por esi de las barbas, y jartu sea que mi padre no se comprometiera.
-¡Ah recongrio! Pos mira, que jacer, jízola güena; yo te lo prometo; mira, recongrio, que tu padre lleva los praos y las tierras de don Pepitu, y como no li dé el votu, se los quita sin aquel de denguna cosa.
-Esa sí que será gorda ¡Demoñu! Pos mire ¿pa qué no avisó primeru? Dimpués, en último de tó, no faltarán tierras y praos onde romper el cuerpo; pero, sobre tó, ahí está él y dígaselo.
Este es el relato:
«Un elector de mi pueblo», de F. Suárez y Pérez, publicado en El Atlántico, el 25 de marzo de 1893 (pp. 1 y 2).
Fausto Suárez y Pérez nació en Rota (Cádiz) en 1871. Su madre, Rosa Pérez de la Canal y de la Vega, que era de Lamadrid (Valdáliga), murió en Celis en mayo de 1924, probablemente al cuidado de su hija Nemesia, que vivía en aquel pueblo. A la muerte de su padre, que era de Cades, Fausto, su hermana Nemesia, y su madre, Rosa, se trasladaron desde Rota a esa localidad del valle de Jerrerías. Años más tarde, Fausto y Rosa compartirían la propiedad de la casa familiar de Cades. Su traslado debió de producirse en el año de 1876. A pesar de vivir la mayor parte de su vida en diferentes localidades de Castilla, de Asturias y del País Vasco, Fausto continuó acudiendo periódicamente a Cades y a Bielva, a su casa familiar en el primer pueblo, y a la casa familiar de su esposa en el segundo. Su hija Angelita fue enterrada en Bielva en septiembre de 2011. Su padre, Fausto Suárez, jándalu, pero denominado a veces “indianu” en el valle, como más tarde lo sería él, era, como he dicho, del pueblo de Cades. Algunos problemas de salud que Fausto tuvo en la niñez le impidieron obtener el Bachillerato antes de 1891, pero en sus años universitarios obtendría su licenciatura con buenas calificaciones.
Fausto estudió abogacía, se licenció en Derecho en la Universidad de Valladolid (1896) y ejerció como notario en diferentes localidades peninsulares: en Gómara (1900 o 1901), Santa Cruz de Campezo (1901), Pancorbo (1905), Mondáriz (1906), Cevico de la Torre (1906), Panes (1908), Pola de Sieru (1927), Cartagena (1930) y San Sebastián (1935).
El Eco de los Valles, 30 de marzo de 1908.
En 1906, Fausto Suárez escribe unas bellas líneas sobre lo que supone para él vivir lejos de su tierra, La Montaña/Cantabria:
“En brazos del Destino y cumpliendo la ley física de la necesidad en la lucha por la existencia, y la moral que nos compele a ser ciudadanos útiles a la patria, hemos abandonado otra vez el país de nuestros afectos; el solar sagrado, para nosotros, de nuestros mayores; la tierra bendita donde nacieron nuestras hijas, las aldeas hermosas y los risueños valles de la Montaña, que tantos recuerdos tiernos encierra para nosotros, que tantos afectos gratos guarda, para nuestra alma, entre las arrogantes montañas y selvas bravías que le dan el santo nombre de Montaña (…) ¡Es verdad! La ausencia es como poderoso acicate que excita el amor al terruño y como irresistible incentivo que aviva nuestro corazón dolorido al faltarle el medio ambiente de sus placeres santos: del bello, del incomparable, del sublime amor regional, del imán potente de nuestra tierra. Y, desde aquí, comprendemos nosotros, explicándonoslo a la claridad de racional luz meridiana, ese cuidado, ese interés, ese amor que los emigrantes de acá y de aliende los mares profesan a nuestros Valles inolvidables, y que se trasluce para todos los pueblos en obras maravillosas (…)” (“Laboremos”, El Eco de los Valles, 30 de agosto de 1906).
En enero de 1897, a su regreso de Valladolid a Jerrerías, Fausto Suárez se interesó por la política del distrito de Cabuérniga y pasó a formar parte de un Comité liberal-dinástico local que se constituyó en Celis, en el valle cántabro de Jerrerías/Herrerías, parte de aquel distrito. Su presidente era Manuel Gutiérrez Palacios, y formaban parte de él Feliciano de la Torre, Gervasio de la Torre y Pérez, Ignacio Ruiz Escandón, Adriano Martínez, José Suárez y Fernando González. Fausto era el vicepresidente, y con el tiempo sustituiría a Manuel Gutiérrez en la jefatura del partido. En el marco de su actividad política de ese mes y año de 1897, Fausto pronunció un discurso muy aplaudido en Celis en el que profirió grandes elogios al exdiputado por el distrito de Cabuérniga, del que formaba parte el valle. Los miembros del recién creado comité se habían reunido en Celis, en uno de los salones que tenía la finca que poseía Manuel Gutiérrez Palacios, vecino de Bielva, a orillas del Nansa. Gutiérrez había engalanado su casa para la ocasión con profusión de colgaduras, gallardetes y banderas. En el salón había un retrato del rey Alfonso XIII, y tres notables cántabros: José Garnica, Agustín Cortines e Higinio A. de Celis Cortines. La renuncia de Fausto Suárez a la política local llegó en 1900, al ser nombrado notario. En cualquier caso, en su haber político se han de contar varias acciones de interés en el Nansa, como la creación de la escuela de Casamaría, y el trabajo, que luego completarían sus correligionarios liberales, para la fundación de la escuela de Camijanes o para la fundación de una escuela de niñas en Celis. También desempeñó el cargo de juez municipal de Rionansa, un cargo para el que llegó a ser reelegido, y trabajó para que en Celis fuera realidad la traída de aguas.
Cades.
El 15 de junio de 1901, Fausto contrajo matrimonio en la iglesia parroquial de Bielva con una mujer de aquel pueblo llamada Eloísa Gutiérrez González. Era hija de Juan Gutiérrez de la Torre, un acaudalado comerciante de Bielva, y de Cándida González del Quintanal (m. en Bielva en 1928). Fausto Suárez era por aquel entonces notario en la localidad soriana de Gómara, su primer destino, previo al que obtuvo en el mismo año de 1901 para ejercer en Santa Cruz de Campezo, en Araba/Álava. En su luna de miel, los recién casados visitaron el santuario de Covadonga, y Oviedo y algunos otras localidades de Asturies.
Fausto Suárez y Pérez vivió en Panes entre 1908 y 1927. Allí, además de ocupar la Notaría de la localidad, ejerció como abogado. Allí participó también en una sociedad benéfica que se llamaba “Asociación benéfica de Traída de Aguas del Cubo”. En octubre de 1924 fue nombrado secretario de la agrupación de la Unión Patriótica en Panes. También participó en la fundación de un Sindicato Agrícola Católico en Peñamellera Baja. Esto es interesante, ya que Suárez también había sido presidente de un “Círculo de la Amistad” en Cevico de la Torre, en Palencia, que luego se transformaría en “Sindicato Agrícola de Cevico de la Torre”, primero bajo su dirección, y luego bajo su presidencia honoraria. En 1927, Fausto recibió un ascenso y fue nombrado notario de Pola de Sieru, donde participaría en algunas de las actividades del Ateneo y donde llegaría a ser presidente de esta institución. En Panes se le despidió con un gran homenaje.
En 1930 se le trasladó de Pola de Sieru a Cartagena, y en 1935 a San Sebastián. Suárez sólo ejerció su actividad notarial en esta ciudad del País Vasco durante unos meses, ya que falleció en ella el 28 de septiembre de aquel mismo año de 1935. Su cadáver fue trasladado desde allí a Cantabria y fue enterrado en Bielva el domingo 29 de septiembre de 1935 en el panteón familiar. Su enfermedad, y luego su muerte, fueron, según algunos diarios cántabros, muy sentidas entre los vecinos de Jerrerías, de Rionansa y de Peñamellera Baja. Ignoro si aún se conserva su sepultura. Quizá alguna lectora o lector que viva en ese pueblo cántabro pueda comprobarlo estos días…, y quizá el Ayuntamiento de Jerrerías pueda mostrar algún interés en dar a conocer, a quienes habitan sus pueblos en el siglo XXI, a este paisanu que vivió entre el siglo XIX y el XX, y que forma parte de la Historia política y cultural del valle.
Fausto Suárez mantuvo toda su vida estrechos lazos políticos con las agrupaciones liberales de Cantabria. De hecho, en 1913 participó en un banquete en el que se celebraban los éxitos electorales recién obtenidos en el distrito de San Vicente-Potes, que incluyó una suerte de homenaje al diputado a Cortes Pablo Garnica. Fausto Suárez acudió representando a Jerrerías, e Indalecio Cortines, que era notario como él, y que había sido testigo en su boda, acudió representando a Rionansa. Celebraban, en esa ocasión, la derrota de los conservadores, que ansiaban hacerse con ese bastión cántabro liberal, y no lo habían conseguido. Para lograr esa derrota, los liberales se habían unido a los católicos. Aunque ese día Samot, el conocido fotógrafo cántabro, hizo algunas fotografías del banquete liberal y de los asistentes a él, no he podido dar con ninguna de ellas.
En los años treinta, Fausto y su familia pasaron los veranos y otros períodos vacacionales en Bielva, a donde viajaron primero desde Cartagena y luego desde Donostia/San Sebastián. A Fausto Suárez y Pérez le sobrevivieron tres hijas: Eloísa, María de la Salud y Angelita. Su hija Salud contrajo matrimonio con un hombre llamado Basilio Gutiérrez y Suárez. Su hija Angelita, como he dicho, fue enterrada en Bielva. En el Catálogo de Bienes de Protección del Plan General de Ordenación Urbana de Herrerías, Eloísa Suárez Gutiérrez aparece como propietaria de una vivienda singular, que quizá es la casa familiar. Es la vivienda de las fotografías.
Google Street View, 2011.
Fausto Suárez publicó numerosos textos en la prensa cántabra. Tal y como ya he dicho, el que incluyo aquí hoy se titula “Un elector de mi pueblo”. Fue publicado en el diario El Atlántico en Santander el 25 de marzo de 1893. También es de su autoría “Ofrecimiento de las flores a la Virgen de Cades”, publicado en La Atalaya el 20 de junio de 1893. Este texto fue escrito en Cades el día 12 de aquel mes y año. Fausto Suárez también fue colaborador de una revista decenal que se publicó por iniciativa de José F. Tarno en Panes: El Eco de los Valles. En ella publicó varios textos, como uno en homenaje al médico Eugenio Gutiérrez y González de Cueto (1851-1914), el Conde de San Diego, natural de Puente San Miguel, del que extraeré más adelante algunos fragmentos.
Algunos de los textos publicados por Suárez en la revista El Eco de los Valles tienen un marcado tinte político y jurídico, como el titulado “La Abstención”, que ve la luz en el número del 30 de mayo de 1907, y el titulado “La Justicia Municipal”, que se publica en tres partes en octubre de ese mismo año de 1907. En otros textos, Suárez deja ver sus inquietudes sociales, como en los titulados “El hambre a la vista”, publicado el 10 de septiembre de 1906; “Sin Remedio”, publicado el 20 de septiembre de 1906; e “Insistimos”, publicado el 10 de octubre de 1906, en los que aborda la cuestión del hambre y el capitalismo en los valles de su entorno inmediato:
“Ayer (…) te decíamos, con rústica franqueza, que el ganadero montañés se hallaba a las puertas de la miseria; que el vaquero de nuestros invernales ni tendría borona para él y sus hijos ni dinero con el cual adquirirla (…)”. Estos que he mencionado son sólo unos pocos de los muchos que Suárez publicó en esta revista de Panes que tanto estimuló la producción literaria y periodística en ciertos valles occidentales de Cantabria y orientales de Asturias, y que tanto apreció los escritos sociopolíticos del liberal Suárez: generalmente, fueron incluidos en la primera página de la publicación, algo que deja ver el grado en que Tarno, el director de esta revista, valoró el pensamiento político de Suárez y la recepción que podía hacerse del mismo entre sus lectoras/es.
Tal y como se puede ver en los fragmentos del texto de Suárez sobre el Conde de San Diego que he recortado, de enero de 1908, Fausto Suárez se refería a nuestra tierra, alternativamente, como La Montaña y Cantabria, y a sus habitantes como montañeses y cántabros. Una evidencia más, y harto elocuente, del modo en que se mantuvo el etnónimo y su gentilicio en tiempos preautonómicos, y de la que dejo constancia aquí para las muchas lectoras y lectores que me consta que están interesadas/os en ello.
El Eco de los Valles, 1908.
No ha de extrañar que el tema del relato del que escribo hoy, que discurre escrito en cántabru, y reflejando Fausto varios rasgos lingüísticos de una modalidad lingüística que debía de conocer muy bien, sea el tema del caciquismo. Ya en su época, en un perfil biográfico que se hace de él en la revista comarcal El Eco de los Valles, su redactor señala que Fausto Suárez no había desarrollado sin inquietud su labor notarial en Santa Cruz de Campezo… “donde el espíritu de aquellas gentes sumidas en legendario caciquismo, no se amoldaba al amplio y liberal del señor Suárez, quién trasladado a Pancorbo en 1904 y hallando al pueblo dividido en dos bandos, y requerido por los neutros (abogado, médico, boticario, curas, propietarios y maestro) tuvo algunos rasgos de entereza que le proporcionaron la estimación de tan valiosos elemento, y propuso la creación de un Círculo apartado de la política, cuyo reglamento redactó, siendo nombrado Vicepresidente; Círculo que perdura y que tiene vida pacífica y próspera” (El Eco de los Valles, 30 de marzo de 1908).
Fausto Suárez no es el único escritor de los valles occidentales de Cantabria que aborda la cuestión del caciquismo en esos años de la Restauración. Para polemizar con él, Juan Gutiérrez de Gandarilla, el escritor del pueblo de Gandarilla, también autor de textos literarios escritos en cántabru, publica en mayo y junio de 1906 en El Eco de los Valles una interesante tribuna libre sobre “El caciquismo rural”. Gandarilla responde a uno de los textos de Fausto Suárez que mejor resumen lo que piensa sobre el obrar de los caciques rurales, el titulado, a modo de recapitulación, “Resumiendo”. Allí, Fausto escribe:
“¡El obrar de nuestros Ayuntamientos no nos ha satisfecho! Salvo acaso una excepción, poner a un lado la creación de unas escuelas en Herrerías y Rionansa, y ved, observad atentamente ¿Qué han hecho durante el pasado bienio de notable nuestros Ayuntamientos? ¿Su acción a donde se ha dirigido? ¿La inteligencia de las personas que los forman donde se ha manifestado en proyectos de pública conveniencia? Lo ignoramos ¿Es que no disponen de medios para ello? No, es que nuestros Ayuntamientos se hallaban influidos por el caciquismo; es que nuestros Ayuntamientos vivieron la santa rutina de nuestros mayores; es que nuestros Ayuntamientos fueron condenados a la inacción; es que nuestros paisanos directores de la cosa pública local no quisieron manifestar el poder de su inteligencia traduciéndole en proyectos de alabanza general; es que, cuando se consiente que brille, todo se quiere abandonar a la iniciativa particular ¡Medrados tiempos estos que corremos!” (“Resumiendo”, El Eco de los Valles, 30 de diciembre de 1906).
Es una verdadera lástima que no contemos con una monografía de síntesis que explore con exhaustividad la Historia política de Cantabria en la contemporaneidad, y que incorpore un examen del pensamiento político que elaboraron, y que dejaron por escrito, figuras sociopolíticas como la de Fausto Suárez. Los artículos que publicó en El Eco de los Valles, y que examinan las raíces de unas formas de actuar en lo político que aún son rememoradas y reconocibles, están esperando a las investigadoras/es interesadas/os en este período y en estas cuestiones. Espero que no esperen por mucho tiempo.
Hoy voy a publicar una breve semblanza biográfica y tres relatos de costumbres de tema montañés, de indudable interés lingüístico, de uno de los pocos escritores republicanos que escribió literatura en cántabru, o haciendo uso del léxico cántabro. Se trata del santoñés Eduardo de la Vega Zorrilla. Le pierdo la pista en los años de la Guerra Civil, pero su ficha se conserva en el Centro Documental de la Memoria Histórica.
Eduardo de la Vega Zorrilla nació en Santoña en una fecha de la primera o de la segunda mitad del siglo XIX que aún desconozco. Era hijo de Pedro de la Vega y de Tomasa Zorrilla Gutiérrez, y hermano de María Pascuala (m. antes de 1894), de Nicasio Fermín (m. en 1894), de Casimiro (m. en 1900, a los 34 años de edad) y de Amalia (m. 1905).
Eduardo era ingeniero de montes, pero también se dedicaba a la escritura. En enero de 1886 publicó cuatro artículos sobre gestión forestal en el diario El Correo de Cantabria. Se trata de los titulados “La venta de los montes”, en los que defiende su postura contraria a la venta de los montes del Estado. Ese mismo año publicó un nuevo artículo de tema forestal en El Aviso. En 1891, publica de nuevo un texto en la prensa cántabra, esta vez sobre teatro en El Atlántico. Al año siguiente, 1892, también publica textos sobre cuestiones forestales en diarios de Madrid como La Correspondencia de España, que le reserva unas “Notas forestales” en su primera página, donde ven la luz textos como “El cuento del pino” o “La carta del pueblo ó un deslinde aprovechado”.
Eduardo de la Vega promovió la erección de dos estatuas en Santoña; una en honor a Juan de la Cosa, en 1892, y otra al primer Duque de Santoña.
Eduardo de la Vega debería formar parte de la nómina de escritores cántabros que escribieron relatos de los denominados “de costumbres”, pero, por alguna razón que desconozco, sus obras son sistemáticamente ignoradas por todos los antólogos que hablan del costumbrismo. No aparece siquiera en la nómina de los muchos émulos que tuvo José María de Pereda, pero Eduardo de la Vega, sin duda, ha de contarse entre ellos. Los tres relatos con los que he dado aparecen bajo el título “Bocetos de La Tierruca” en diferentes periódicos de Madrid: el titulado “Los de Laredo” en el diario ilustrado El Globo del 10 de septiembre de 1891; el titulado “La Galerna” en la revista semanal ilustrada La Gran Vía del 18 de marzo de 1894; y el titulado “Idilio y drama” en la misma revista el 28 de julio de 1895. Se trata de relatos breves y, como se puede ver, van acompañados de ilustraciones. “La Galerna” también será publicada por El Correo de Cantabria el 20 de abril de 1894.
En enero de 1892 publica en La Correspondencia de España el relato titulado «Notas forestales. El cuento del pino». Ese mismo año, en junio, en idéntico diario y sección aparece el relato titulado «La carta del pueblo o un deslinde aprovechado». En 1894, Eduardo de la Vega publica el relato histórico “Las tres cruces” en la Revista de Gerona. Está protagonizado por el Tío Lechuzo, alcalde de Portilleja, y por Maloshechos. Este relato también será publicado por La Región extremeña el 8 de octubre de 1898.
En 1900, si no antes, Eduardo de la Vega se traslada a Jaén, donde trabajará como ayudante de montes. Forma parte de la Sociedad de Tiro Nacional, es parte de la junta directiva de esta sociedad en Jaén, y trabaja como redactor para los diarios La Unión y La Lealtad de Jaén. Sigue publicando algunos artículos de tema agrario, forestal y político en la prensa de Madrid, como uno en 1904 en La Correspondencia de España o dos, en 1917, en la revista La España forestal. También publica en otros diarios peninsulares como El defensor de Córdoba, El Guadalete y El Diario de Tortosa.
Hacia 1900 empieza a publicar en El Avisador. De junio de ese año es un cuento militar titulado “El Capitán Alfau” y subtitulado “Episodio de la primera guerra de Cuba”. En 1906 publica “Recuerdos de Semana Santa” (21 de abril, El Avisador). Este relato también verá la luz el día 31 de marzo de 1917 en un número de la revista La Montaña, editada en Cuba. De 1906 también es su artículo “Allá va la nave…”, en el diario republicano El Radical.
Tan sólo he encontrado tres textos suyos firmados con el pseudónimo “Juan de Arnuero”: “Un valiente”, de tema militar, publicado en el diario republicano La Región extremeña el 26 de mayo de 1898; “Algo sobre sitios y bombardeos”, también de tema militar, publicado en el diario político El Liberal el 3 de julio de 1898; y el ya citado “El Capitán Alfau”.
Incluyo aquí, para quien quiera leerlos, tres de sus relatos costumbristas de tema cántabro.
En primer lugar, el titulado «Bocetos de la Tierruca. Los de Laredo»:
En segundo lugar, «Bocetos de la Tierruca. Idilio y drama»:
La Gran Vía, 28/07/1895. BNE.
En tercer lugar, el relato titulado «Bocetos de la Tierruca. La Galerna»:
Hasta donde yo sé, el perfil literario de la escritora cántabra María Josefa de La Herrán Diparraguère (Santander, 1873-Ciudad de Mexico, 1910), autora precoz de varios textos publicados en la prensa cántabra y en revistas literarias de Madrid y Barcelona, es totalmente desconocido en Cantabria. Esto no ha de extrañarle a nadie, siendo tan escaso el número de trabajos que estudien la literatura escrita por mujeres cántabras en el pasado, y teniendo en cuenta lo poco que interesa la historia cultural de Cantabria en la actualidad.
Tal y como explicaré en este artículo, María Josefa de La Herrán Diparraguère publicó varios textos literarios en la prensa en su primera juventud. Apenas tenía quince años de edad cuando en 1888 su relato titulado “Historia de una corteza de pan” fue premiado en la escuela laica santanderina donde estudiaba, la primera de cuántas fueron fundadas en la ciudad, impulsada por librepensadores republicanos y masones de Santander unidos en la Asociación de Enseñanza Laica. Al parecer, Marcos Linazasoro, el director de la escuela, envío el texto literario de María Josefa de La Herrán a la revista Las Dominicales del Libre Pensamiento, que seguía con interés las actividades de los librepensadores cántabros, y que lo publicó bajo el título “Historia de un grano de trigo contado por él mismo”. Un par de años después, en 1890, María Josefa publicó un texto de carácter humanista en el diario político republicano La Voz Montañesa, en Santander.
Dos textos de María Josefa de La Herrán serán publicados en revistas de librepensamiento editadas en Madrid y Barcelona, respectivamente: el mencionado en la citada Las Dominicales del Libre Pensamiento, dirigida por Fernando Lozano “Demófilo” (1844-1935) y por Ramón Chíes (1846-1893), y otro, del que hablaré a continuación, titulado “La cama de matrimonio”, en el semanario espiritista La Luz del Porvenir, dirigido por Amalia Domingo Soler (1835-1909). Esto, y algo más que explicaré en este artículo de hoy, hace de ella una de las pocas escritoras cántabras progresistas de los siglos XIX y XX, y una de las más precoces de toda la Historia de nuestra literatura: jovencísima entre muchas de las escritoras cántabras que siendo muy jóvenes aún, hemos sentido la necesidad de expresarnos a través de la literatura y de compartir nuestros textos literarios con otras personas. Por tanto, María Josefa de la Herrán Diparraguère bien puede contarse a partir de hoy entre nuestras referentes, no sólo por las circunstancias en que se dedicó a la práctica de la escritura literaria, a las que ya he aludido y que explicaré a continuación con más detalle, sino muy especialmente, y como ampliaré en este artículo, por el contenido de sus escritos.
La hija del librepensador republicano
María Josefa de La Herrán Diparraguère (o María Josefa Herrán, como suele firmar en prensa en su época) no es conocida, pero sí lo es su padre, el político republicano cántabro José María de La Herrán Valdivielso, del que han escrito algunas cosas puntuales algunos investigadores en fechas relativamente recientes. Julio de la Cueva Merino, en su examen histórico del anticlericalismo cántabro (Clericales y anticlericales: el conflicto entre confesionalidad y secularización en Cantabria, 1875-1923, Santander, 1994), se refiere a él como representante en Cantabria del partido republicano histórico de Emilio Castelar, y alude a la actividad de Herrán como director de su órgano de prensa, el periódico bisemanal La Montaña (1881-1882). También menciona Julio de la Cueva la vinculación de Herrán Valdivielso con la Institución Libre de Enseñanza, el proyecto pedagógico inspirado en el krausismo, de la que era accionista en 1876 (y al menos hasta 1883), y la polémica religiosa que originó su publicación de un Comunicado sobre la Historia del Papado en El Aviso en 1878. Julio de la Cueva también opina que, si Herrán Valdivielso no era masón, sí debía de mantener buenas relaciones con la masonería local. En un artículo publicado en la Hoja Oficial del Lunes del 20 de noviembre de 1972, el periodista santanderino José Simón Cabarga (1902-1980) considera que Herrán Valdivielso era “inquieto, revoltoso, librepensador y otras cosas más”, y señala que quiso “dirigir la rama desgajada del partido democrático-progresista, y recoger la fracción disidente que había defendido “El Diario de Santander”, es decir, el partido republicano histórico liderado por Emilio Castelar (1832-1899). Explica Simón Cabarga que, para ello, Herrán lanzó La Montaña, una publicación de la que verían la luz únicamente 125 números porque Herrán acabaría “abrumado por el anatema de excomunión que sobre él cayó”. En realidad, fuentes de la época señalan que Solinís dejó de imprimir La Montaña por las presiones recibidas de su casero, el hombre propietario del local donde tenía la imprenta: Pedro de Escalante, clerical hasta la médula, ofendido con frecuencia por el anticlericalismo de la publicación. Solinís era liberal, pero Escalante pertenecía a una familia filocarlista. Dice también José Simón Cabarga que Herrán Valdivielso era “depositario de los fondos municipales” y que “se marchó un buen día a Londres y con él desapareció su periódico en 1882”. En realidad, como más adelante explicaré, la secuencia de estos dos últimos acontecimientos tuvo un orden sensiblemente distinto al señalado aquí por José Simón Cabarga, ya que la marcha de Cantabria de Herrán Valdivielso no se produjo exactamente a raíz del cierre de su periódico, sino de un asunto judicial que relataré con cierto detenimiento. Además, es posible que Herrán no permaneciera en Londres mucho tiempo antes de migrar definitivamente a Mexico.
José María de La Herrán Valdivielso, conocido como José María Herrán Valdivielso, nació en Pámanes el 22 de noviembre de 1833, y fue gobernador civil de la provincia de Santander durante la I República (1873), un cargo para el que fue nombrado en marzo de 1873, cuando dimitió de él Manuel Becerra y Toro, y del que él mismo dimitiría en enero de 1874, por disensiones políticas con quienes gobernaban entonces desde Madrid.
Este es su registro de bautismo:
Registro de bautismo de José María de La Herrán en la parroquia de Pámanes.
José María de La Herrán era hijo de Ramón de La Herrán y Rioz, entonces capitán de Infantería retirado, natural de Liérganes y vecino de Pámanes (hijo de Manuel de La Herrán y Rosalía de Rioz, de Liérganes), y de María Concepción de Valdivielso, natural de la villa de Santillana (hija de Francisco de Valdivielso y de María Teresa Gutiérrez, naturales de Santillana). Su padre, militar liberal, había sido uno de los héroes de la Francesáa (1808-14) en la provincia de Santander.
En 1868, el año de la revolución llamada “La Gloriosa”, y del inicio del llamado Sexenio Democrático, José María Herrán se une a la Asociación Española de Librepensadores. Esta asociación creará una revista semanal llamada La Libertad del Pensamiento. La adhesión de Herrán a la citada asociación coincide con la de algunos otros librepensadores cántabros, como P. Sañudo, J.A. García, N. Ceballos, E. López, J. de Iruela, A. Fernández Castañeda, R. Olarán, J.M. de Echeverría, H. Torcida y A. Gómez Marañón. La militancia política republicana de José María Herrán se inicia en las mismas fechas, y ya en febrero de 1869 le encontramos desempeñando el cargo de vicepresidente del comité republicano de la ciudad de Santander que preside Ignacio Pérez Cuevas.
Herrán es autor de, al menos, dos libros. Por un lado, un extenso trabajo titulado El hombre pez de Liérganes (Santander, Imprenta de Telesforo Martínez, 1877), que explica los pormenores de este conocido mito local cántabro, y, por otro, un opúsculo o folleto sobre la historia del Papado, impreso en Santander a partir de los artículos que había publicado previamente en la prensa sobre este tema. Este opúsculo o folleto, como ampliaré, ve la luz en 1878. Herrán escribe su obra sobre el hombre-pez de Liérganes a partir de una memoria que había sido redactada por el párroco de Liérganes, Francisco Antonio del Hoyo Venero, de 1748, y que algunos coetáneos a él sitúan en los fondos del British Museum. Aunque no he podido localizar ese documento, se suele pensar que fue escrito por el párroco de Liérganes para satisfacer la curiosidad de unas monjas de Zumaya que eran parientas suyas.
Herrán Valdivielso revisa en su obra lo escrito en esa memoria y lo escrito por el ilustrado gallego Benito Jerónimo Feijóo (1676-1764). En 1933, el médico de origen cántabro Gregorio Marañon revisará a su vez lo escrito por Herrán Valdivielso en un artículo que publicará en la Revista de Occidente. Herrán sostiene que la historia del hombre pez de Liérganes circuló en su época para que la Iglesia pudiera hacer pensar que se había producido un milagro:
“El hambre, la desnudez, la miseria y el fanatismo religioso es lo único que existía por todas àrtes, desde la cabaña al palacio real”, escribe Herrán de la Cantabria de la época.
En enero de 1874, cuando, con ocasión de la Guerra Carlista, se constituyan los cuatro batallones de la Milicia Nacional de la ciudad de Santander, José María Herrán Valdivielso será el primer comandante del primer batallón. Entre 1881 y 1882, Herrán será director de La Montaña, una publicación del Partido Republicano Histórico en Cantabria. En esa labor, Herrán colabora estrechamente con otro librepensador republicano cántabro, Ricardo Olarán (1845-1892). La actividad de Herrán al frente de La Montaña no estuvo exenta de polémicas. En 1882, fue demandado por injurias por Belisario de la Cárcova y Riaño, que era natural de Liérganes -un pueblo muy próximo al suyo-, que había sido presidente de la diputación provincial de Santander (1880), y que era entonces diputado provincial. Ese mismo año de 1882, Herrán fue elegido presidente del comité local del Partido Republicano Histórico.
En 1878, Herrán Valdivielso publicó en Santander, en la Imprenta de Solinís y Cimiano, un folleto de 39 páginas titulado “Datos históricos del Papado. Contestación a un anatema del obispo y tres canónigos de Santander y a “El Siglo Futuro”. La publicación de este folleto tuvo su origen en una suerte de “reto intelectual”. En el folleto, en una sección de “antecedentes”, Herrán explicó con cierto detalle las causas que le habían llevado a escribirle: el 23 de febrero de aquel año había publicado un texto en El Aviso en el que daba datos históricos sobre el número de papas que habían existido. En ese texto, y en algún otro publicado con posterioridad, daba por cierta la existencia de la Papisa Juana, y hablaba de un buen número de papas que, según él, habrían muerto asesinados. Dos días después de la publicación en El Aviso, José Antonio del Río, director de El Comercio de Santander, le retó a que demostrara la existencia de la Papisa Juana, y permitió que Herrán publicara, entre los días 27 de febrero y 18 de marzo de aquel año, varios artículos con este fin en su propia publicación periódica, El Comercio de Santander. La reacción del obispado de la ciudad no se hizo esperar, y el entonces obispo, Vicente Calvo, reunió a tres sinodales, Santos Zárate, Juan Bautista Rubín de Celis y Benito Murua y López, para que examinaran y censuraran lo escrito por Herrán. En 1876, El Comercio de Santander fue secuestrado y encausado por la publicación de otro de los “comunicados” de Herrán. En marzo de 1878, el día 10, el obispado publicó en su Boletín Oficial Eclesiástico que el texto de Herrán era “herético, blasfemo, impío, escandaloso, ofensivo a los oídos piadosos, injurioso y falso”, y prohibió a los fieles católicos su lectura y retención bajo graves pensas. También ordenó que entregaran los ejemplares que obraran en su poder, para inutilizarlos e impedir su propagación. A partir de entonces, Herrán Valdivielso fue vetado en El Aviso y en El Comercio, de modo que tuvo que limitarse a publicar sus textis en El Boletín de Comercio y en La Voz Montañesa. Eso fue lo que le movió a publicar el opúsculo o folleto que he mencionado, previa autorización del gobernador de la provincia.
Ese mismo año de 1878, Francisco Mateos Gago y Fernández, teólogo y catedrático de lengua hebrea de la Universidad Literaria de Sevilla, publicó en Sevilla un libro en “contestación a un articulista papisero de Santander” que lleva por título Juana La Papisa, y que responde con vehemencia a lo propuesto por Herrán. En el título del opúsculo de Herrán, la alusión al diario católico madrileño El Siglo Futuro se debe a que ese diario había publicado numerosos artículos contra él, casi todos elaborados por Mateos Gago, quien señala en 1878 que ha escrito “catorce artículos contra Herrán”, todos ellos con argumentos contra dos que Herrán había publicado en El Comercio.
Además de las dos obras monográficas mencionadas, Herrán Valdivielso publicó varios artículos en la prensa de Madrid. Por ejemplo, el titulado “Don Amadeo en Santander” en La Igualdad, el 26 de julio de 1872, también publicado en La Esperanza del 27 de julio de 1872, en el que explicaba algunos pormenores de la visita de Amadeo de Saboya a la ciudad.
Así se expresaba sobre la revolución en 1875 en su artículo “La reforma social y la revolución”, publicado en El Abolicionista (Madrid, 30 de mayo de 1875):
“La revolución y el progreso no destruyen ni deshacen; modifican, reforman y mejoran las nuevas generaciones, les sirven de entusiasmo, y con nobleza y recogiendo la herencia de las antiguas, completan la obra por ellos empezada y producen algo nuevo que legar á sus sucesores. Así se cumple el progreso”.
En 1884, Herrán Valdivielso publicó otro de sus comunicados polémicos en La Voz Montañesa. En esta ocasión se trató de un comentario sobre el proceso incoado al párroco del pueblo de Rasines por el rapto de una joven. Su artículo se tituló “El cura de Rasines y las madres de familia”, y en él habló de la forma en que este hecho se sumaba a una serie de escándalos clericales que se hacían, en su opinión, endémicos en la provincia de Santander. En su artículo, Herrán Valdivielso acusaba al obispado de ofrecer asilo en el “palacio episcopal a un sacerdote extranjero que, perseguido por el poder judicial como autor de atentados al pudor de una joven y otros delitos criminosos, huye a España”, y relataba algunos otros hechos que consideraba relevante denunciar. De este artículo de Herrán se hicieron eco Las Dominicales del Libre Pensamiento en octubre de 1884, señalando lo importante que era que en España se alzaran voces enérgicas y honradas como la de Herrán para acabar con la “inquisición de las conciencias” y con la “insana influencia clerical”. También lo glosó la publicación llamada El Motín en idéntico mes y año. Herrán escribió sobre este tema en algunos otros artículos de La Voz Montañesa:
“Lo que viene sucediendo con la gente clerical y monjil en los raptos o secuestros de inocentes y mal aconsejadas jóvenes, no tiene nombre ni se concibe en un país medianamente culto y observante de las leyes. La osadía, la desvergüenza y el escarnio, rayan en lo increíble (…) Una situación así es preciso que cese, es necesario que acabe y es indispensable que de algún modo se ponga correctivo a los que, bajo pretextos frívolos o por miras especiales, hacen desaparecer del seno de las familias a pobres e indefensas criaturas para encerrarlas en esos antros de holganza y fanatismo religioso, llamados conventos y asilos de caridad, redención y enseñanza”.
En realidad, el suceso que Herrán Valdivielso toma como referencia había ocurrido el año anterior, el de 1883, cuando una joven de Rasines llamada Encarnación Vega, de dieciseis años, había abandonado el hogar familiar sin el consentimiento de sus padres para ingresar en el convento de la Canal de Villacarriedo, y Felipe Augusto Corral, el juez de Ramales, encarceló a Pedro María Lombera y Lavín, el cura de Rasines, por el delito de haber sido el inductor de la fuga de la casa paterna. En una causa oral seguida contra él en 1884, el sacerdote resultó absuelto, y la sentencia absolutoria fue objeto de polémica entre la prensa progresista y la conservadora, y entre clericales y anticlericales, representados en La Voz Montañesa y La Verdad. Herrán participó muy activamente en la elaboración de perspectivas críticas anticlericales sobre este caso, sobre algunos otros interpretados en conexión con él, y contra el clero de la provincia de Santander.
En mayo de 1885 tuvo lugar en Santander la inauguración de la primera escuela laica de la ciudad, de cuya fundación Herrán Valdivielso fue un decidido impulsor. Aunque no pudo asistir al acto de inauguración por hallarse convaleciente, Herrán envió un discurso:
“No concibo, señores, que exista medio más poderoso, eficaz y conforme a razón para conseguir y perpetuar la paz, armonía, fraternidad y prosperidad de los pueblos, que la educación de estos por medio de centros de enseñanza. Cada escuela de niños que en ellos se funda, es un astro que viene a iluminar sus inteligencias, y una fortaleza contra la maldad y el vicio”.
La hija de José María, María Josefa de la Herrán se formó en esta escuela laica de Santander, de modo que más adelante, cuando aborde su biografía, explicaré más pormenores sobre la fundación de la escuela, sobre el profesorado, y sobre el tipo de educación que recibían niños y niñas en ella.
Tal y como hemos visto, aunque José Simón Cabarga parece sugerir que Herrán abandonó Cantabria cuando se dejó de publicar La Montaña, lo cierto es que no hay ninguna relación entre lo uno y lo otro. En 1888, José María Herrán y su hija María Josefa aún vivían en Santander, pues José María realizaba desde esa ciudad una donación para los presos republicanos. También vivía en Santander en 1890, cuando escribe sobre los masones en un número del diario La Voz Montañesa, replicando a una pastoral emitida por el obispo en diciembre de aquel año. Ese año formaba parte de un comité de republicanos coalicionistas, junto a Modesto Piñeiro, Ramón Casuso, Policarpo Laso, Simón Regatillo, Eufrasio Escandón y Antonio Fonseca. Es en realidad en 1890 cuando se desencadenan los hechos que llevan a Herrán Valdivielso y a su hija María Josefa de La Herrán fuera de Cantabria. Ese año, el Ayuntamiento de Santander denuncia que Herrán Valdivielso había hecho un desfalco en la Depositaría del mismo, y se acuerda suspenderlo de empleo y sueldo. En septiembre de aquel mismo año ya se ignoraba cuál podía ser su paradero, y el juez de instrucción de Santander le describía, con miras a su localización, de este modo:
“(…) es de estatura regular, color moreno pálido, barba y bigote poblado cano, ojos claros, cuerpo y cara delgados, representando tener como cincuenta y seis años, facciones regulares, pelo gris bastante claro, viste como una persona de regular fortuna, gastando pantalón oscuro, levita negra y sombreron hongo (…)” (BOPS, 1 de septiembre de 1890, p. 3).
La destitución de su cargo de depositario llegó en noviembre de aquel año, seguida de la salida a concurso de la plaza que ocupaba. Poco tiempo después, Herrán publicó un folleto desde Londres dando algunas explicaciones sobre lo acontecido. Aunque no me detendré mucho más en este asunto, sí diré que en 1891 se inició contra él una causa criminal ad hoc en la que se concretó lo siguiente: se le acusaba de haber sustraído varios títulos de deuda que se hallaban en la Depositaria municipal, y se señalaba que la sustracción había dejado un déficit de 12.348, 76 pesetas. La causa se dilató algo en el tiempo. En 1894 fue declarado “rebelde” ante la demanda hecha por Agustín Cortines y Celis, y se le condenó a pagar mil trescientas setenta y cinco pesetas más el interés legal del seis por ciento al año, y las costas del juicio.
Al parecer, la fuga de Cantabria pudo completarse después de una estancia en Londres, hasta llegar a a su destino final en Mexico, donde Herrán Valdivielso se estableció con su hija María Josefa, y donde vivió ejerciendo la medicina. Esta estadía en Mexico es la que le hace formar parte del Diccionario Porrúa de Historia, Biografía y Geografía de Mexico publicado por Miguel León Portilla, que incluye una breve reseña bio-bibliográfica sobre él. En el año 1915, aunque ya había muerto y quizá no había dejado una buena memoria en ciertos sectores políticos de la ciudad de Santander, Herrán Valdivielso aún era recordado por algunos santanderinos afines a él como impulsor de la enseñanza laica, por su labor en la fundación e inauguración, el 14 de mayo de 1885, de la primera escuela laica de Santander en el Instituto Carvajal. Así le reconoce un breve artículo en El Cantábrico.
María Josefa de La Herrán Diparraguère: La alumna de las Escuelas Laicas de la Asociación de Enseñanza Laica
María Josefa de La Herrán Diparraguère fue alumna de la primera Escuela Laica que se fundó en la ciudad de Santander, la impulsada por varios librepensadores, republicanos y masones de Santander unidos en la Asociación de Enseñanza Laica. La Escuela Laica fue inaugurada el 14 de mayo de 1885 en un acto que tuvo lugar en el Instituto Carvajal. En ese acto, los participantes habían pronunciado discursos, pero también habían presentado trabajos literarios en prosa y en verso. Herrán Valdivielso no había podido asistir, pero había enviado un discurso. Entre los participantes se encontraban Modesto Piñeiro, presidente de la junta directiva de la Asociación de Enseñanza Laica; Santos Landa, que era catedrático de Literatura en el Instituto provincial; Redondo, que era secretario de la junta directiva de la Asociación de Enseñanza Laica; Baltasar del Cueto, Felipe Aparicio; Bernardino de la Vega; José Estrañí; Matilde Ras y Cándida Sanz de Castellví. Ni Ras ni Sanz de Castellví acudieron a la cita, pero las dos enviaron sus discursos para que fueran leídos en el acto. Destaca la intervención de esta última, que fue publicada en la revista La Luz del Porvenir. En su discurso, Santos Landa reconoció a Esteban Polidura como “el iniciador en Santander de la idea” que en ese momento empezaba a hacerse realidad (El Cantábrico, 1 de mayo de 1915, p. 1). Matilde Ras (Tarragona, 1881-Madrid, 1969), hoy más conocida como pionera de la grafología en España, y, por aquel entonces, escribía con frecuencia en la revista La Luz del Porvenir de Barcelona.
Es bastante probable que la actividad docente del librepensador, masón, y librero republicano cántabro Marcos Linazasoro como maestro laico comenzara precisamente el año de 1885, con la fundación de la primera escuela laica de Santander, de la que fue nombrado director. No he podido constatar ninguna actividad docente previa. La escuela laica que dirigió Linazasoro estará emplazada en el número 7 de la calle de Sánchez Silva.
En 1888, las Escuelas Laicas de la calle de Sánchez Silva, dirigidas por Linazasoro junto a su compañera Elisa Pérez, maestra laica como él, tenían doscientos veintitrés alumnos y alumnas, pero había dos chicas que sobresalían entre las y los demás jóvenes que estudiaban allí. Ese año de 1888, la Escuela le concedió una mención especial a un trabajo literario titulado “Historia de una corteza de pan”, cuya autora era María Josefa Herrán. También era alumna laureada o “aventajada” de esa escuela laica Concha Piñeiro, la hija del consignatario Modesto Piñeiro, republicano y masón, que había sido un decidido impulsor de la enseñanza laica.
Marcos Linazasoro era librepensador, republicano y masón, y mantenía una buena relación de amistad con el librepensador republicano Ramón Chíes (1846-1893), director de Las Dominicales del Libre Pensamiento, una publicación madrileña que glosa y valora positivamente con frecuencia las actividades docentes de Linazasoro y las iniciativas de la Asociación de Enseñanza Laica. Este semanario es, tal y como han señalado quienes le han estudiado en profundidad, la publicación periódica más heterodoxa que se publica en España a finales del siglo XIX y principios del XX, y defendía en sus artículos el republicanismo, el ateísmo, los entierros y los matrimonios civiles, el divorcio, el feminismo, la enseñanza laica, el naturalismo… Chíes había vivido en Santander, y mantuvo una estrecha relación con grupos de librepensadores cántabros, a los que cedió espacio en las páginas de su revista con cierta frecuencia. En los años ochenta del siglo XIX, ya hay grupos cántabros que se definen como “correligionarios” suyos. Esos contactos pudieron haberse intensificado años más tarde, porque Chíes veraneó con alguna frecuencia en Cantabria. En 1886, el propio Chíes, en un artículo que publica en Las Dominicales del Libre Pensamiento y que se titula “Desde Santander. Prácticas del librepensamiento”, afirma que el año anterior se ha constituido en Santander una “Sociedad para la Enseñanza Laica” inspirada por su propaganda del librepensamiento (Las Dominicales del Libre Pensamiento, 1 de agosto de 1886, p. 1): “Cuando una idea responde a necesidad tan sentida como esta del laicismo, en ciudad como Santander, tan ilustrada y tan admirablemente dispuesta por sus relaciones comerciales con Inglaterra y Suecia para saber apreciar las ventajas de la libertad de conciencia, no es de extrañar que la fecunda y afortunada iniciativa de mi amigo D. Esteban Polidura, entusiasta librepensador, haya encontrado el activo y enérgico concurso de los hombres de sana voluntad que han acertado a realizar la obra admirable de la escuela laica. Hallase esta establecida en un espacioso e higiénico local de la calle de Sánchez Silva, y montada, en cuanto al mueblaje y material de enseñanza, a la altura de las mejores de España. Dirígela el bondadoso e inteligente maestro Sr. Linazasoro, persona digna de todo aplauso por la digiligencia, entusiasmo y cariño con que desempeña su delicado cargo (…) A su frente se hallan D. Modesto Piñeiro, acreditado y activo corredor de comercio, persona que goza de generales simpatías en esta plaza; el probo y consecuente republicano D. Manuel María Herrán Valdivielso, gobernador que fue de Santander en 1873, y hoy jefe respetado de la fracción gubernamental, hombre de firmes convicciones libre pensadoras; el rico comerciante D. Manuel González Laso, persona seria y reflexivamente persuadida de la verdad de las nuevas doctrinas; el entusiasta iniciador de esta buena obra S. Polidura; el honrado y consecuente republicano D. Manuel María Ramón, librero que tiene aquí a su cargo la administración de Las Dominicales, y otros varios ciudadanos que habrá ocasiones de hacer notar”. Ramón Chíes señala en este artículo que se le ha invitado a presidir ese año los exámenes de esa escuela. Tal y como vemos, dos de los muy pocos libreros que regentaban comercios en Santander en esa época, Marcos Linazasoro y Manuel María Ramón, militaban en las filas del republicanismo. Sería interesante poder conocer el tipo de publicaciones que pusieron en circulación en Cantabria, una labor de investigación complicada, pero quizá no imposible, que nos permitiría entender mejor con qué tipo de lecturas se fueron forjando algunas mentalidades progresistas en Santander y en otros lugares de Cantabria.
María Josefa de La Herrán nació en Santander en 1873, el año de la proclamación de la Primera República, y murió en Ciudad de Mexico el 18 de marzo de 1910. Era hija de José María Herrán y Valdivielso y de Aurora Diparraguère y Segura, que muy probablemente habían contraído una unión civil.
En 1905, el 9 de abril, se casó civilmente con Manuel Villaverde en Zacualpán, Mexico. Zacualpán era una localidad minera del Estado de Mexico, y en su vecindario había un cierto número de asturianos y de cántabros migrados para explotar sus recursos mineros. María Josefa vivía allí junto a su padre, que ejercía de médico. Los Herrán, padre e hija, habían llegado a Mexico en alguna fecha por determinar de finales del siglo XIX. En 1890, cuando Herrán fue acusado de realizar un desfalco en el Ayuntamiento de Santander, parece que se dirigieron a Londres.
Manuel Villaverde, el hombre con el que María Josefa de La Herrán contrajo matrimonio en Mexico, era asturiano. Había nacido en 1871 en Cangas de Onís, y era hijo de Rafael Villaverde y de Asunción de Diego. Tenía en aquel momento 34 años, y se dedicaba al comercio en Zacualpán.
Registro civil del matrimonio de María Josefa de La Herrán y Manuel Villaverde en Zacualpán, Mexico.
José María Herrán, el padre de María Josefa, el hombre al que se le había perdido la pista en la provincia de Santander hacia finales de la década de los ochenta, tenía entonces más de 70 años, era viudo, y vivía en el Mineral o Real de Minas de Zacualpán. Herrán actuó como testigo en la boda de su hija.
María Josefa murió en 1910, a los 37 años de edad, de una infección gripal. Sus padres habían fallecido ya. Aurora Diparraguère y Segura, su madre, nacida en Santander el 16 de noviembre de 1845, murió en Santander en julio de 1882, y su padre en una fecha y lugar que no he podido determinar. Aurora, la madre de María Josefa, era hija de un vascofrancés, Bernardo Diaparraguère Murqui, de Ciboure (Bajos Pirineos, Francia), y de una vasca, Josefa Segura Castañaga, de Orio. Aurora fue enterrada en Ciriegu el día 3 de aquel mes. Un par de años antes, en 1880, los Valdivielso Diparraguère habían perdido a su hija menor, llamada Marina.
Registro de defunción de María Josefa de La Herrán en Ciudad de Mexico.
No es mucho lo que puedo aportar sobre la obra literaria de María Josefa de La Herrán. Tal y como he señalado ya, en 1888 la Escuela Laica dirigida por Marcos Linazasoro le concedió un premio a su relato “Historia de una corteza de pan”. Ese relato, enviado por el maestro laico Marcos Linazasoro a la revista Las Dominicales del Libre Pensamiento, será publicado en el número del 24 de noviembre de 1888 de esa revista. En 1890, María Josefa de la Herrán publicará un artículo en la revista espiritista barcelonesa La Luz del Porvenir. Se titula “La cama de matrimonio”, y vio la luz en el número del 21 de agosto de 1890. Este relato, que reproduzco a continuación, comienza así:
“¡Pobre Eloísa! Aun me parece que la estoy viendo con su lindo rosotro alegre y sonriente al que le daban mayor encanto los dorados rizos que adornaban su frente alabastrina y pura…”
«La cama de matrimonio», de María Josefa de La Herrán. Publicado en La Luz del Porvenir en 1890.
Es importante tener en cuenta que María Josefa de La Herrán publica su texto en la principal revista espírita o espiritista española de la época. Lamentablemente, aún no ha sido estudiada en Cantabria la implantación del Espiritismo, que parece haber sido muy amplia en la segunda mitad del siglo XIX. La propia revista espiritista La Luz del Porvenir, que, como he dicho, se publicaba en Barcelona, señala, en su número del 20 de junio de 1880, que “una de las poblaciones donde más prosélitos cuenta el Espiritismo es Santander”. Como prueba de ello, la revista aporta el nombre de una serie de círculos espíritas o espiritistas: el “Centro Espiritista Santanderino”, “La Fraternidad”, “La Fe”, “La Creación”, “La Caridad”, “San Luis”… También fue muy notoria en la época en Cantabria la beligerancia contra el Espiritismo, sobre todo la visible en la prensa en cabeceras conservadoras católicas como La Verdad y El Aviso. Pronto escribiré en La Murria sobre esta cuestión.
Una de las principales publicaciones de María Josefa de La Herrán fue un relato titulado “Historia de un grano de trigo contado por él mismo”, que se publicó en el número del 24 de noviembre de 1884 de la revista librepensadora de mayor relevancia del país, Las Dominicales del Libre Pensamiento. Este relato, que incluyo a continuación, empieza así: “Muy tranquilo me hallaba yo una hermosa mañana del mes de Octubre, en compañía de innumerables amigos, en un rincón de una destartalada sala de aldea, cuando con gran sorpresa vi venir, cuidando de no caerse por…”.
En 1890 publicará un nuevo texto literario, de corte humanista, en La Voz Montañesa. Lamentablemente, la BNE no posee ese número digitalizado, y por tanto, no puedo incluir aquí el texto. Sí diré, no obstante, que este trabajo fue leído en público, en un recital, por el joven escritor Mariano Izábal en el Ateneo Obrero de Santander en marzo de 1933, prueba de la huella que quizá había dejado el texto en el republicanismo montañés.
En junio de 1890, con motivo de la inscripción civil de un niño llamado Virgilio, hijo del librepensador Celedonio García y su compañera Josefa, se reúnen José María Valdivielso y su hija María Josefa, que, para la revista Las Dominicales del Libre Pensamiento, que se refiere a este hecho, ya es “una joven y entusiasta librepensadora”. También acuden a esta inscripción civil dos personas que tienen un importante papel cultural: el escritor republicano santanderino Esteban Polidura (n. 1854), veterano de la Revolución de 1868 (“La Gloriosa”), y la escritora republicana Ángeles López de Ayala (Sevilla, 1858-Barcelona, 1926), gran defensora de los derechos de las mujeres, librepensadora y masona, que se había trasladado a vivir a Santander el año anterior, y que colaboraría en Cantabria con diferentes publicaciones como La Voz Montañesa. Tal y como es bien sabido, su estancia en Santander no estuvo libre de sobresaltos, ya que su vivienda sufrió un atentado, y fue quemada. Al término de la inscripción civil, el padre del niño ofrece un lunch al que asisten los nombrados, pero también los profesores de las escuelas laicas de Santander. Como podemos ver, la joven María Josefa de La Herrán está en contacto con referentes políticos y éticos muy relevantes, algo que sin duda pudo contribuir a moldear su pensamiento y a que sus textos literarios se publicaran fuera de Cantabria. De hecho, Ángeles López de Ayala conoció a la espiritista Amalia Domingo Soler (1835-1909), directora de La Luz del Porvenir, cuando dejó Santander y se trasladó a Barcelona, y bien pudo haber sido ella la persona que pusiera en contacto a Domingo y a La Herrán para que esta última publicara un texto en su revista. De hecho, López de Ayala publicó en La Luz del Porvenir algunos textos literarios que firmó en Santander, como los poemas “El rosal y el peral” y “Flores silvestres”, de 1890. Tal y como ya he señalado, La Luz del Porvenir se publica, el 2 de julio de 1885, el discurso dado por Cándida Sanz de Castellví en la inauguración en 1885 de la primera escuela laica de Santander.
Como ya he indicado, este año de 1890, que pudo ser el año en el que abandonó Cantabria junto a su padre, María Josefa de La Herrán publicó en La Voz Montañesa un texto de carácter humanista.
A modo de conclusión
María Josefa de La Herrán no es la única escritora cántabra sobre la que escribiré en La Murria en los meses que vendrán, pero sí es, sin duda, una de las que posee un perfil literario más interesante. Aunque no he podido saber si, en su corta vida, y con su sorprendente precocidad, publicó mucho más de lo que aquí he reseñado, sí creo que merece la pena que en 2022 tengamos presente su existencia y la medida en que su producción literaria es pionera. María Josefa de La Herrán es una de las pocas mujeres cántabras que publican obras literarias en el siglo XIX, y seguramente una de las más jóvenes, si no la más. Es, además, pionera por haberlo hecho desde las coordenadas ideológicas del librepensamiento, desde formas de progresismo social que eran minoritarias entonces, y que son bastante poco conocidas ahora, y sería interesante poder concretar cuáles fueron sus actividades, y las de otras personas, en el seno o en la periferia de los círculos espiritistas y de librepensamiento constituidos en Cantabria en la segunda mitad del siglo XIX.
En mayo de este año, el Racing logró su ascenso a la Segunda División de la Liga de Fútbol Profesional masculino. Hoy, en La Murria, haciendo algo que me gusta mucho hacer en algunos de mis ratos libres (investigar sobre la Historia y la Antropología de Cantabria y socializar conocimientos sobre nuestra historia, nuestra cultura, nuestra literatura y nuestra lengua autóctona), explico una parte de los orígenes cántabros y vascos de uno de los mejores jugadores de la Historia del Racing, el gran delantero y capitán del equipo verdiblanco: Pedro Munitis.
La trayectoria futbolística de Pedro Munitis comienza en el barrio de Santander donde nació y se crió, y también donde aprendió a jugar al fútbol: el Barriu Pesqueru/Barrio Pesquero. Son muchos los artículos de prensa sobre Pedro Munitis, o las entrevistas con él, que se han referido a sus orígenes: a la profesión de Pedro, su padre; de Fermín, su abuelo paterno; y de Antonia, su abuela materna. A la pesca. Sin embargo, hay algo que a sus incondicionales también parece intrigarles a menudo y que aún no ha sido explicado.
¿De dónde viene ese apellido poco frecuente, que no parece cántabro, y que a algunos les llega a sonar como “rumano” o “lituano”? La respuesta es fácil: de aquí al lado, de Bizkaia, del País Vasco, en concreto de Bermeo, y también de un tiempo, mediados del siglo XIX -el período entre la Primera Guerra Carlista (1833-1840) y la Tercera Guerra Carlista (1872-76)- en el que las movilidades cantábricas fueron muy intensas. Pedro Munitis es tataranieto de Valentín Munitis, un marinero santanderino hijo de vizcaínos de Bermeo, que nació a mediados del siglo XIX en la ciudad de Santander, donde ejerció el oficio de patrón de pesca de bajura, en las costeras del besugu, y donde trabajó de talayeru.
Bermeo. Fotografía de Indalecio Ojanguren. Gure Gipuzkoa. CC BY-SA.
Pedro Manuel Munitis Álvarez, el antiguo jugador del Racing, hoy entrenador del CE Sabadell, nació en Santander en junio de 1975. En 2013, Munitis entrenó al entonces único equipo femenino de fútbol once de Cantabria, la S.D. Reocín. Pedro es hijo de Pedro Munitis Povedano y de Ramona (“Moni”) Álvarez Sánchez. Además es nieto, por parte paterna, de Fermín Munitis Ganzo y Benita Povedano Incera (m. 2010), y, por parte materna, de Antonia Sánchez Urreta (m. 2014) y Manolo Álvarez Lebrero.
Su abuelo paterno, Fermín Munitis Ganzo, era hijo de Hermenegildo Munitis y de Josefa Ganzo. Hermenegildo Munitis Lartitegui (este apellido aparece erróneamente, con frecuencia, como Latartegui, Larrategui, Lartategui, Lartutegui y Latostegui) era hijo del santanderino de origen vizcaíno Valentín Munitis y nieto de un matrimonio de vizcaínos de Bermeo. Había nacido en Bermeo (1872), en la misma villa vizcaína en la que habían nacido sus abuelos. A finales del siglo XIX, Hermenegildo vivía en Santander con su mujer, Josefa Ganzo, en el cuarto piso del número 1 de la travesía de San Emeterio. Esta “travesía” de San Emeterio donde vivía está en Puertuchicu, Santander, y era una callejuca que partía del paseo de Menéndez Pelayo e iba a dar a la calle de San Emeterio. Esta calle de San Emeterio se llama actualmente aún así, y recordaba entonces, como hoy, a uno de los dos santos mártires católicos considerados patronos de la ciudad. En la travesía de San Emeterio, situada entre huertas, vivían por aquel entonces numerosas familias de pescadores. Hermenegildo Munitis también era pescador.
Santander. Fotografía de Jean Laurent (1816-1886), del Archivo Ruiz Vernacci del IPCE (ca. 1860-1886). Calle San Emeterio. Santander. Google Street View.
En 1899, según refiere la prensa de aquella época, cuando la trainera de Santander llamada Virgen del Monte, dedicada a la pesca del besugu, zozobró a causa de una racha de viento sur no lejos de la entrada del puerto, cerca de la isla de Santa Marina (en distintos períodos conocida con el nombre de sus dueños, como de Don Ponce o de Los Jorganes), Hermenegildo formaba parte de la tripulación de la barquía Nieves, que salió en su auxilio. El patrón de la Nieves era Juan Múgica (“Un naufragio”, El Cantábrico, 11 de febrero de 1899, p. 1), y el patrón de la Virgen del Monte era Ignacio Portilla (El Aviso, 10 de febrero de 1899, p. 3). Después del rescate, la trainera quedó abandonada en Galizanu con todos los aparejos y con abundante pesca. Su casco fue hallado en Xixón el día 8 de marzo, y fue recogido por la tripulación del vapor de pesca España. Cuando se recuperó, el casco no había sufrido desperfecto alguno a pesar de los temporales, un hecho que fue tomado como milagroso por parte de su dueño, Antonio Somocueto, que le ofreció por ello una promesa a la Virgen del Monte de Mogru. En mayo de 1899, para cumplir esa promesa, el párroco de tal ermita accedió a que la imagen de la virgen saliera en procesión y a bendecir una fotografía del casco de la embarcación, que había sido tomada según la había hallado el vapor España. Los vecinos de Mogru asistieron también al rezo de un rosario en acción de gracias (El Cantábrico, 2 de mayo de 1899, p. 2).
Los tripulantes de la trainera Virgen del Monte y de la barquía Nieves. «Un naufragio», El Cantábrico, 2 de mayo de 1899, p. 2.
Como ya explicaran Pedro de Múgica (1892), Eduardo de Huidobro (1917), Gervasio Adriano García-Lomas (1922, 1949) y algunos otros estudiosos de la lengua cántabra, una barquía es una embarcación que tiene, a lo sumo, cuatro remos por banda, la mitad que una lancha. Este de barquía es un término pejín que aparece con cierta frecuencia en las novelas en las que el escritor José María de Pereda (Polancu, 1833-1906) habló de las gentes de mar de Santander, precisamente en la misma época en que eran marineros y pescadores de la ciudad los antepasados de Munitis: “En hubiendo marea para subir la barquía por la Arcillosa, para mí toas las horas son buenas, inclusen las de la noche”, dice un personaje de la novela La Puchera (1889). Dueño y patrón de una barquía, “por la cual cobraba de la misma dos soldadas y media”, era el tío Mocejón, uno de los protagonistas de la novela Sotileza (1885), y al aparejo de la barquía, esto es, a componer las redes, secarlas, hacer otro tanto con las velas y con las artes de pescar, ayudaban las niñas a las mujeres, según explica Pereda en esa misma novela. Mocejón, ese personaje de la Sotileza de Pereda, que recibe su apodo del nombre que recibe en cántabru el mejillón (plural, mocejonis), le da nombre hoy en día a una de las calles del Barriu Pesqueru, el barrio de Munitis.
De las barquías de Santander también había escrito Pereda en sus Tipos Trashumantes (1877): “Cuando llega, ya le está esperando una barquía perfectamente limpia y carenada, con los necesarios útiles de pesca, inclusa la guadañeta para maganos. Prefiere la barquía, porque teniendo todas las condiciones de seguridad de la lancha y todas las de ligereza del bote, es bastante más grande que el uno y de más fácil manejo que la otra”. La palabra barquía cántabra equivale al castellano “barquilla”, de la misma manera que los topónimos Rostríu/Rostrío y Piquíu/Piquío, de la costa de Santander, son las evoluciones cántabras del latín que, en castellano, no serían “rostrío” y “piquío”, sino “rostrillo” y “piquillo”. Rostrío y Piquío son el resultado de castellanizar los términos locales en cántabru sustituyendo la -u final por una -o final. Algún día, más pronto que tarde, Santander debería recuperar su toponimia local, y dignificar con ello la lengua cántabra en la capital de Cantabria.
Anuncio de la venta de una barquía para la costera de la sardina. La Abeja Montañesa, 23 de abril de 1864, p. 4.
La trainera Virgen del Monte de Santander a la que socorrió Hermenegildo Munitis era propiedad de una mujer conocida como “La Antonia”, encargada por la casa consignataria Vial y Hermanos del abastecimiento de sus buques. Un golpe de mar hizo que la trainera volcara: ya en el agua todos los pescadores, “los jóvenes se sostuvieron animosamente, pero había entre ellos alguno, como el patrón y otros tres marineros, que por su edad o por no saber nadar, no podían permanecer a flote y fue necesario amarrarlos con cuerdas para que el mar no les hiciera sus víctimas” (El Cantábrico, 11 de febrero de 1899, p. 1). Hermenegildo Munitis, el bisabuelo de Pedro Munitis, a bordo de la barquía Nieves, no dudó en lanzarse al agua para salvar a los náufragos. La noticia de esta hazaña llegó a publicarse en el Diario de la Marina de La Habana (Cuba) del 17 de marzo de aquel mismo año.
En agosto de ese mismo año de 1899, según refiere la prensa montañesa, Hermenegildo vuelve a intervenir en un salvamento: “Ayer averiguamos los nombres de los marineros (pues fueron dos), que salvaron anteanoche a los que estuvieron a punto de ahogarse fuera del puerto. Uno de ellos es de Santander; se llama Ramón Gutiérrez Ojínaga, que vive en la calle de la Libertad número 24, guardilla. El otro es de Bermeo; se llama Hermenegildo Munitis Latartegui, que vive en la calle de San Emeterio, 1, cuarto. Ambos tripulaban el bote que recogió la piragua y salvó a los que iban en ella” (La Atalaya, 23 de agosto de 1899, p. 2).
Hermenegildo y Josefa, los bisabuelos de Pedro Munitis, tuvieron varios hijos: Manuel, José, Carmen, Irene (llamada como la madre de él) y Fermín Munitis Ganzo, el abuelo del futbolista. Fermín Munitis debió de nacer en Santander hacia 1923.
Tanto el padre como la madre de Hermenegildo, tatarabuelo y tatarabuela de Pedro Munitis, tenían sus orígenes en Bermeo, pero su tatarabuelo había nacido en la ciudad de Santander. Su tatarabuelo se llamaba Valentín Munitis Elexpuru y su tatarabuela, que había nacido en Bermeo en 1846, se llamaba Irene Lartitegui Ormaetxea. Se habían casado el 16 de octubre de 1869 en la iglesia de la Asunción de Bermeo. Valentín, que era hijo de Atanasio Munitiz Etxebarria (n. 1808- m. 1891) y de María Ramona Elexpuru Telletxea (n. 1810), los dos naturales de Bermeo, fue el primer Munitiz de esta familia de pescadores de Bermeo de apellido Munitiz que nació en Santander. En su registro de bautismo, con el que ilustro este artículo a continuación, el párroco escribió su apellido como “Monitis”. Valentín nació el día 3 de noviembre de 1851, y fue bautizado al día siguiente en la Catedral de Santander. Sus abuelos eran, por parte paterna, Domingo Munitiz y María Concepción Etxebarria, y por parte materna, José María Elexpuru y Ramona Telletxea (escrito Etilechea en la partida de bautismo), todos ellos naturales de Bermeo. Al haberse casado en Bermeo con una bermeotarra, y al ser frecuente y oficio familiar la navegación entre puertos del Cantábrico, algunos de sus hijos nacieron en esta villa vizcaína: Isabel, en 1870; Hermenegildo, en 1872; y Tomás, en 1874.
Registro de bautismo de «Valentín Monitis». Archivo Histórico Catedralicio y Diocesano de Santander.
Valentín, el tatarabuelo del futbolista, era patrón de pesca, y en 1887 faenaba en aguas del Cantábrico como patrón de la lancha Nuestra Señora del Carmen. En enero de 1889 se dedicaba a la pesca de bajura, y, como refleja la prensa de aquel año, fue elegido “atalayero” (en cántabru, talayeru) de la ciudad de Santander, un cargo de acuerdo con el cuál tenía que actuar como delegado del “alcalde de mar” y representante suyo. En aquella ocasión habían sido elegidos seis talayeros/talayerus: Mariano Vear Franco (patrón de lancha de pesca 37 años de edad que perdería la vida en el naufragio de la Petronila en 1891, a los 40 años de edad), Ricardo Rey (patrón de lancha de pesca que había sido “alcalde de mar” de Santander en 1886 y que más tarde será práctico del puerto), Sebastián Ramírez Rojo (patrón de lancha de pesca, fallecido en 1920), Valentín Munitis, Juan Bautista Loyola Landa, de apodo Chacharra (patrón de lancha de pesca, fallecido en 1914 a los 59 años de edad) y Francisco Barturen (capitán de un vapor de la sidra “El Gaitero” algunos años más tarde). En 1896, al menos hasta 1908, desempeñaba también el oficio de talayeru de Santander un tal Fernando García, que vivía en el número 3 de la calle de la Enseñanza. En esos años finales del siglo XIX, el diario La Voz Montañesa publica a menudo unos “partes de la Atalaya” que informan sobre el estado de la mar, y de la dirección en que sopla el viento.
La Voz Montañesa, 8 de febrero de 1887, p. 2.
No he podido saber en qué lugar cumplía Valentín con su trabajo de talayeru, si lo hacía en su barco de pesca o en alguna vigía de la ciudad. Muy probablemente se conservan documentos en el Archivo Histórico de Cantabria que permitan resolver esta duda. La principal torre que servía de vigía de la mar en la ciudad de Santander se encontraba en el Alta/L´Alta, en lo alto de la llamada La Cuesta la Talaya, en el cerro de San Sebastián.
Tal y como explicara en su día José Simón Cabarga, los terrenos para la construcción de la talaya fueron cedidos en 1794 al Consulado por el Obispo de Santander, entonces el asturianu Menéndez de Luarca. En esa cesión, el obispo señala que en el sitio existía una cruz que él había mandado colocar allí en recuerdo de una capilla que también había habido en el lugar, muy probablemente dedicada a San Sebastián, y de ahí el nombre del cerro. La talaya se construía exnovo en 1794/95 para colocar en ella las banderas de señales del puerto. Inmediato a ella se levantó en la primera mitad del siglo XIX, durante la Primera Guerra Carlista, un reducto llamado de Isabel II o de la Vigía. Durante un tiempo, la torre vigía estuvo en el interior de este recinto fortificado, pero más tarde éste fue derruido. Existieron en la ciudad algunas otras vigías de la costa de la mar, como las de Cuetu y el Sardineru. Tal y como explica Annibal González de Riancho en su artículo titulado “Historia de la torre de La Atalaya de Santander”, publicado en la revista Altamira del Centro de Estudios Montañeses (2016), la atalaya del cerro de San Sebastián fue reedificada en 1806/07 a partir de las ruinas del molino de viento de San Lázaro, preexistente en el lugar. Como explica Fernando Barreda, dos de los reductos de la Primera Guerra Carlista dejaron en su interior los dos molinos de viento que existían en el Alta: el de Castresana en el fortín de María Cristina o del Molino, y el de San Lázaro en el fortín de Isabel II o de la Vigía. Hubo un tercer fortín, llamado de López Baños, en el ángulo N.E. de la finca de Jado, otro en Molnedo, y un baluarte en el Prau de Tantín. Así aparecen en uno de los viejos planos de la ciudad de Santander, el de Coello, y en un grabado de la revista madrileña La Ilustración de 1849 que mostraré más adelante.
La obligación del talayeru era la de observar de sol a sol el horizonte y anunciar los navíos avistados. Tal y como explica Antonio M. Coll y Puig en su Guía de Santander y su Provincia, de finales del XIX, el talayeru disponía para ello de dos anteojos que alcanzaban las diez leguas y que eran propiedad de la Marina. Como curiosidad diré también que, tal y como explicara en su día Fernando Barreda, la talaya de Santander ubicada en el cerro de San Sebastián tuvo, desde 1801, un magnífico anteojo costeado por el cónsul americano Luis Meaghen O´Brien, que previamente había trabajado en la ciudad como cónsul para Inglaterra (Fernando Barreda, “Motivos artísticos en documentos mercantiles referentes a Santander durante los sesenta primeros años del siglo XIX”, La Revista de Santander, 1 de mayo de 1930, p. 23). Era necesario que los talayeros/talayerus conocieran las señales martítimas para que supieran colocar las banderas preceptivas en función del tipo de embarcación que se aproximara a puerto. Los talayeros/talayerus también avisaban del mal tiempo y de los temporales, y de la presencia de cetáceos y otros animales marinos de cierta consideración. En algunos lugares de la costa cantábrica, por ejemplo, en el cabo Matxitxako, en el entorno de Bermeo, los talayeros empleaban las hogueras para alertar a las lanchas del peligro. Hasta cuatro hogueras tuvo que encender el atalayero de Bermeo a finales de abril de 1890 para que las muchas lanchas que habían salido de aquel puerto con no menos de mil doscientos pescadores respondieran ante la alerta de temporal y regresaran a él (El Atlántico, 1 de mayo de 1890, p. 2). Las llamadas en la prensa “ahumadas” también eran usadas en los puertos cántabros. Uno de los talayeros de Santander fue el padre del conocido pintor Francisco Iturrino, natural del puerto guipuzcoano de Mutriku. En muchos de los puertos cantábricos, los talayeros eran contratados por las cofradías de pescadores. En la Cantabria republicana en guerra, el talayeru del Alta y otros talayeros/us de otros puertos cántabros desempeñaron un importante papel, tanto en 1936 como en 1937, antes de la ocupación fascista/franquista.
Al parecer, los patrones de las lanchas de pesca también podían desempeñar el trabajo de talayeros/talayerus a bordo de sus embarcaciones, y podían reunirse en las talayas, para dictaminar colectivamente si era seguro hacerse a la mar o no. La talaya podía ser, en diferentes momentos del día, un lugar bastante concurrido. Para las actividades descritas eran elegidos un número variable de talayeros/talayerus en las cofradías de pescadores cántabras, que tenían que trabajar en cada costera. Margarita Serna Vallejo ha explicado su papel en tierra y en la mar en el caso de Castru en su libro De los gremios de mareantes a las actuales cofradías pesqueras de Castro. Estos talayeros/talayerus se encargaban de ordenar la pesca, mediante señales desde su embarcación, una vez que los pescadores se habían hecho a la mar. Es el caso, por ejemplo, de Julio Regules, patrón de la trainera Nuestra Señora del Carmen, que estaba de talayeru el día de temporal del mes de septiembre de 1914 en que su propia trainera naufragó cerca de Cabu Mayor, pereciendo su padre político, Marcial Alonso (El Cantábrico, 20 de septiembre de 1914, p. 2). Los talayeros o talayerus (expreso aquí los dos plurales que corresponden a las variedades lingüísticas occidental/ oriental del cántabru) de los puertos cántabros dependían de Marina, y estaban sujetos a las obligaciones de su cargo, que eran las de vigilancia (avistar o divisar los barcos que entraban y salían de los puertos), y comunicación (interpretar las señales recibidas desde estos barcos y enviar a los barcos las señales de los puertos). José María de Pereda no habla de los “atalayeros”, como hace la prensa, sino de los talayeros. Incluye la palabra en sus obras sin la a- inicial que tiene en castellano. Es posible que la palabra talayeru presente aféresis, si en cántabru se ha perdido la a- inicial que otras lenguas romances tienen. Pero también cabe pensar si el cántabru asimila el término árabe original sin necesidad de esa a- inicial. Aunque el conocido diario santanderino de finales del XIX se llame La Atalaya, la palabra vernácula de uso corriente en Santander era talaya, sin la a- inicial, como certifican muchas fuentes documentales escritas históricas en los archivos cántabros. Esa es la razón por la que Pereda escribe siempre talayero, una castellanización del vernáculo cántabro talayeru, que refleja algo mejor el término popular vernáculo que el término castellano que, por ejemplo, le daba la Comandancia de Marina de Santander: el de “atalayero”.
Pereda menciona este oficio en Sotileza:
“-Que esta mañana avisó a mi madre el talayero que quedaba a la vista la Montañesa… y yo salí de casa para ir a San Martín a verla entrar… y llegué al Muelle-Anaos”.
La talaya del Alta que he mencionado se ve muy bien en este grabado de un tal Mugica publicado en la revista madrileña La Ilustración el 23 de junio de 1849.
Santander en un grabado de Mugica. La Ilustración (Madrid), 23 de junio de 1849, p. 141. La Talaya en el grabado anterior.
Este oficio de talayeru, y las actividades vinculadas con él, aparecen con frecuencia en la documentación histórica y en la literatura cántabras. En marzo de 1831, el periódico literario y mercantil El Correo describe así el papel del “atalayero” en el primer avistamiento de un bergantín inglés accidentado: “Según aviso del atalayero de este puerto el 2 del corriente se avistó un barco entre aguas, e inmediatamente salieron seis lanchas, y le condujeron a remolque. Se han encontrado a su bordo un ancla, una cadena de hierro y un pedazo de otra. En el rancho de proa dos marineros ahogados: su cargamento consistía en 180 pipas de aceite: aún no se ha concluido de descargar. Este buque es el bergantín inglés llamado el Quijote de Jersey, de quien un periódico de esta nación dice salió con destino a Liverpool desde Sanlúcar de Barrameda a fines de noviembre último”. En su relato “Episodios y paisajes”, publicado bajo el seudónimo de Juan García en la revista La Ilustración española y americana en marzo de 1870, el escritor cántabro Amós de Escalante escribe sobre el “atalayero”: “Por eso el atalayero estaba a la puerta de su torre liando un cigarrillo (…) Conforme al pronóstico del atalayero, amanecía el alba del domingo levantándose un sol risueño y tibio por cima de la pelada sierra de Galizano” (Juan García, “Episodios y paisajes. Equinocio de marzo”, La Ilustración española y americana, nº 6, 10 de marzo de 1870, pp. 83-86). También escribe sobre el “atalayero”, esta vez sobre el de Suances, el escritor Federico de la Vega, vinculado con Cantabria: “(…) el Neptuno venía viento en popa por en frente de Suances, y el atalayero nos dijo que franquearía la embocadura antes de la seis” (Federico de la Vega, “El capitán de la Armida. Novela de costumbres”; por entregas en Cantabria en La Abeja Montañesa, 27 de septiembre de 1865, p. 1; y por entregas en París en El Americano, 28 de julio de 1873). A partir de 1889, el talayeru de Santander emplazado en la talaya del Alta, denominada también en prensa “la vigía de la Atalaya“, se empezó a comunicar por teléfono con las casas consignatarias de los buques; lo hacía ya desde tiempo antes con la Comandancia de Marina.
En 1934, obtiene reconocimiento a través de un concurso organizado por el diario La Voz de Cantabria un relato centrado en esta figura del talayeru. Se titula “La Galerna” (“Temas regionales. La Galerna”, La Voz de Cantabria, 24 de abril de 1934, p. 1). Habla de Pedro Salas Urquía, un hombre que fue talayeru de Suancis a finales del siglo XIX, una figura real que aquí se convierte en figura literaria con su propio nombre y con hechos que protagonizó: “Llenos de pavor a veces -a pesar de ese temple de alma que caracteriza a nuestros pescadores montañeses, por el verdadero horror que ofrece la entrada de la barra- se sentían, sin embargo, asistidos de esa presencia de ánimo que imprime el sello a los valientes, tan pronto como divisaban a Pedro Salas, patriarcal y confiado, erguido sobre los muros de la antigua batería o castillo, dispuesto a otear el horizonte, avizorando los peligros y dirigiendo la entrada de las embarcaciones en el preciso momento en que las olas dieran una “callada”, momento periódico que conocía a las mil maravillas nuestro viejo marino y sabía exactamente precisar”.
La talaya del Alta estuvo en funcionamiento hasta bien entrado el siglo XX, con diferentes transformaciones. La vía que era tradicionalmente conocida como El Alta recibió un nuevo nombre en 1905, el de “paseo de Sánchez de Porrúa”. Tras la ocupación de la Santander republicana, las autoridades franquistas de la ciudad renombraron la vía como “paseo del General Dávila”, un nombre que pervive hoy en día porque el Partido Popular, que ocupa la alcaldía de la ciudad, incumple la ley de Memoria Histórica vigente y no le ha retirado las calles a quienes no deberían ser objeto de homenaje de acuerdo con lo dispuesto legalmente. La ciudad de Santander también gestionó en el siglo XVIII vigías o atalayas en Liencris, Quintres y Queju. Para saber más sobre la historia de la construcción del Alta, remito a dos trabajos del arquitecto Annibal González de Riancho que se pueden leer aquí: https://grupoalceda.com/wp-content/uploads/La-Torre-de-la-Atalaya-de-Santander.pdf y aquí: https://centrodeestudiosmontaneses.com/wp-content/uploads/DOC_CEM/HEMEROTECA/ALTAMIRA/altamira86_2015.pdf
Hace unas semanas escribí en La Murria sobre una ocasión, en el año 1887, en la que se generó una enorme alarma en la ciudad de Santander porque quince lanchas de pesca no habían regresado a puerto un día en el que soplaba con inusitada fuerza el nordeste. Pues bien, una de esas lanchas, que pudo llegar no obstante al puerto de Llanes, fue la Nuestra Señora del Carmen cuyo patrón era Valentín Munitis, el tatarabuelo del futbolista Pedro Munitis. Quizá su esposa se encontraba entre aquellas mujeres de los pescadores ausentes que, como señaló el redactor del diario El Atlántico, se habían reunido en la taberna La Zanguina para expresar su angustia y encontrar consuelo mutuo en aquellos momentos difíciles (“Las lanchas de pesca”, El Atlántico, 17 de noviembre de 1887, p. 1). La taberna La Zanguina es la inmortalizada por Pereda en Sotileza, sobre la que ya escribí aquí en La Murria a propósito del asesinato de Luciano Malumbres en junio de 1936.
Valentín Munitiz y su esposa Irene Lartitegui tuvieron varios hijos: nacieron en Bermeo, Isabel, en 1870, Hermenegildo, en 1872, y Tomás, en 1874, y vivieron en Santander (sin que haya podido saber dónde nacieron), quizá entre algunos otros, Domingo Munitis Lartitegui, que debió de nacer hacia 1884, que tuvo una carbonería en Tetuán en los años veinte, y que fue representante del Gremio de Pescadores de Santander en los años treinta.
Retrocediendo en el tiempo algo más, podemos saber que tanto el padre como el abuelo de Valentín, el tatarabuelo de Munitis, que eran vascos, vizcaínos y bermeotarras, se dedicaron probablemente a la pesca o a la marinería: se trata de Atanasio Munitiz Etxebarria, el padre de Valentín, que había nacido en Bermeo en mayo de 1808 (casado con María Ramona Elexpuru Telletxea), y del padre de Atanasio, Domingo Antonio Munitiz Longa, nacido en diciembre de 1780 (hijo de Manuel Munitiz Garro y de Manuela Longa Amparan, y casado con María Concepción Etxebarria Astoreka). Anastasio Munitiz Etxebarria y su mujer Ramona Elexpuru Telletxea tuvieron varios hijos: Petra (n. en Bermeo en 1840); Juan Ángel (n. en Bermeo en 1843); Juan (n. en Bermeo en 1844) y Valentín (n. en Santander en 1851). Atanasio fue, por tanto, el primer Munitiz que se trasladó de Bermeo a Santander, donde nació su hijo Valentín, el tatarabuelo de Pedro Munitis.
En la segunda mitad del siglo XIX encontramos a varios capitanes de barco de apellido Munitis en Santander, algunos procedentes de Bermeo, quizá miembros de la familia del futbolista, en sentido extenso, y otros de Mundaka: capitanes, por ejemplo, del Quechemarín (del francés cache-marin) o Lanchón Panchita, un barco de carga que navegaba a Bilbo/Bilbao, Donosti/San Sebastián y Xixón desde Santander; del Lanchón San José, que transportaba, entre otras cosas, pipas de chacolí entre Bermeo y Santander; del Lugre Celesta; de la Lancha San Juan Bautista, que transportaba cargas entre Santander y Bilbao; y del Quechemarín Peña Castillo, que, por ejemplo, transportaba cargas entre Santander y Santoña y entre Xixón y Bilbao, o hacía la ruta entre Santander y Nantes. En este último caso se trata del capitán Antonio Munitis, que, en mayo de 1865 entró en Santander en el Quechemarín Peña Castillo con 7562 barras de plomo procedentes de Pasajes para la Real Compañía Asturiana, y en octubre de ese mismo año, entró en Xixón a bordo del mismo quechemarín con una carga de mineral procedente de Santoña. También tengo que mencionar al llamado Manuel Munitis, que en 1867 era capitán del bergantín-goleta Sola, y unía Santander con el puerto de Falmouth, o que, ese mismo año, y a bordo de la misma embarcación, entraba en el puerto de Santander procedente de Christiansund con ciento setenta mil kilos de bacalao, por dar sólo algunos ejemplos de su actividad. También encontramos capitanes de barcos de apellido Munitis/Munitiz que hacían rutas entre los puertos europeos y los americanos, como el vapor Reina Mercedes, que cubría la ruta Santander-La Habana, o el Bergantín-goleta Lola que capitaneaba Manuel Antonio de Munitis, y que cubría la ruta Santander-Puerto Rico. En el caso del capitán José María Munitis, se puede documentar su navegación a la ciudad inglesa de Liverpool en 1875 en el vapor Irurac-Bat, o en el vapor-correo Reina Mercedes desde Manila a Mahón en 1881. Un capitán llamado Faustino Munitis capitaneaba la goleta San José, que unía Santander con Ribesella/Ribadesella.
Munitiz parece ser un apellido toponímico vasco. Munitiz es un barrio (auzoa) del pueblo de Sukarrieta, en Bizkaia, lugar donde existe una casa-torre del siglo XVI del mismo nombre.
La Historia de los orígenes cántabros y vascos del futbolista Pedro Munitis es, a grandes rasgos, la contada hasta aquí. Si pensamos en aquellos cántabros y vascos de los siglos XVIII y XIX de apellido Munitis/Munitiz que capitaneaban y patroneaban sus embarcaciones de pesca y de carga por el Cantábrico (desde los puertos cántabros y vascos, con destinos múltiples en este y en otros mares), es imposible no concluir que la Historia no le pudo escribir al capitán del Racing unos orígenes más dignos de sí, él que ha sido un gran capitán en tierra y que hoy es excelente patrón de los jugadores que son tripulación de su equipo.
Este es el estado en el que se encuentra actualmente la sepultura en el cementerio civil de Ciriegu de Santander del anarcosindicalista y escritor reinosano Rufino Macho Cuesta (Reinosa, 1884 -Santander, 1963), quien fuera el padre de Urano Macho Castillo, militante anarcosindicalista y poeta cántabro, director en 1936-37, durante la Guerra Civil, de la Comisión de Bibliotecas de la Dirección general de Instrucción Pública del Comité Provincial de Guerra, nacido en Santander en 1912 y fallecido en Torrelavega en 2009.
Fotografía: Araceli González Vázquez, julio de 2022.
Difícil de entender cómo una sepultura de principios de los años sesenta, se encuentra en ese estado en 2022. Nada raro en el contexto del cementerio civil de Ciriegu, la parte peor gestionada del cementerio municipal de la ciudad de Santander, que presenta innumerables problemas de conservación, y daños irreversibles del patrimonio material y cultural, particularmente graves en algunas sepulturas antiguas.
Rufino Macho Cuesta trabajó como oficial de la limpieza pública (1918-1931) y como auxiliar de los mercados de la Esperanza y del Este (1932-35, 1935-37) de la ciudad de Santander, ejerció su actividad sindical en la CNT, en la que formó parte de la Sociedad de Profesiones y Oficios Varios, y fue parte de los socios fundadores y de las juntas directivas del Ateneo Popular de Santander, una entidad en la que participó también como escritor (en veladas literarias) y como conferenciante.
Rufino Macho Cuesta nació en Reinosa, Cantabria, en 1884. Allí encontró su primer trabajo como dependiente del almacén de muebles de Casimiro Díez. Allí también vivió su primer conflicto laboral cuando fue acusado de hurto por su patrón, que declaró ante la justicia que el joven Rufino había sustraido varios efectos de su almacén (cuatro palanganeros, una romana, una cama de hierro y una tela metálica) y los había vendido a beneficio propio. Fue condenado a dos años de presidio correccional en septiembre de 1904. Prófugo con otros once quintos cántabros que no acudieron a las filas del servicio militar obligatorio, recibió un indulto del Ministerio en 1906. A pesar de ello, ingresó en la cárcel de Santander en abril de 1907. En esos años era ya conocida su militancia anarquista. De hecho, en mayo de 1908 se le detuvo en A Coruña como sospechoso de haber colocado una bomba en la iglesia de San Jorge de la ciudad. La bomba estalló durante una misa de tropa el día 24 de mayo de 1908. Había sido colocada junto a un confesionario. No hubo muertos, pero sí varios heridos.
Rufino Macho fue detenido por la colocación de propaganda anarquista en el espacio público de A Coruña. Habían aparecido unos impresos de pequeño tamaño y en colores, con unos textos “acentuadamente anarquistas”, en muchos postes telegráficos y del alumbrado, en las fachadas de algunas casas, y en algunos otros puntos de la ciudad. Se le detuvo in fraganti, mientras colocaba un impreso en un poste del cable del alumbrado del Cantón Pequeño. En el momento de su detención, Rufino Macho no estaba solo, pero su compañero logró huir. Los agentes de la Seguridad se incautaron de multitud de pasquines y del tarro con engrudo que usaba para pegarlos. Había llegado a A Coruña hacía tres meses, y según la prensa, vivía de “los socorros” de “significados colegas de la clase obrera”. En A Coruña, Rufino Macho había participado en algunos mítines políticos, y en abril de 1908 había sido nombrado secretario del Centro de Estudios Sociales “Germinal”. El 19 de marzo de 1908, el diario El Noroeste de la ciudad publica un soneto de tema amoroso de su autoría:
En su declaración ante los agentes de la Seguridad de A Coruña, realizada quizá bajo coacción, como era frecuente en la época, señaló que había recibido los impresos de la redacción del periódico ácrata El Rebelde de Barcelona. Este diario, que se publicó en Barcelona en 1907 y 1908 bajo la dirección de Leopoldo Bonafulla (seudónimo del anarquista catalán Joan Baptista Esteve), pudo ver la luz durante ese período a pesar de la represión y las múltiples denuncias contra sus artículos. Una vez detenido, a Rufino Macho se le registró la ropa que llevaba, y se le hallaron cartas, postales, artículos de periódicos y otros documentos que los agentes vincularon con sus ideas anarquistas y libertarias. En una de las tarjetas postales, según señaló un diario de A Coruña, se hacía apología de Angiolillo. Michele Angiolillo Lombardi (1871-1897) era el anarquista italiano que había asesinado a Antonio Cánovas del Castillo, presidente del Consejo de Ministros de España, en agosto de 1897. Se dice que pronunció la palabra “Germinal” antes de morir.
También señala el diario El Noroeste que a Macho se le halló una hoja de almanaque en cuyo reverso había una receta culinaria para preparar pollos rellenos. Como vemos, en la represión del anarquismo, cualquier papel se consideraba de interés o sospechoso. Señala el redactor de El País sobre Rufino Macho que, “hablando de la fe que siente por sus ideas, llegó a decir que si alguien intentase por la fuerza hacer que abdicase de ellas, apelaría también a la fuerza para defenderlas” (El País, 11 de abril de 1908).
A Rufino Macho se le exoneró de toda responsabilidad un par de días después de su detención cuando se comprobó que aquel día de la explosión de la bomba en A Coruña se encontraba en Betanzos, junto con algunos “compañeros suyos en ideas”, asistiendo a un mitin de protesta contra la Ley de represión del Terrorismo de Maura. Macho regresó de A Coruña a Santander en barco en julio de aquel mismo año de 1908, una vez recobrada su libertad.
En 1909-10, Rufino Macho cumplió con el servicio militar y publicó algunos textos en la prensa cántabra sobre su experiencia en los cuarteles (por ejemplo, “¡Todo por la patria!”, La Región cántabra, 23 de enero de 1909, p. 3; “Aurora feliz. El soñar de un militar”, La Región cántabra, 5 de junio de 1909, p. 2; ¡¡Juventud!!, La Región cántabra, 13 de noviembre de 1909, p. 2; “Durante mi centinela. El mañana esplendoroso”, La Región cántabra, 13 de agosto de 1910, p. 3). Algunos de esos artículos están firmados en Tarrasa. En 1909 realizaba donaciones al Centro de Enseñanza Integral y Laica, y en 1910 publica en el semanario republicano La Región cántabra un artículo titulado “Por la cultura”, en el que se dirige a la comisión organizadora del Ateneo Popular para señalar la idoneidad del proyecto de apertura (La Región cántabra, 26 de noviembre de 1910, p. 2). También son de 1910 los artículos titulados “Rápidas reflexiones” (La Región cántabra, 16 de septiembre de 1911, p. 2) y “Niños ricos y niños pobres. Para los niños pobres ¡Oh Racionalismo!” (La Región cántabra, 16 de diciembre de 1911, p. 1).
En esos años, Rufino Macho mantiene una actividad literaria algo más intensa que en los anteriores. En 1912, el cuadro artístico “Aurora” del Ateneo Popular puso en escena un monólogo en prosa escrito por él. Se titula “El Asistente”, y no tengo constancia de que se haya conservado en ningún archivo o biblioteca pública cántabra. Lo interpretó José Carral, un hijo del anarquista cántabro Emilio Carral en el salón-teatro de la escuela laica de la calle San Roque. También es de su autoría y de ese mismo año, el monólogo en prosa titulado “¡Buena caza!”, estrenado por el mismo cuadro artístico en el mismo lugar. Tampoco parece haberse conservado. En esos años, Rufino Macho continúa escribiendo artículos para el semanario republicano La Región Cántabra. De 1912 son los titulados “La nave social” (La Región cántabra, 3 de febrero de 1912, p. 2), “En Santander. Brisas del mar Cantábrico” (La Región cántabra, 10 de febrero de 1912, p. 3) y “Hacia la Revolución Social” (La Región cántabra, 9 de marzo de 1912, p. 2). En 1913, Macho formaba parte del grupo anarquista “Las Hormigas”. Emilio Carral, de ideas anarquistas como él, y próximo a él en muchos sentidos, formaba parte del grupo “Adelante”. En 1915 y 1916, Rufino Macho publica nuevos artículos en La Región cántabra. Estas colaboraciones de un anarcosindicalista en la prensa republicana son reveladoras de la buena sintonía que existió en Cantabria en la época entre ciertos sectores del republicanismo -federal y lerrouxista- y el anarquismo/libertarismo local. En 1916, Macho publica un artículo muy interesante, examinando, con una perspectiva muy crítica, el punitivismo aplicado socialmente a través del penal de El Dueso (“La inquisición moderna en el penal de El Dueso”, La Región cántabra, 13 de mayo de 1916, p. 2). También escribió sobre la cárcel de Santander, ese mismo año.
En febrero de 1921, Rufino Macho fue detenido y encarcelado de nuevo. Se le detuvo junto a otros seis sindicalistas en la ciudad de Santander. Se les había sometido a vigilancia previa, y se sospechaba que podían haber (re)constituido en Santander el Comité Regional del Norte de la CNT desarticulado en Bilbao. Tenía entonces 37 años, y trabajaba como peón temporero en el Ayuntamiento de Santander. Vivía en una buhardilla del número 12 de la calle de Eugenio Gutiérrez. Los detenidos entonces fueron Bruno Carreras, Félix Martín, Lázaro Sierra, Francisco Fernández, Luis Ramos y Galo Díez. Estos hombres fueron detenidos la noche del 12 de febrero de 1921 cuando se encontraban en el domicilio de Ramos. En esa reunión, al parecer, habían tomado la decisión de fundar una asociación obrera llamada Confederación Regional del Trabajo del Norte, algo considerado ilícito y penado por la ley. Se les juzgó en Santander en 1922, pero el fiscal, en vista de las pruebas, retiró la acusación. En julio de aquel año, quizá como medida represiva, se le negó a Rufino Macho una plaza de barrendero en el Ayuntamiento de Santander. Al año siguiente, también en el mes de junio, se declaró un incendio en la casa en la que vivía con su familia, en una buhardilla del número 12 de la calle de la Compañía, que no parece haber sido fatal.
En noviembre de 1921 volverá a ser detenido y encarcelado de nuevo cuando, en el marco del conflicto obrero que se ha planteado en Santander, presente una proposición para declarar la huelga general.
A finales de los años veinte, y en los primeros treinta, Rufino Macho formó parte de la Agrupación Instructiva de Dependientes municipales del Ayto de Santander, de la que fue presidente. Mantuvo una actividad sindical bastante intensa, e intervino como propagandista político en numerosos mítines. En 1934 le tocó un importante premio en la Lotería, e hizo múltiples donaciones sociales ese año y en los dos siguientes.
Su hijo Urano, que recibió de sus padres, Rufino Macho y Teresa Castillo, este nombre de claras resonancias astronómicas, en consonancia con el racionalismo de muchos anarquistas y libertarios de aquella época, nació en Santander en 1912. Fue fundador, en 1932, del Ateneo Obrero de Santander. En 1936 fue nombrado en director de la Comisión de Bibliotecas del Comité Provincial de Cultura, cuyo director era el también anarquista Jenaro de la Colina (Santander, 1906- Santander, 1993). Una de las personas que colaboraron con él con mayor entusiasmo en los primeros meses de la guerra y en 1937, hasta la ocupación de Santander por las tropas fascistas, fue el escritor cabuérnigo Manuel Llano, que donó muchos libros para la fundación de las bibliotecas populares y de barriada obra de Urano Macho, y que escribe lo siguiente sobre la iniciativa de Macho para mejorar las lecturas infantiles:
“Pues ya lo creo que comparto tu iniciativa, amigo Urano Macho! La comparto y además la animo en mí, porque veo en ella una máxima preocupación de romper ramplonerías educativas y, mejor aún, un desvelo constante de idea que no está a gusto con las malas rutinas, que quiere, sin envanecimiento, buscar maestría a los rumbos infantiles…” (Llano, Manuel, “Esbozos. Lecturas infantiles”, El Cantábrico, 15 de noviembre de 1936, p. 6).
En 1979, Urano Macho pudo participar en el homenaje que se le rindió a Manuel Llano en Santander. En 1982 publicó su único libro de poemas, titulado “Versos en mi vida”. Escribió en numerosas publicaciones periódicas, tanto dentro como fuera de Cantabria, pero, lamentablemente, nunca se han compilado sus trabajos. Urano Macho se había formado en las aulas de la escuela laica de la calle Magallanes del Centro de Enseñanza Integral y Laica. Aurelio Herreros, maestro laico homenajeado en tiempos de la Segunda República, librepensador republicano de Sierrapandu, dirigía entonces esa escuela de la calle Magallanes, y fue su maestro. En esa escuela se formó también, entre otros, el socialista Eulalio Ferrer, y en ella trabajaron como maestras laicas las hermanas Lavín Aspiazu, sobre las que escribí aquí en La Murria.
Exiliado en Francia, fue entregado a las autoridades franquistas de Santander junto a su padre, y pasó varios años en la cárcel. Rufino Macho fue sometido a la ley de responsabilidades políticas, pero en 1944 se le declaró exento de responsabilidad.
Si en el Ayuntamiento de Santander existiera una mínima sensibilidad hacia el patrimonio material y cultural de los cántabros y las cántabras que existe en Ciriegu, ni esta sepultura, ni el resto de las que perviven actualmente en el cementerio civil de Ciriegu se encontrarían en el estado lamentable en que se encuentran. Este cementerio es un importante elemento del patrimonio material ligado a la memoria democrática de Cantabria, y alberga las sepulturas de muchos hombres y mujeres que trabajaron en circunstancias muy adversas para socializar ideas de progreso entre las cántabras y los cántabros.
Agradecimientos
Le agradezco mucho a Daniel Lobete López, profesor de enseñanza secundaria de Geografía e Historia, la extraordinaria tarde que pasamos en Ciriegu hace unas semanas, fijando nuestra mirada investigadora en aspectos invisibilizados de la Historia de Cantabria y de Santander, y compartiendo nuestras inquietudes intelectuales sobre ellos.
Para intentar profundizar en el conocimiento de la toponimia menor de Cantabria, y en el conocimiento de las variedades lingüísticas cántabras, esta vez fijándome en el cambio de la labial inicial “b” por “m”, voy a dar varios ejemplos de Sanander y de Valdáliga. Voy a continuar empleando materiales del Catastro de Ensenada, de mediados del siglo XVIII (ca. 1753), que, examinados desde un punto de vista sociolingüístico y dialectológico, permiten conocer mejor, tanto la variación lingüística en general, como, en particular, el proceso de castellanización lingüística que se experimentó en Cantabria con bastante intensidad en época moderna.
En primer lugar, voy a dar un ejemplo en el que ocurre lo mismo en el mismo término en los dos lugares, Sanander y Valdáliga (conceju de Roiz). Se trata del topónimo “La Bimbrera/La Vimbrera”, que en Sanander es un lugar en el entorno de Las Llamas, y en Valdáliga, un lugar en el conceju de Roiz, en el barriu La Cocina. Este término de “vimbrera” procede del latín “vimen”, y de su evolución antigua, con epéntesis, “vimbre”. Se refiere a un arbusto de la familia de las salicáceas, que en castellano se denomina preferentemente hoy en día “mimbre” y “mimbrera”, aunque también están documentados en tierras castellanas los términos “vimbre” y “vimbrera”. Una “vimbrera” es también, en Cantabria, el lugar en el que hay varios ejemplares de este arbusto. A esto se refiere también el término “vimbral”.
Un breve ejercicio de lingüística histórica permite ver bien que las formas locales de Sanander y de Valdáliga fueron “vimbre” y “vimbrera”, que son más fieles al latín original que las castellanas “mimbre” y “mimbrera”. También ocurre en la lengua gallega, donde el “vimbre” cántabro es el “vime”, o en la catalana, donde es el “vimet”. Lo que vemos en la documentación es que el topónimo “vimbrera” local de la ciudad de Sanander y del valle de Valdáliga se mantiene fiel a la fonética del latín vulgar, y sometido a dos procesos. Por un lado, un proceso fonológico, la sustitución del sonido de la “b” por el de la “m”, que es indicativo de la variación local (se hace el cambio ante un grupo “mb”), y que refleja que, por diferentes razones, durante cierto lapso de tiempo han coexistido diferentes realizaciones. Recuerdo en este punto que tanto los declarantes como los escribientes del Catastro son de Roiz, y que sería interesante disponer de un perfil social de los mismos para determinar su grado de exposición al castellano. Por otro lado, hay un proceso de abierta castellanización, cuando el término “vimbrera” se sustituye por el término “mimbrera”, especialmente porque, sin recuerdo del original del latín, “vimbrera” no se considera correcto. Es difícil saber cuando se ha producido lo uno o lo otro, pero sería interesante poder determinar en qué medida la sustitución de “b” por “m” se consolida por el avance de la castellanización, y en qué medida los escribientes y los declarantes reflejan un fenómeno fonológico local o hacen avanzar la castellanización.
En las respuestas de Sanander al Catastro de Ensenada (1753), el término aparece como “binbrera”/”vimbrera” y como “mimbrera”, tal y como pasa en Roiz, y en ocasiones como “La Brinbera”. En este último caso hay metátesis en sílabas consecutivas, con una transposición de la “r” a la sílaba precedente, la primera del término: “brinbera” por “binbrera”. La “r”, como en el caso de Gabriel/Grabiel, al que me he referido ya en La Murria, también pasa a la primera sílaba de la palabra.
Es lo que se ve en el ejemplo que incluyo fotografiado: “… medio quarteron de viña que linda al zierzo con brinbera…”.
Por lo que dice el Catastro de Ensenada, y también por lo que dicen interlocutores actuales, La Vimbrera, conocido hoy casi invariablemente como La Mimbrera, es un lugar del entorno de Las Llamas en el que se explotaba el “vimbre” como recurso.
La documentación que presento para el caso de Roiz es muy similar. En el Catastro de Ensenada se puede documentar la forma “bimbrera” y la forma “mimbrera”, y en los registros sacramentales de defunción de la parroquia se puede ver, a través de un registro de 1808, que el término vernáculo se mantiene en el siglo XIX. Aparece como “la Casa de la Vimbrera”, y se refiere a un invernal en el que fue hallado muerto en noviembre de 1808 un soldado disperso de los que combatieron bajo las órdenes de Blake en la batalla de Espinosa los Monteros contra los soldados de Napoleón, en la época de la Francesáa.
Se trata de un topónimo del barrio de La Cocina, emplazado en el entorno del cementerio. En el Catastro actual aparece castellanizado como La Mimbrera.
Catastro actual.
Mi segundo ejemplo de mutación de “b” y “m” se refiere también al conceju de Roiz. Se trata de uno de los topónimos menores más numerosos de Cantabria: Bárcena, que algunos consideran de origen prerromano y otros procedente del latín “marginem” (margen u orilla), algo que refuerza el hecho de que muchos se encuentran en las orillas de los cursos de agua. Tal y como se puede ver en los ejemplos, del conceju de Roiz, el topónimo es realizado localmente como Marzena en las respuestas del Catastro de Ensenada (1753). Si Bárcena viene del latín “marginem”, en este caso es posible pensar que no hay una mutación de “m” por “b”, sino una preservación de la “m” original. Habría habido un cambio fonológico en la aparición y difusión de Bárcena y en la consolidación del término como tal. Para confirmar esto habría que consultar documentación medieval, si existiera.
En las respuestas del Catastro de Ensenada (1753), algunas escritas por un mismo escribiente, podemos ver cómo vecinos del mismo conceju declaran tener propiedades en la Marzena y otros en la Barcena, ejemplo de la variación fonética existente en ese momento.
Mi tercer ejemplo, quizá el más elocuente de los tres, porque nos informa sobre varios procesos lingüísticos, procede del Catastro de Ensenada (1753) y se refiere a Sanander. Se trata del topónimo Valbuena, que alude a unas viñas que tenían diferentes propietarios, y que estaban emplazadas en el entorno de la propiedad del Marqués de Valbuena de Duero. Este Marqués de Valbuena de Duero era natural de Solares, pero residía en Sanander. Fundará una fábrica de cervezas, “La Austríaca”, en Cañadíu, y a partir de 1779, será escribano de número de la ciudad. En su título se refleja el nombre de una localidad castellana, de la provincia de Valladolid. Cabe suponer, por todo ello, que Valbuena/Balbuena es la forma original del topónimo, y que no va más atrás del siglo XVIII, pero no sé a ciencia cierta si esto es así. En este caso, en el Catastro de Ensenada (1753) los escribientes registran hasta tres variaciones: Malbuena (la más frecuente), Marguena (Margüena) y Marbuena, con cambios de “m” por “b”, como los vistos anteriormente, pero también de “g” por “b” (consonantes oclusivas sonoras), como los que expliqué ayer, y de “l” por “r”. No son simples cambios fonológicos, ya que también suponen la aparición de nuevas palabras reconocibles en el término: “mal” por “val”, y la forma local “güena” por “buena”.
La mutación de “b” y “m” también se da con frecuencia en euskera: BURUAGA/MURUAGA. En realidad, lo que se produce, tanto en el cántabro como en el euskera, es una asimilación de las consonantes labiales “b” y “m”.
Una última nota sobre esto concierne al topónimo Majuelo, de Sanander, que me ha hecho pensar si el apellido Bajuelo, de Udías, presenta una mutación de “m” por “b”. Procedería entonces del latín “malleolus”, martilluco/mazuco, de “malleus”, martillo o mazo, que creo que es lo más probable.
Esto tan emocionante que enseño hoy (con estas cosas me emociono, y no poco, yo), es lo que pasa cuando el escribano del Catastro de Ensenada, en 1753, escribe lo que le oye decir al dueño del prau. En este caso, el prau es de Domingo Bueno, un vecino de Toporias (Udías), de treinta años de edad.
Domingo declara tener un prado de dos carros de tierra en «el Sahu». Del latín «sabucum», que en cántabru devino principalmente «sabugu», «saúgu»/»saúcu» y «saú», y que en el Catastro de Ensenada, según sea, aparece con frecuencia castellanizado como «sabugo»/»sabuco», y «sa(h)ugo»/»sa(h)uco». «Saú», «saúcu» y «saúgu» son formas que se conservan hoy en día en Udías, no sólo como topónimos, sino para nombrar al árbol/arbusto. Se dan las tres, que es algo que me parece interesante, porque los hablantes parecen alternarlas.
La forma culta del latín es «sambucus», y en algunos lugares también se registra «samugu»:
En esos casos, vendrían también del latín vulgar «sabucum» y no de la forma culta: hay un cambio de la labial «b» por «m», que es un fenómeno fonético relativamente frecuente en cántabru.
Este caso de Toporias (Udías) del Catastro de Ensenada, de mediados del siglo XVIII, es raro, pero refleja una fidelidad al enunciador del topónimo que es bastante rara: «sahu» es la grafía elegida para trasladar /saú/, donde hay una caída consonántica que es también propia del país.
Una de las milicianas cántabras mejor conocidas en su época pudo ser, sin duda, Victoria López. Victoria López era comunista, formaba parte de la Sociedad de Tabaqueros, y era la compañera de Fermín Alonso («Ferminuco»/»Ferminucu», n. 1900?), militante del Partido Comunista como ella.
Victoria López era la secretaria del grupo femenino del Partido Comunista en abril de 1937. A pesar de que, por aquel entonces, ya se había producido el «giro hacia las retaguardias» en los discursos que pretendían movilizar a las mujeres durante la guerra, López escribía en aquel momento:
“La mujer (…) puede desarrollar alguna labor más que la de trabajar en talleres de costura, pues si necesario es, puede y debe empuñar el fusil, ya que el abandonar a los hijos no debe importar, si se hace por lograrlos la libertad” (El Cantábrico, 13 de abril de 1937, p. 4).
Una opinión similar es la que expresaba algunos meses antes, en diciembre de 1936, su compañera de partido Carmen Crispín, que también participaba en las labores de costura:
“A todos los hombres antifascistas de Santander, y en general y en particular a los del correaje, les digo que dejen sus puestos para los viejos y para nosotras, las mujeres, que estamos dispuestas a dar hasta nuestra última gota de sangre porque esos asesinos fascistas mueran y para bien de nuestra España, a la que tanto queremos y para que el día de mañana vuestros hijos no tengan que decir ¡qué padres hemos tenido! Hombres del correaje: paseando por aquí, no se ganan las batallas. Una mujer comunista os dice con sinceridad que no son hombres los que tienen miedo. Si aún con esta advertencia no vais a la lucha con nuestros hermanos, bien claro demostraréis que sois cobardes” .
Victoria López fue parte de Mujeres Antifascistas, y estuvo en el frente, donde fue parte del comité de la columna de Piedrasluengas que se formó el 14 de agosto de 1936. Era vocal. Este comité lo presidía Florencio Núñez, y ella era la única mujer. Su marido, Fermín Alonso, del Partido Comunista, también era vocal. La mesa de honor del comité también incluía a una mujer, Dolores Ibarruri, «Pasionaria» (junto a Largo Caballero y Stalin). En la constitución del comité, se acordó enviar un “saludo revolucionario a la camarada Matilde Zapata”.
La columna de Piedrasluengas se denominó “Aída Lafuente”, en recuerdo de una joven miliciana asturiana de Octubre del 34 que perdió la vida en vanguardia, en los frentes de la revolución, que recibía entonces entre las gentes de izquierda el apodo de “Libertaria”. En esta columna de Piedrasluengas hay una cierta feminización: hay una miliciana (Victoria López), hay una diputada en el comité de honor (Dolores Ibarruri), y se elige para la columna el nombre de Aída Lafuente, que es uno de los grandes referentes políticos femeninos de las izquierdas republicanas por aquel entonces. Un modelo de mujer que participa en la contienda en vanguardia, armada, a cargo de una ametralladora.
“Todos nos mostramos admirados al contemplar cómo una mujer de la Montaña con su fusil se ha aprestado a colocarse al lado de los hombres a defender la República, siguiendo con ello la ruta del heroísmo femenino que en Asturias inició una joven: la inolvidable Aida Lafuente”, escriben sobre Victoria López en el diario cántabro La Región el 13 de agosto de 1936.
Junto a las mencionadas, y para completar el cuadro, resta evocar a otra mujer. Una andaluza, «Rocío», la mujer del título de la canción que pone la música al Himno de las Milicias de la Compañía “Aída Lafuente”, en una parte de cuya letra, que copio a continuación, se nombra a la miliciana Victoria López:
“En la Compañía/ “Aída de Lafuente”/ va una miliciana/ con valor sin par:/ es Victoria López/ una compañera/ que, viendo el peligro,/ avanzando va./ Es de Santander/ y tiene cuatro hijos;/ pero como ella/ siente un ideal,/ hace un sacrificio/ y deja la casa/ y con su marido/ al frente se va./ Parece que nos alienta/ cuando en el frente está/ y todos los milicianos/ van a morir o a triunfar” .
La canción «Rocío» era interpretada por un cantaor de flamenco llamado Canalejas de Puerto Real, que era muy popular entonces. La música es de Manuel Quiroga, y la letra original del poeta andaluz Rafael de León.
En diciembre de 1912, el día 4, Mariano Martín Yustos, un anarquista vallisoletano, antiguo tipógrafo de 54 o de 60 años de edad (la prensa discrepa en este punto), es encarcelado en la ciudad de Sanander. Se le ha enviado a prisión por “vender públicamente unos libros y grabados soezmente pornográficos” (El correo español, 5 de diciembre de 1912, p. 2). Esos libros y grabados se le han encontrado en el registro de su vivienda, en el número 10 de la Cuesta La Atalaya, en Sanander, y el registro de su vivienda ha sido llevado al efecto unos días antes porque el antiguo tipógrafo, que, como he dicho, es anarquista, es sospechoso de haber colaborado con el también anarquista aragonés Manuel Pardina Sarrato (1880-1912), el asesino de José Canalejas (1854-1912), el presidente del Consejo de Ministros.
Pardina ha asesinado a Canalejas en Madrid el día 12 del mes anterior, el de noviembre. Mariano Martín Yustos ha sido detenido e interrogado en Sanander por vez primera el día 24 de noviembre, y permanecerá durante tres días en prisión incomunicada, hasta que otro implicado preste declaración, le exonere de toda responsabilidad, y sea liberado en la tarde del día 26. Luego vendrá su nuevo ingreso en prisión, el del día 4 de diciembre, esta vez por un asunto colateral, la posesión de pornografía.
Manuel Pardina Sarrato (en algunas fuentes, equivocadamente, Manuel Pardiñas Serrano), de Lo Grau/El Grado (Osca/Huesca), asesinó al político liberal reformista gallego José Canalejas el día 12 de noviembre de 1912, frente al escaparate de la librería San Martín, en la Puerta del Sol, en Madrid. Pardina tenía 32 años y Canalejas 58. Pardina le pegó a Canalejas tres tiros con una pistola Browning de gran calibre de la marca Royal Express.
Mundo Gráfico, 13/11/1912, pp. 22 y 23.
La versión oficial de lo que aconteció inmediatamente después de esos tres disparos dice que Pardina, cuando se vio acorralado e incapaz de huir del lugar, se suicidó. Su cadáver, que fue expuesto y fotografiado en el Depósito Judicial, presenta dos orificios de entrada de bala en el cráneo, en la sien derecha y en la frente, en el lado izquierdo, un hecho que ha puesto seriamente en duda la teoría del suicidio. De hecho, ya en su época se dijo en algún diario que Pardina había muerto de un disparo efectuado por uno de los agentes de la ronda secreta que seguía los pasos de Canalejas (La Correspondencia de España, 12 de noviembre de 1912, p. 7). De acuerdo con las versiones oficiales, uno de los agentes, de apellido Borrega, se avalanzó sobre él y le descargó un fuerte bastonazo en la cabeza. Pardina le disparó a él, errando el tiro, y luego se disparó a sí mismo.
Así aparece Pardina en la fotografía que le hicieron a su cadáver en el Depósito Judicial:
De «Archivos de la Historia».
Pardina fue identificado en la escena del crimen porque llevaba en un bolsillo una partida de nacimiento. Había nacido en Lo Grau el 1 de enero de 1880. Así lo dice también su partida de bautismo de la parroquia de San Salvador de Lo Grau, que expresa claramente que su apellido paterno es Pardina y no Pardiñas, y que su apellido materno es Sarrato y no Serrano. La partida permitió identificarle, y comprobar entonces que estaba fichado por la policía, y que la Sección de Investigación disponía de un retrato de frente y de perfil que luego publicó la prensa, y que había sido enviado a algunas comisarías. La fotografía se hizo en Burdeos el 16 de septiembre de 1912.
Mundo Gráfico, 13/11/1912, p. 25.
Pardina fue llevado a la Casa de Socorro aún con vida, y murió a las 2 y 23 minutos de la tarde. Había asesinado a Canalejas a las 11 y 25 minutos de la mañana. A las 4 y media de la tarde, su cadáver fue conducido al Depósito Judicial, donde se hizo la famosa foto que he mostrado anteriormente.
Mundo Gráfico, 13/11/1912, p. 25.
Manuel Pardina era hijo de Agustín Pardina Ferriz, un antiguo carabinero de Lo Grau, que había sido licenciado, y que vivía, como su mujer, María Sarrato, de su trabajo como labrador. Manuel Pardina había salido de su casa y de su pueblo con catorce años, y se había trasladado a Zaragoza. Allí había estado tres años viviendo con la familia de Antonio del Pueyo, un hombre procedente de Lo Grau, como él, con el que había aprendido el oficio de blanqueador. Luego se había matriculado en la Escuela de Artes y Oficios de Zaragoza, y había trabajado con un tal maestro Ibáñez en las obras de decoración del Café Moderno. Al cumplir los dieciocho años, Pardina había huido al extranjero para librarse del servicio de quintas. De París, donde vivía su hermano Agustín, que era carpintero, había migrado a Buenos Aires.
Pardina había sido expulsado de la República Argentina en 1909. Cuando el anarquista ucraniano Simon Radowitzky (1891-1956) asesina el 14 de noviembre de 1909 a Ramón Lorenzo Falcón (1855-1909), el coronel represor de las revueltas obreras de la Semana Roja, el país decide perseguir a los anarquistas, y en ese contexto se produce la expulsión de Pardina, ya militante por aquel entonces. Ese año de 1909 Pardina llega a Tampa, Florida. Tras pasar varios años trabajando y viviendo allí, a finales del mes de enero de 1912 Pardina regresa a España vía Cuba. Llega a Sanander el 29 de enero a bordo del vapor La Champagne, de la Compagnie Générale Transatlantique. En agosto de 1912, Pardina reside unos meses en Francia. Estará en París, en Burdeos, en Marsella y en Biarritz. En Madrid, a donde había llegado desde París, se hospedará en la calle Carlos Rubio, en Cuatro Caminos, en un cuarto en casa de un pintor llamado Emilio Coronas. Coronas y Pardina se habían conocido en Zaragoza catorce años atrás, cuando ambos eran aprendices de pintor.
La lista de pasajeros llegados a Santander en el vapor La Champagne el 29 de enero de 1912 (a Manuel Pardiña se le nombra en la anteúltima línea). La Atalaya, 30 de enero de 1912, p. 1.
Tanto la policía francesa como la española parecen haber estado al tanto de los movimientos de Pardina, algo que hace difícil de comprender que se moviera con tanta libertad en los meses y días previos al asesinato. La policía francesa había avisado a la española de que el 12 de agosto de 1912, había llegado a Burdeos un sujeto peligroso procedente de Tampa. En Burdeos, Pardina se había visto con el anarquista Vicente García, a quien algún tiempo antes le habría enviado una carta para mostrarse disponible para cometer un atentado contra el rey. Cuando llegó a Burdeos en agosto de 1912, Pardina se hospedó con el anarquista Gallart. Luego se vio con un anarquista español llamado Manuel Hernández, que propuso a Pardina y a Gallart la formación de un grupo llamado “Acción libre” (Revista técnica de la Guardia Civil, septiembre de 1918, p. 18).
Un tal Armiñán, licenciado en Farmacia, un agente encargado de vigilar a Pardina en Burdeos, fingió ser anarquista y se ganó la confianza del aragonés. Según lo que declaró, éste “estaba trastornado por la lectura de obras de tendencias anarquistas”, y “era un cerebro perturbado y un filósofo a su manera, que no transigía con muchas de las costumbres actuales ni con la constitución actual de la sociedad. Se exaltaba con facilidad; pero su carácter serio, reservado y taciturno le llevaba a rehusar el trato con la gente” (El Año político, 1912, p. 464). Armiñán también declaró que, en Burdeos, “todas sus expansiones consistían en unos amores que mantenía con una mujer casada llamada Pilar” (La Correspondencia de España, 13 de noviembre de 1912, p. 4).
En el día del atentado, y según se halló en su ropa, al retirarla para hacerle la autopsia a su cadáver, Pardina llevaba consigo un folleto anarquista; una carta dirigida a él por el Comité Internacional de Berna; una fotografía de una mujer que decía “A mi inolvidable Manuel”; un billete de 25 pesetas, 16 pesetas en plata y 1,55 en calderilla; una caja de cerillas; un cuaderno manuscrito que contenía varios datos sobre el estómago humano; y otro, en cuya portada sólo decía “Conflagración internacional” y “París”, que contenía una especie de clave, una mezcla de palabras en francés y en castellano y algunos signos raros.… Un sujetador de corbata que llevaba puesto fue entregado a uno de los redactores del diario La Correspondencia de España, con destino al Museo de Criminología. La prensa de la época señala que la mujer de la fotografía era Pilar, una mujer española casada con la que Pardina tuvo una relación en Burdeos.
En 1912, Canalejas mantiene una relación un tanto conflictiva con los republicanos y los socialistas, que le acusan de “perseguidor de las sociedades obreras” cuando la autoridad judicial dicta un auto suspendiendo la Unión General de Trabajadores, por no estar constituida legalmente, y procesando a quienes formaban el comité central, entre otros, a Largo Caballero. La UGT agrupaba entonces más de cuatrocientas sociedades obreras. No obstante, la prensa refiere que Pablo Iglesias tiene dudas sobre la naturaleza del crimen: “Me resisto á creer—dijo—que sea un atentado político, pues de fecha reciente no hay ningún hecho que justifique ese atentado. Si de los antecedentes é investigaciones que se hagan resulta demostrado que ha sido un anarquista de acción, seguiré diciendo que no hay ningún acto político del Sr. Canalejas, de fecha reciente, que justifique la exaltación de un loco” (El año político, noviembre de 1912, p. 462). Aún hoy en día no es mucho lo que se sabe sobre la forma en que se planeó el asesinato de Canalejas, y sobre los posibles móviles.
La instrucción de las actuaciones relacionadas con el paso de Manuel Pardina por Sanander le correspondió a dos jueces del Juzgado de instrucción de la ciudad, Eduardo Pereda y Zoilo Porrero. Pardina había llegado a Sanander desde Cuba a finales de enero de aquel año, y para investigar si había tenido cómplices en la ciudad, los jueces llamaron a declarar a diferentes personas que habían tratado con él durante su estancia.
La detención del anarquista santanderino Mariano Martín Yustos
Mariano Martín Yustos fue detenido e interrogado el 24 de noviembre de 1912, y permaneció en prisión incomunicada hasta el día 26. Era anarquista, y estaba fichado por la policía. Le interrogó el jefe de Vigilancia. Se le implicaba en el crimen contra Canalejas porque Mariano Martín Yustos había intentado garantizar para Manuel Pardina un cheque girado por el Banco Nacional de La Habana sobre el Banco Mercantil de Sanander. Tal y como se pudo comprobar, Manuel Pardina cobró este cheque el 1 de febrero de 1912 en el Banco Mercantil de Sanander, no con esa garantía fallida de Martín Yustos (al parecer, en el banco no aceptaron su firma, ni el sello como corresponsal de casas editoriales), ni con la de un segundo garante fallido santanderino del que hablaré después, Narciso R. Cuevas, sino con la de un tercero cuyo nombre, para proteger su identidad y reputación, nadie consigna, y que era corredor mercantil en la ciudad.
Pardina cobró en el Banco Mercantil de Sanander un cheque por valor de 473,73 pesetas.
El Banco Mercantil de Sanander. Postal de la Librería General, Sanander.
La prensa cántabra explica así la detención de Mariano Martín Yustos:
“Mariano Martín, el viejo anarquista, a quien en Sanander se conoce mucho, y que nunca fue anarquista peligroso, ha sido detenido ayer e interrogado por el jefe de policía, señor Alcón” (El Cantábrico, 24 de noviembre de 1912, p. 1).
En el interrogatorio, Martín Yustos reconoció haberse visto con Pardina el día 29 de enero de 1912, el día de su llegada a Sanander. Dijo que aquel le había visitado sólo por ser correligionario, y que no había reparado en su nombre. Martín Yustos también reconoció haberse citado con este hombre anarquista para comer en el Café del Progreso, del que era entonces propietario un republicano radical conocido como “Salus” (Salustiano García López), pero señaló que Pardina no acudió a esta cita y que no se volvieron a ver.
La prensa cántabra señala que, aunque Mariano Marín Yustos y Manuel Pardina no se conocían, el anarquista aragonés se presentó de este modo, y el anarquista santanderino confió en él:
-Vengo a saludarle a usted porque sé que es anarquista -le dijo el desconocido. Vengo de América y salgo mañana para Asturias a casa de un compañero de viaje. Yo también soy anarquista (La Atalaya, 24 de noviembre de 1912, p. 1).
La policía sospechaba que otro anarquista, Vicente García, había estado en Sanander para encontrarse con Pardina. Martín Yustos reconoció en su declaración que le conocía, que había vivido en Sanander hacía veinte años, pero que, desde entonces, no había vuelto a verle. La Atalaya solicitó, desde sus páginas, que la policía investigara a varias personas de Sanander, entre ellas a un “significado ácrata” llamado Vicente García, “para el cual traía el asesino una carta de presentación” (La Atalaya, 24 de noviembre de 1912, p. 1).
Mariano Martín Yustos, casado y natural de Cabezón de Pisuerga, en la provincia de Valladolid, residía en la ciudad de Sanander desde el año 1885. Vivía en el número 10 de la Cuesta La Atalaya. Martín Yustos había trabajado en la ciudad como tipógrafo, pero el año del asesinato de Canalejas ya no se dedicaba a esta actividad, sino que se ganaba la vida de representante de algunas casas editoriales, y dedicándose a la venta ambulante de libros “de tendencias avanzadas” que ofrecía por tabernas y cafetines económicos. También se dedicaba a la venta y reparto de obras por entregas, y a la venta de postales ácratas. Dice El Heraldo de Madrid de él que “los obreros y sus conocidos” le calificaban “de bondadoso e infeliz”, que era “de carácter pacífico”, y que los que le oían hablar se extrañaban “de su conversación y de sus teorías” (El Heraldo de Madrid, 24 de noviembre de 1912, p. 3).
Mariano Martín Yustos fue puesto en libertad la tarde del día 26 de noviembre de 1912, cuando la declaración de Rafael Fernández, del que hablaré a continuación, le exoneró de toda responsabilidad.
Una nueva detención le llevó a ingresar en la cárcel de nuevo, el día 4 de diciembre de 1912. Esa detención obedecía, según La Atalaya, “al descubrimiento de un comercio ilícito de estampas y libros pornográficos descubierto en el registro que se llevó a cabo” cuando fue interrogado sobre su relación con Manuel Pardina a finales de noviembre. Cuando dieron cuenta del registro en su domicilio, El Cantábrico y La Atalaya se limitaron a decir que en su casa se habían encontrado libros y folletos anarquistas. Luego se supo que se había encontrado algo más.
Una novia en la provincia de Santander
Dos días después de la detención del anarquista Mariano Martín Yustos, La Atalaya publica que la policía “va desentrañando poco a poco el misterio en que aparecían envueltos los pasos dados en nuestra ciudad por el asesino del señor Canalejas cuando desembarcó en este puerto a principios de año, procedente de la isla de Cuba”. La primera cuestión que se resuelve es la del hospedaje ¿Dónde se ha hospedado Pardina a su regreso de América?: “Este punto era de extrema importancia, pues al no haber ido a parar a ninguna fonda ni casa de huéspedes, cabía la sospecha de que se hubiese ocultado en alguna vivienda particular y este sería un indicio grave. No es lógico que un hombre que viene de América, que no tiene en Santander amigos ni conoce a nadie, y que además tiene dinero, busque para quedarse una casa particular. Y no es corriente que, aunque quiera buscarla la halle, a no ser que medien especiales circunstancias, que en este caso pudieran constituir delito” (La Atalaya, 26 de noviembre de 1912, p. 1).
Pardina había llegado a España a finales de enero de 1912, el día 29. Había estado seis años viviendo y trabajando en Tampa (Florida, EEUU) y en Cuba, y había salido de La Habana en dirección a Sanander el 15 de enero de 1912 en el vapor La Champagne. A bordo de este barco, durante la travesía, conoció a un joven llamado Rafael Fernández. En un primer momento, la prensa publica que este hombre es de Lamadrid (Valdáliga, Cantabria), pero luego se indica que es asturiano, de Villar de Güergu, una aldea de la parroquia de Sebares, en Piloña, en Asturies. Más tarde, la prensa cántabra refiere que sí es de Lamadrid, a donde tiene pensado regresar toda vez que ha adquirido una finca. Rafael Fernández vive en Villar de Güergu, y está a punto de mudarse a Cantabria cuando se le detiene.
Un juzgado de Madrid ordena la detención de Rafael Fernández. La policía ha sabido de la existencia de Rafael porque ha encontrado su nombre y su dirección escritos en el cuaderno que Pardina llevaba consigo el día del crimen. Piensa que puede ser un cómplice.
La detención de Rafael Fernández la lleva a cabo Antonio Ortega, un capitán de la Guardia Civil de Llanes. Tiene lugar en una taberna de Villar de Güergu. Se le conduce primero a su domicilio para un registro, y luego a Uviéu/Oviedo. Cuando llegan a la casa, el capitán y una pareja de la Guardia Civil comprueban que la mayoría de los muebles y de los enseres están embalados, ya que el detenido se dispone a trasladar su residencia al pueblo de Lamadrid, en Valdáliga, Cantabria. Los guardias civiles obligan a Rafael a desembalarlo todo. En el registro de su domicilio se hallaron unos libros anarquistas, pertenecientes a Pardina, y una tarjeta postal en la que Pardina acusaba recibo de una carta y le enviaba saludos para un tal Lucio o un tal Luis.
Rafael relata en su declaración que conoció a Pardina a bordo de La Champagne, y que le sirvió de intérprete de francés, una lengua que él no conocía y que Pardina sí, por haber vivido algunos años en París. Cuando llegaron a Sanander, Rafael invitó a Manuel a pasar unos días con su familia. A los ocho o diez días, Manuel se presentó en su casa sin avisar, con una pequeña maleta y con los libros anarquistas que se hallaron en el domicilio de Rafael. Estuvo allí quince días, en el transcurso de los cuáles pintó unos zócalos en la casa, y le ayudó en las faenas del campo. Rafael declara que Pardina, al cabo de ese tiempo, y tal vez aburrido de la vida en el campo, dejó su domicilio para trasladarse a Madrid.
Rafael había estado siete años trabajando en La Habana, en un almacén de víveres finos que regentaba un primo suyo llamado Manuel Fernández. Tras una breve estancia de regreso en España, Rafael se había instalado en Tampa, donde había trabajado como tabaquero. Luego había sido bodeguero en la bodega del cubano Aurelio Roza. En enero había ido de Tampa a La Habana para embarcar rumbo a España en el trasatlántico francés La Champagne. Cuando mantiene una entrevista con un redactor del Diario de la Marina, Rafael le cuenta que muy pronto se trasladará a Lamadrid, un pueblo cercano a San Vicente la Barquera donde ha comprado una pequeña posesión.
La prensa de Madrid publica que Pardina tuvo una relación con Balbina, la hermana de Rafael, y que habrían roto en el mes de julio, después de una riña. Rafael y Balbina tenían unos tíos en Madrid, que eran porteros del Palacio Real desde hacía más de veinticinco años. Su tío se apellidaba Benito, y trabajaba como camarero del rey. Ese verano, Pardina fue a verles en varias ocasiones, algo que para la prensa prueba que preparaba un atentado contra el rey Alfonso XIII.
Una cabecera de prensa lo cuenta así:
“Dícese ahora que Pardina, al regresar de Cuba, después de seis años de permanencia en dicha isla, desembarcó en Santander, en unión de un muchacho que tenía su familia en aquella capital montañesa. Hízose Pardina amigo de la familia del muchacho repatriado, y conoció a una hermana de éste que se llamaba Balbina y era de aspecto campesino. Balbina y el anarquista mantuvieron relaciones amorosas, que terminaron en julio mediante una leve discordia. El verano último visitó Pardina, con bastante frecuencia, a unos tíos de su ex novia Balbina, que, por cierto, son antiguos porteros del Palacio Real, en el que se verificaban las entrevistas” (La Correspondencia militar, 14 de noviembre de 1912, p. 1).
En una entrevista que realiza Emilio García de Paredes el 15 de noviembre de 1912, éste le pregunta a Rafael por su hermana:
“La Correspondencia de España llegada hoy decía que Pardina vino de La Habana con un amigo suyo, con cuya hermana, llamado Balbina, contrajo relaciones amorosas ¿Es eso cierto? ¿Cómo se llama su hermana de usted?
-Mi hermana se llama así, efectivamente; pero no es cierto lo demás ¡Pronto iban a enamorarse, en tan pocos días! Por otra parte, le ruego no insista en esa hipótesis ¿Qué culpa tiene mi hermana de lo que sucede?” (La Correspondencia de España, 17 de noviembre de 1912, p. 3).
Esto es lo que reporta la prensa de Madrid, pero, sorprendentemente, en el número del 17 de noviembre de 1912, el diario La Atalaya de Sanander señala que Balbina “es un mito”, y, siguiendo a la prensa asturiana, reporta que Rafael Fernández es de Villar de Güergu, y que la novia de Pardina no era su hermana, sino una mujer del pueblo de aquel llamada Pilar. Como vemos, en estos primeros días, las noticias suelen ser equívocas.
La Atalaya del 27 de noviembre publica que Rafael Fernández ha vuelto a prestar declaración, esta vez en el pueblo de Lamadrid. Declara lo mismo que ya le había dicho a los corresponsales de la prensa de Madrid y de Uviéu/Oviedo. Su declaración es clave para que Mariano Martín Yustos y Adolfo Álvarez, el dueño del establecimiento donde pernoctó Pardina nada más desembarcar en Sanander, del que hablaré más adelante, sean puestos en libertad el día 26 de noviembre por la tarde. Ese día, el juez Porrero de Sanander determina que, durante su paso por la ciudad, Pardina no hizo nada “que no fuese corriente y natural” y estima “que no constituyen delito las relaciones que con el anarquista pudieran tener algunas personas de ideas afines de esta ciudad” (La Atalaya, 27 de noviembre de 1912, p. 1).
Los libros que Pardina dejó en casa de Rafael en Villar de Güergu eran, entre otros, los siguientes: La ciencia moderna y el anarquismo (de Kropotkin, editado en su versión en castellano en 1901); El amor libre; El origen del hombre (posiblemente el libro de Darwin, que los anarquistas leían con interés); y El anticristo, en dos tomos (seguramente el libro del anarquista místico ruso Dmitri Merezhkovski), expendidos todos ellos por una librería de Madrid (El Heraldo de Madrid, 16 de noviembre de 1912, p. 1).
La detención de Adolfo Álvarez
La policía de Sanander detiene el día 25 de noviembre a Adolfo Álvarez, un panadero acusado de haber albergado a Manuel Pardina cuando estuvo en la ciudad. Álvarez es el propietario de un establecimiento llamado “La Cubana”. Rafael Fernández declaró que Pardina y él se habían alojado allí. “La Cubana” se encontraba en la plaza de las Navas de Tolosa.
Álvarez acudió a declarar y señaló que “ignoraba que Pardiñas hubiese estado en su casa”. Señaló también que, como no ejercía regularmente la industria de la hospedería, no llevaba en su negocio listas de viajeros, ni los viajeros eran obligados a dar sus nombres. Un redactor de La Atalaya afirma que Álvarez negó, en un primer momento, que en el mes de enero hubiese recibido en su casa pasajeros del vapor La Champagne. Sólo pasado un tiempo hizo memoria y recordó que el 29 de enero, cuando llegó este barco a Sanander, albergó en su casa a un grupo de unos diez viajeros, a quienes guiaba un conocido de la casa que solía llevar huéspedes a la misma. Los que se dirigían a Bilbao, partieron en esa dirección después de comer en «La Cubana». Los que se dirigían a Asturies, pernoctaron en la casa, entre ellos, Rafael Fernández. Pardina trató de ajustar hospedaje allí para varios días, pero Álvarez le dijo que no le convenían huéspedes estables y no llegaron a un acuerdo. La declaración de Álvarez permite saber que Pardina estuvo en “La Cubana” veinticuatro horas justas.
Los jueces no debieron quedar muy satisfechos con la declaración de Álvarez, de modo que lo dejaron en la cárcel incomunicado. Fue puesto en libertad al día siguiente, el mismo día en que fue liberado Mariano Martín Yustos.
El Cantábrico, 27/11/1912, p. 2.
La esposa y las hijas de Álvarez, preguntadas por los periodistas, no recordaban la estancia de Pardina en la casa: “Varias veces nos recomendaron -añadió la dueña- que pasáramos lista de viajeros al Gobierno civil, pero como hay muchos que no la pasan no lo hicimos nosotros tampoco ¿Quién iba a sospechar que pudiera venir ese bribón?” (La Atalaya, 26 de noviembre de 1912, p. 1). La esposa y las hijas de Álvarez le dicen a la prensa que la persona que llevó a la casa al grupo de viajeros de La Champagne es de Toledo, y, a continuación, expresan algunos prejuicios sobre la gente de Huesca: “¡Todos los de Huesca que han venido aquí nos han traído la mala suerte! El último verano estuvieron tres de la misma provincia que intervinieron en un timo del Portugués que se dio en el muelle!”.
El interrogatorio al anarquista santanderino Emilio Carral
Mariano Martín Yustos no es el único anarquista residente en Sanander que se ve complicado en la investigación sobre el asesinato de Canalejas. Hay otro más. Se trata del cántabro Emilio Carral, una persona muy popular en la ciudad que se gana la vida como relojero, y que trabaja en un taller que tiene en un quioscos de la Plaza Velarde.
Emilio Carral declara ante las autoridades y ante la prensa que no recuerda haberse tratado con Pardina en Sanander: “Nos dijo que no podía recordar si durante el tiempo que estuvo Pardiñas en Santander trató con él. Por mi kiosco de relojería -agregó- desfilan todos los ácratas que pasan por Santander y a la policía que lo sabe la basta ver a un desconocido hablando conmigo para suponer que es un anarquista forastero. Así sucedió con Pedro Viñas, detenido cuando vino a embarcar para América. Es posible que si Pardiñas estuvo en Santander pasase por el kiosco algún día ¡Pero yo no lo recuerdo! No tengo por qué ocultar que al ver publicado en los periódicos el retrato del asesino del señor Canalejas me pareció recordar sus facciones, y así se lo dije a un amigo, sin que pudiera precisar ni dónde ni cuándo le había visto. De todos modos, celebro mucho que no se le ocurriera pedirme a mí el favor de que le garantizase el cheque, porque se lo habría hecho y ahora me vería comprometido. Esto lo dije en mi declaración y se lo había manifestado antes a varios amigos. No tengo porqué ocultarlo” (La Atalaya, 26 de noviembre de 1912, p. 1).
Los quioscos de la Plaza Velarde. Detalle de una postal de la Librería General de Sanander.
La declaración de Carral ante el juez tiene lugar el mismo día que otro de los testigos, el corredor de comercio que garantizó el cheque cobrado por Pardina. Como hemos visto en el texto anterior, en su declaración, al menos en la que da ante la prensa, Carral menciona a Pedro Viñas Sirvent. A finales de noviembre de aquel mismo año de 1912, el diario conservador La Atalaya había publicado un artículo señalando la relación entre los anarquistas Pedro Viñas y Emilio Carral:
“Un agente de Seguridad observó anteayer que un individuo forastero acompañaba con bastante frecuencia a un industrial convenido nuestro y muy conocido por sus ideas libertarias. Creyendo que pudiera ser pájaro de cuenta le siguió los pasos y pudo enterarse que se hospedaba en una casa de viajeros de la calle de Méndez Núñez. Allí fue interrogado por el jefe de vigilancia señor Alcón, ante quien no negó que fuese anarquista. Dijo que venía de Gerona para embarcar con rumbo a la Habana y que su nombre es Pedro Viñas Sirvent. Dicho sujeto no es conocido como anarquista peligroso, ni aún como ácrata. No está fichado en ningún centro policíaco. Al ver que se tomaba nota de su nombre y apellidos, dijo muy tranquilamente al señor Alcón: -Le advierto a usted que se toma un trabajo inútil; en cuanto llegue a Cuba pienso cambiar de nombre, por lo que esos datos no le servirán de nada. Como el Viñas no estaba reclamado por ningún juzgado, y no había cometido tampoco ningún delito, y como por otra parte pensaba dirigirse a Cuba, el señor Alcón recordó aquello de “a enemigo que huye, puente de plata”, y le dio todo género de facilidades para el viaje. El anarquista aprovechó la coyuntura y ayer salió en el trasatlántico Rhein con rumbo a la perla de las Antillas. Los agentes de policía fueron tan amables que le acompañaeron hasta el mismo buque y no le abandonaron un momento hasta que aquel levó anclas” (La Atalaya, 20 de noviembre de 1912, p. 1).
En El Cantábrico añaden que Pedro Viñas tenía 33 años, era de Girona, hacía cuatro o cinco días que se encontraba en Sanander, y que su profesión era la de fotógrafo ambulante. Había estado previamente dos años en Cuba, y ahora regresaba para ejercer su profesión de nuevo en la isla (El Cantábrico, 20 de noviembre de 1912, p. 2). En el Diario de la Marina un redactor publica que el capitán del barco en el que Viñas ha zarpado desde Sanander para La Habana lleva el encargo de recomendar al cónsul de España en Cuba que se vigile constantemente a este anarquista (Diario de la Marina, 22 de noviembre de 1912, p. 2).
Las sospechas sobre Narciso Rancaño Cuevas
Cuando el Banco Mercantil no aceptó la firma del anarquista vallisoletano Mariano Martín Yustos, su primer garante, Pardina intentó cobrar el cheque girado desde La Habana a Sanander con la intermediación de un segundo fiador: Narciso Rancaño Cuevas. La garantía de Cuevas tampoco sirvió, y el cheque fue finalmente cobrado por mediación de un corredor de comercio de Sanander a quien la prensa cántabra no pondrá nombre en ningún momento, pero al que, como explicaré, sí entrevistará.
Cuevas era bodeguero o cantinero del trasatlántico La Champagne. La prensa estima que Pardina debió de conocerle como a Rafael Fernández, durante la travesía entre La Habana y Sanander. Un agente llamado Higinio González se encargó del registro en el domicilio de Narciso R. Cuevas, que en ese momento se encontraba ausente, navegando. No encontraron nada que pudiera estar relacionado con el asesinato de Canalejas, y las autoridades pudieron interrogar a Cuevas cuando éste regresó a puerto. Su llegada estaba prevista para la tarde del 27 de noviembre o la mañana del 28, y finalmente Cuevas llegó a Sanander el día 28. Apenas llegado el barco, una pareja de agentes de vigilancia detuvo a Narciso Rancaño y le condujo a las oficinas de la inspección. La prensa da cuenta de su declaración. Dice de él un redactor de La Atalaya que es “un hombre simpático y dotado de esa franca cordialidad que dan los viajes y el continuo trato de gentes”, que “no ha sido anarquista nunca” y que “no tiene ideas políticas”. Cuevas ignoraba todo lo que había ocurrido los días anteriores, y no podía ni imaginar que se le hubiera implicado en un suceso de tanta resonancia como el asesinato de Canalejas. En su declaración a la prensa, dice lo siguiente:
“Yo no conocía a Pardiñas (…) ni fui amigo suyo nunca. En La Champagne estoy encargado del pasaje de tercera preferente en que Pardiñas venía, y con tal motivo le vi a bordo confundido con los demás pasajeros. Durante toda la travesía no hablé con él. Solo observé que hablaba el inglés y el francés a la perfección. Fondeado el barco desembarcaron todos y vi a Pardiñas con otro grupo de viajeros, oyéndoles que iban todos a la misma donda. No tenía por qué ocuparme de aquellos viajeros y no me ocupé. Unos días después, debió ser el primero de febrero, me encontré a Pardiñas en el Muelle, frente al Banco de Santander. Eran las nueve y media de la mañana y estaba completamente solo. Se acercó a mí y me dijo: -Me encuebntro en Santander sin poder marcharme por no poder cobrar un cheque en el Banco Mercantil ¿Me lo querría usted garantizar? Yo le reconocí como uno de los viajeros del barco y me decidí a hacerle aquel favor que no tenía gran importancia. Fuimos a buscar al corredor que a mí me servía para mis negocios y nos encaminamos todos al Banco Mercantil. El desconocido, pues yo ni aún sabía su nombre, y no lo hubiera sabido nunca si no ocurre esto, dio las gracias al corredor y contestó este: -No me las de a mí, déselas a Narciso, pues a él hago este favor. Nos separamos todos… y hasta hoy que me he enterado de todo lo que ocurrió después” (La Atalaya, 29 de noviembre de 1912, p. 1). Su esposa, Facunda de la Riva, le explicó al periodista el susto que se había llevado cuando las autoridades se personaron en su casa para efectuar el registro domiciliario. Narciso Rancaño murió en 1917.
De Gallica, BNF. De Gallica, BNF. La Champagne, de la Compagnie Générale Transatlantique, embarrancado cerca de Saint-Nazaire en 1915.
La declaración del anónimo corredor de comercio de Sanander
A finales de noviembre de 1912, un redactor del diario La Atalaya se reúne en el Club de Regatas de Sanander con el corredor de comercio que había sido garante del cheque cobrado por Pardina. En Sanander se presume que alguien ha influido para que el funcionario mercantil, que no sabía quién era su cliente, le prestase el servicio que necesitaba. Este corredor de comercio, según dice el periodista de La Atalaya, es una “persona respetabilísima”, y que ha estado hasta ese momento “ignorante completamente del papel que le ha tocado desempeñar en este asunto”.
La entrevista tiene lugar el día de su declaración ante el juez, el día 24 de noviembre de 1912. Declara en el juzgado por la mañana, y se entrevista con la prensa por la tarde. Como vemos, todos los sospechosos de Sanander han sido convocados al juzgado el mismo día, la mañana del 24.
Club de Regatas de Santander. Librería de M. Albira, Sanander.
Esto es lo que señala el corredor de comercio:
“Yo no conocía a Pardiñas, nos dijo, ni podía presumir nunca que hubiese podido tener relación ninguna con el asesino del señor Canalejas. A quien conocía, por haberle servido en algunas ocasiones, era a Narciso R. Cuevas, emparentado con un conocido hombre de negocios de Santander, y que figuraba entre mis clientes. Había negociado valores suyos diferentes veces, teniéndole por persona correcta y sensata. Nunca supe que tuviese ideas anarquistas, y menos relaciones de amistad con anarquistas de acción”. El corredor de comercio relata entonces que un día de primeros de febrero se encontró en el Banco Mercantil a Narciso R. Cuevas en compañía de un hombre al que no conocía. Narciso se acercó a él y le pidió, como favor hacia él, que firmara la letra para que Pardinas cobrara el cheque. Prosigue: “Cuando ocurrió el atentado de la Puerta del Sol no se me pasó por las mientes que el criminal pudiera ser aquel a quien yo había garantizado, y esto se explica porque ni leí el nombre que figuraba en la letra. Me bastó que me la recomendase un cliente mío. Calcule usted mi sorpresa -continuó diciendo- al verme envuelto en suceso tan desagradable ¿Quién podía imaginar esto?” (La Atalaya, 25 de noviembre de 1912, p. 1).
Breve conclusión
Tal y como ya he mencionado en un párrafo anterior, el juez de Sanander consideró que, en su paso por la ciudad de Sanander en febrero de 1912, el anarquista aragonés Manuel Pardina no hizo nada “que no fuese corriente y natural”. Al declarar que no constituían delito «las relaciones que con el anarquista pudieran tener algunas personas de ideas afines de esta ciudad” (La Atalaya, 27 de noviembre de 1912), el juez Porrero estaba despejando cualquier duda sobre dos personas en particular: el viejo anarquista vallisoletano Mariano Martín Yustos, y el anarquista santanderino Emilio Carral. En la investigación, también habían sido exonerados de cualquier responsabilidad otras cinco personas: Rafael y Balbina Fernández, Adolfo Álvarez, Narciso Rancaño Cuevas y un anonimizado corredor de comercio cuyo nombre seguramente consta en la documentación judicial de la investigación llevada a cabo por el Juzgado de instrucción de Sanander.
Agradecimientos
Le agradezco mucho al historiador cántabro Daniel Lobete López, profesor de Geografía e Historia en el I.E.S. Marqués de Santillana de Torlavega, que me pusiera sobre la pista de las conexiones cántabras del anarquista que asesinó a Canalejas, en particular sobre el papel de Emilio Carral en esta investigación judicial.
En el número del 26 de agosto de 1905, el diario El Cantábrico, entonces dirigido por José Estrañí, publicó tres esquelas de Luciano Herrero y González (Villanueva de la Peña, 1836-1905), padre de Demetrio Herrero Proigas (1870-1939), cuyo nombre lleva el bulevar donde se encuentra el ayuntamiento de Torlavega/Torrelavega, que está emplazado precisamente en el palaciu que fue propiedad de Demetrio. Las tres esquelas fueron publicadas sin cruces católicas, como habría sido el deseo del difunto, que era un librepensador de firmes convicciones personales laicas, y bastante anticlerical.
Luciano, de ascendencia pasiega, nacido en Villanueva de la Peña, que había hecho una gran fortuna comerciando en Cuba, vivió durante muchos años en Barcelona, y había muerto en Torlavega/Torrelavega a las cinco de la tarde del día anterior.
La primera esquela sin cruz es la de la familia. La segunda, de los librepensadores de Torlavega/Torrelavega, un grupo bastante interesante, ligado al republicanismo federal y al anarquismo/libertarismo, del que hablaré aquí en otro momento. La tercera, del Casino Republicano, al que pertenecen la mayoría de los anteriores, y que presidía el difunto.
Luciano fue enterrado en el cementerio civil de Torlavega/Torrelavega, establecido precisamente en una de las fincas que él poseía en el Altu Miravalles junto a sus hermanos. Está enterrado en un panteón junto a ellos.
Al día siguiente, el obispo de Santander, entonces el salmantino Vicente Santiago Sánchez de Castro (1841-1920), emitió una carta pastoral de condena, cuyo contenido prohibía la lectura del diario El Cantábrico a los fieles católicos.
No sé si fue miedo escénico, pero ya podéis ver que al tipógrafo le bailaron los tipos. La primera esquela tiene una errata significativa: Goznalez por Gonzalez, en uno de los apellidos del muerto.
En El Cantábrico respondieron a la carta pastoral del obispo con un artículo en primera página titulado “No lo entendemos”. Es un texto que defiende algunas libertades fundamentales, precursor en Cantabria del laicismo, injustamente desconocido porque nada de esto se enseña, y sobre nada de esto se aprende. Tampoco es algo sobre lo que se investigue, aunque Julio de la Cueva Merino, en un artículo que firma con Fernando Bastante Sumaza titulado “El factor católico en la Torrelavega de la Restauración”, de 1995, alude muy brevemente cuestión de las esquelas, y muy probablemente José Ramón Sáiz, que ha incluido una semblanza de Luciano Herrero en el segundo volumen de su libro “Semblanzas torrelaveguenses”, de 2021, y que aún no he podido leer, probablemente menciona este hecho.
En el artículo en el que la dirección de El Cantábrico se defiende de las acusaciones vertidas por el obispado de Santander (Sanander), que constituye una encendida defensa del laicismo, se dice: “El periódico no puede ser católico, ni mahometano, ni budhista, ni protestante, por las mismas razones que no puede ser gordo, ni flaco, alto ni bajo, y el que lo sea no puede llamarse periódico, pues esas cualidades no se acomodan a su naturaleza de portador de noticias, y en tal sentido la declaración de que se peca con su lectura tuvo que extrañarnos tanto, como si viésemos excomulgados los buques de la Trasatlántica porque van a su bordo católicos y racionalistas, moros y judíos, los que acuden a tomar pasaje, lo mismo que en la hoja impresa tiene cabida el relato de lo sagrado y de lo profano, de lo que acontezca e importe al público siempre que no haya ofensa para la moral que en todos tiene iguales dictados (El Cantábrico, 28 de agosto de 1905, p. 1).
En 1908, Demetrio Herrero, el hijo de Luciano, publicó un artículo en El Cantábrico en el que aludió a la censura eclesiástica que se había producido unos años antes. Se titula “Protesta”, y de nuevo constituye un texto de un valor histórico excepcional, en parte porque estas defensas por escrito del laicismo fueron raras en la prensa cántabra: “Recuerdo: que cuando se instituyó en esta desgraciada nación el matrimonio civil, mi difunto tío, don Severino Herrero y González, fue uno de los primeros españoles que se casaron en esta forma. Recuerdo: que cuando se hallaba en cama mi difunto tío, don Santiago G. Herrero y González, en vista de las molestias que le ocasionaron ciertas personas, mandó colocar un cartel en el portal de su casa que decía: “Queda terminantemente prohibida la entrada a curas y señoras”, muriendo civilmente. Recuerdo: que el entierro civil de mi malogrado padre don Luciano Herrero y González, ocasionó a EL CANTÁBRICO polémicas y la prohibición de la lectura de ese diario. Recuerdo y tengo bien presente todas las conversaciones que tuve con mi difunto tío don Demetrio Herrero y González, que acaba de fallecer. Recuerdo bien sus deseos y voluntades, como recuerdo que más de diez veces se le preguntó si quería confesar, y contestó con energía sin igual que no ¿Cómo se explica que mi tío Demetrio, que a las once de la mañana era un malvado, un hereje, un ateo que iba a los infiernos, a la una de la tarde, en que murió, era un santo varón, un apóstol, un bendito y un ángel que iba al cielo? En nombre propio, en el de mis hermanos Martín, Juan, Leopoldo y Julio; en el de mi tío don Federico Herrero y González, y en el de los fieles criados (que ya protestaron al lado del lecho mortuorio), protesto yo hoy de la presión ejercida sobre el difunto a última hora, estanco dispuesto, si las circunstancias me obligan, a declarar toda la verdad de lo ocurrido en unión de toda la servidumbre de la casa del finado”. Esto lo firma Demetrio Herrero Proigas en Torrelavega el 12 de octubre de 1908, y lo publica El Cantábrico el 13 de octubre del mismo año en su primera página.
Hoy escribo sobre una acción militar de la Francesáa (1808-1812) sobre la que se ha escrito muy poco, y de la que hay, en lo que a bajas se refiere, un buen número de registros en uno de los libros parroquiales de difuntos procedentes del conceju de Udías, que se conserva en el Archivo Histórico Catedralicio y Diocesano de Santander.
Se trata de la acción llamada en la época de “Monte Corona”/”Monte de Corona”, de “La Hayuela” o “de Udías”, que suele aparecer en los textos de los historiadores actuales, cuando aparece, como “de La Hayuela”, en su mayor parte escrito como “Ayuela”, sin H, como hizo el militar Juan Díaz Porlier en su parte de guerra.
Algo que también hizo Porlier en ese parte, y que ha sido repetido de forma un tanto acrítica, y “ageográfica”, fue decir que La Hayuela era “un punto muy inmediato a Torrelavega”. Esto puede ser, pienso yo, lo que ha hecho que Matilde Camus, en uno de sus trabajos, afirme que la acción tiene lugar “en las inmediaciones de Torrelavega”, y que, cuando explica que el general francés Dubreton ganó posiciones sobre La Hayuela frente a Porlier, afirme de nuevo que se trata de “un punto muy cercano a Torrelavega”. Soy consciente de que «lejos» y «cerca» son términos un tanto relativos, pero no estaría mal dar un poco de contexto. De acuerdo con Google Maps, son 22 los kilómetros que separan Torlavega/Torrelavega de La Hayuela por carretera hoy en día. La Hayuela no está lejos de Torlavega/Torrelavega si se va en coche, no está tan cerca si se es tropa de infantería y se avanza a pie, pero de ninguna manera está en las “inmediaciones” de la llamada capital del Besaya. La confusión, como ya dije, creo que la propician las propias palabras de Porlier. Quizá todo lo que sea mover un ejército de posición estratégica en unas horas haya de ser concebido como “inmediatez” en lenguaje de militar…
La Hayuela es uno de los pueblos del valle de Udías, y está situado en la vía que conduce de Cabezón de la Sal y del valle de Udías a Cumillas/Comillas. Monte Corona se extiende por los actuales municipios de Udías, Valdáliga, Ruiloba y Cumillas/Comillas, y era entonces, como es ahora, un área boscosa muy amplia (y de singular valor ecológico), idónea para que cualquier tropa pudiera avanzar por ella con cierto sigilo.
La acción de Monte Corona es la historia de un bloqueo. De un bloqueo cántabro al avance de tropas francesas hacia Asturies, el organizado por Juan Díaz Porlier y su División Cántabra cuando llegan a tener conocimiento de que el General Dubreton (denominado «Lubreton» en sus informes) ha salido de Torlavega/Torrelavega y pretende pasar a Asturies. En algunas fuentes francesas, sin embargo, no se habla de tal avance, sino que se explica esta acción diciendo que el propósito de Dubreton era salir a recuperar las zonas de Cantabria de las que se había retirado en agosto Rouget: salir “a la caza” (à la chasse), así dicen, de Porlier y de Mendizábal.
A mediados de agosto de 1811 tienen lugar las acciones de la División Cántabra de Porlier sobre Sanander/Santander y Torlavega/Torrelavega, y sobre fuertes emplazados en algunos otros lugares de Cantabria. Porlier hizo una incursión violenta en Sanander/Santander, pero se batió en retirada, y fue derrotado en Torlavega/Torrelavega, donde los franceses concentraron tropas que tenían emplazadas en los valles del Saja y del Deva.
Lasaga Larreta dice que Porlier vuelve a Potes en ese momento, pero yo apenas he podido recabar información sobre lo que hace su División Cántabra entre mediados del mes de agosto y principios de octubre, cuando se bate de nuevo contra los franceses en Roiz, en el valle de Valdáliga. Porlier dice a finales de agosto, en su parte de guerra de las acciones del día 14, que sus tropas quedaron entonces emplazadas a orillas del Saja, tras las acciones de Sanander/Santander y Torlavega/Torrelavega. Es posible que la localidad de Renedo desde la que firma Porlier el parte del 21 de agosto sea «Renedo de Cabuérniga» (Reneu)…
En un artículo publicado en 2008, García Fuertes ha señalado que los días 2 y 7 de octubre se produjeron ataques en Roiz y en Reocín, y que los días 6 y 23 de noviembre tuvieron lugar ataques en Cabezón de la Sal y La Hayuela. Tal y como veremos, el ataque de La Hayuela no tiene lugar ni el día 6 ni el 23, sino el 7.
Porlier explica las principales líneas de lo acontecido en Udías en un parte que firma el día 2 de diciembre en Infiestu, cuando ya se ha retirado hacia Asturies y ha pasado un mes de la acción de Monte Corona.
En noviembre de 1811, el general francés Bonnet estaba avanzado sobre Asturies. Este general había pactado con Rouget, que hacía la guerra en Cantabria, un refuerzo militar. Los soldados franceses del refuerzo habían sido enviados a Reinosa, y desde allí, debían dirigirse al este de Asturies, para ocupar la zona entre Llanes y Uviéu/Oviedo. Antes de que eso ocurra, el general francés Dubreton reune la tropa prometida por Rouget a Bonnet, y se lanza sobre la zona. Porlier, que tiene noticias de ello, mueve a la segunda sección de su División Cántabra para reforzar a la primera sección en la zona que él denomina “la montaña de Santander”.
Dubreton había reunido una columna en Torlavega/Torrelavega y marchaba hacia Cabezón de la Sal. Hay un primer (des)encuentro violento entre Dubreton y Porlier el día 6 de noviembre en la villa de Cabezón de la Sal, y al día siguiente, el 7 de noviembre, cuando Porlier ha reunido todas sus fuerzas ya (las dos secciones de su División Cántabra), se produce el choque en Udías.
Me ha costado un pelín encontrar bibliografía francesa sobre el tema por la forma en que se escribía el nombre de Udías. He llegado a ver “Sidias” en una fuente… Según explica un diario francés, el ataque se produce por la mañana, y, ante un mínimo repliegue, hay, con “renovado furor”, un nuevo choque por la tarde. Dice este diario que el general francés “hizo formar en columna a sus granaderos y sus Voltigeurs (“saltadores”, una unidad de infantería creada por Napoleón)”, y que marchó “sobre los asaltantes a la bayoneta”, infligiéndoles una “derrota completa”. De acuerdo con esta fuente, hubo 500 muertos y heridos, y un buen número de prisioneros locales quedaron en el campo de batalla y en manos de los vencedores. Porlier se retiró hacia el Deva, y Mendizábal a las montañas de Potes.
La acción de Monte Corona tiene lugar el día 7 de diciembre de mañana. Tal y como ya he mencionado antes, Dubreton consigue ganarle la posición a Porlier y sitúa su artillería en La Hayuela, en el punto más alto de los contornos. Porlier no se arredra, y decide un ataque formando tres columnas. Según explica Porlier en su parte de guerra del 2 de diciembre, la primera columna marchaba bajo las órdenes de Pablo Manuel Lazaga, el comandante del Batallón de Tiradores de Cantabria. Tenía el propósito de salvar el desnivel existente, y acometer al enemigo a bayoneta una vez que hiciera cumbre. Dos de los muertos enterrados en la iglesia de San Esteban de Pumalverde, en Udías, pertenecían a este cuerpo. La segunda columna marchaba a las órdenes del coronel Rato. La idea era flanquear al enemigo por la izquierda para evitar su retirada hacia Torlavega/Torrelavega. La tercera columna marchaba a las órdenes de Fermín Escalera, el coronel del Regimiento Primero Cántabro, que conducía el primer batallón de este regimiento y tres compañías del Regimiento de Laredo. La misión de estas tropas de Escalera era la de sostener al Batallón de Tiradores y atacar al enemigo por el frente. La reserva quedaba a las órdenes de Carlos Rato, del Regimiento de Laredo.
Pablo Manuel Lazaga, a pesar del “valor y denuedo” con el que, según Porlier, atacó al enemigo, perdió la vida en el ataque a la bayoneta. Porlier señala que “el campo quedó sembrado de cadáveres”, y deja caer que, de no haberse hecho de noche, y estar Torlavega/Torrelavega tan próxima, sirviendo de refugio a los franceses, habría podido dar muerte a los dos mil enemigos que habían presentado batalla. Porlier también se lamenta de que las “extraordinarias malezas del monte” y no poder “esparcirse por él las tropas”, impidió haber hecho un mayor número de prisioneros.
Las fuentes francesas hablan unánimemente de victoria de Dubreton, y dicen que, después de esta acción, Mendizábal regresó a Liébana río Deva arriba, y Porlier, que hizo parte del camino con él, se pasó a Asturies.
En Udías, como vemos, hubo muertos y, en toda lógica, en los registros parroquiales aparecen muertos. No 500, como dice la fuente francesa, sino 10. Esto creo que confirma el uso generalizado de las fosas comunes como espacios de enterramiento colectivo de los cadáveres de los que perdían la vida en las acciones de esta guerra. Sobre los cientos de muertos que produjeron las acciones en Sanander/Santander y en Torlavega/Torrelavega en agosto de 1811, persiste el misterio.
Las víctimas de esta acción de Monte Corona enterradas en la parroquia en Udías son diez, cinco de ellas anónimas. Tres de los muertos pertenecían al Batallón de Guipúzcoa, al que Porlier, por cierto, ni siquiera cita en su parte de guerra. Eran todos muy jóvenes, 20, 26 y 19 años de edad. Se trata de un subteniente de la segunda compañía, gallego, de El Ferrol; un soldado, de Suano, una localidad de Campoo cercana a Reinosa; y un soldado de las compañías volantes del Batallón, de Tábara, en Zamora. Si alguien se había imaginado guipuzcoanos en el Batallón de Guipúzcoa… Los otros dos muertos identificados pertenecían a los Tiradores de Cantabria: uno era el sargento segundo de la cuarta compañía, y era de Piñeres, un pueblo del concejo de Llanes, y el otro, del que se sabe el nombre, pero no de donde era natural, era un soldado de la misma compañía que el anterior.
Iglesia y cementerio, San Esteban, Pumalverde, Udías (2020)
Estas son las actas:
“En ocho de noviembre de mil ochocientos y once di sepultura eclesiástica a un cadáver que según se me informó era Don Manuel ¿?, subteniente de la segunda compañía de Guipúzcoa, natural del Departamento del Ferrol, Obispado de Mondoñedo. No se le administró sacramento alguno, pues fue hallado ya difunto en el Monte de Corona, jurisdicción de este pueblo, de resultas del ataque que hubo en dicho sitio el día anterior, era como de edad de veinte años. Y por verdad lo firmo en este concejo de Udías a nueve de dicho mes y año”.
“En ocho de noviembre de mil ochocientos y once, di sepultura eclesiástica en esta iglesia del concejo de Udías a Don Ignacio Fernández, sargento segundo de la cuarta compañía de Tiradores de Cantabria, natural del concejo de Llanes, lugar de Piñeres, que me dijeron llamarse así otros soldados de su compañía. No recibió sacramento alguno pues fue hallado su cuerpo en el Monte de Corona, jurisdicción de este pueblo, de resultas del ataque que hubo en el día anterior. Era como de veinte y dos años. No se cumple y por verdad lo firmo a nueve de dicho mes y año”.
“En ocho de noviembre de mil ochocientos y once di sepultura eclesiástica en esta iglesia del concejo de Udías a Venancio Fernández, soldado del Batallón de Guipuzcoa, natural de Suano, jurisdicción de Reynosa, que me dijeron ser así otros soldados de su Batallón. No recibió sacramento alguno pues su cuerpo fue hallado difunto en el Monte de Corona, jurisdicción de este pueblo, de resultas del ataque que hubo el día anterior en dicho sitio. Era como de edad de veinte y seis años. No se cumple y por verdad lo firmo a nueve de dicho mes y año”.
“En ocho de noviembre de mil ochocientos y once, di sepultura eclesiástica en esta iglesia del concejo de Udías a Thomas Caballero, soldado de las compañías volantes de Guipúzcoa, natural de la villa de Tavara, del corregimiento del mismo nombre que me dijeron ser así otros soldados. No recibió sacramento alguno pues su cuerpo fue hallado difunto en el Monte de Corona, jurisdicción de este pueblo, de resultas del ataque que hubo el día anterior, era como de diez y nueve años, no se cumple, y por verdad lo firmo a nueve de dicho mes y año”.
“En ocho de noviembre de ochocientos y once si sepultura eclesiástica en esta parroquia de San Esteban del concejo de Udías a Celestino García, soldado de la cuarta compañía de Tiradores de Cantabria. No pude saber de donde era natural. No recibió sacramento alguno pues su cuerpo fue hallado en el Monte de Corona de esta jurisdicción de resultas del ataque que el día anterior hubo en dicho monte. No se cumple, y por verdad doy fe y lo firmo a nueve en dicho mes y año».
También fueron enterrados en la iglesia de San Esteban de Pumalverde, la del concejo de Udías, cinco muertos anónimos. Aparecieron desnudos, algo que evidencia la extracción de ropas (y de otros efectos personales) en el campo de batalla, no sé si sólo de los soldados del bando francés, o también de los soldados del bando local. Lo que el cine nos ha enseñado tantas veces…
“Cinco cadáveres que no se saben sus nombres. Año de 1811. No se cumplen. En el mismo día ocho di sepultura eclesiástica a cinco cadáveres de soldados que parecieron muertos en el Monte Corona de esta jurisdicción del Concejo de Udías. No se pudo averiguar quienes eran, ni de que Regimiento, por haberse hallado desnudos, ni menos recibieron sacramento alguno, pues fueron muertos en el ataque del día anterior. No se cumple. Doy fe y lo firmo a nueve de dicho mes y año”.
Las palabras de Porlier y los registros de defunción dejan claro que la acción tuvo lugar en el propio Monte Corona, por lo tanto, del otro lado de La Hayuela de lo que muestra esta fotografía que incluyo a continuación (yo hice la foto desde Valobriga/Valoria). Si el día anterior se habían batido en Cabezón de la Sal, sacad vuestras conclusiones.
La Hayuela desde Valobriga/Valoria.
Monte Corona y La Hayuela. De Google Maps.
Imágenes: Iglesia de San Esteban, Pumalverde, Udías (2020) y de La Hayuela desde Valobriga/Valoria (2020); y captura de Google Maps del Monte Corona, La Hayuela y Valobriga/Valoria.